Dejar que la danza nazca como nace un gesto. Carmen Werner
Vemos a una mujer elegante, de melena larga, con un abrigo negro, camina con sus zapatos de tacón bajo, con una realidad escénica intensa y misteriosa.
No camina por caminar. Tampoco lo hace con una intención dramática ostensible y deducible. Camina con una realidad escénica intensa y misteriosa. Es un caminar sencillo, pero imprescindible. Igual que lo es detenerse, mirar hacia los lados, reemprender la marcha, detenerse apoyándose en la pared, sacar las manos de los bolsillos del abrigo y que esas manos parezcan adquirir vida propia.
Una mujer de figura frágil, delgada, en una edad que no corresponde a la que presuponen los cánones del exhibicionismo y esfuerzo dancístico.
Esa mujer es Carmen Werner.
Única, como cualquier mujer, como cualquier hombre. Única en su mismidad personal y artística. Con una correspondencia entre ambas que no se empaña por modas o tendencias que la velen. La danza y el escenario siempre pueden ser una tentación para vestir con un correlato objetivo a la persona, que actúe como máscara ficcional superpuesta. La danza, el teatro, el escenario, pueden provocar esa búsqueda del efecto explícitamente seductor o provocativo, el alarde artístico que eclipsa a la persona. En la danza de Carmen Werner esto no sucede. Hay una desnudez, una depuración.
Por supuesto, tampoco se trata de una danza confesional que suponga un mostrarse impúdicamente, ni regodearse en el “yo”.
La última pieza de Carmen Werner, creada, dirigida y actuada por ella misma se titula De parte de ella y fue estrenada en el Teatro Ensalle de Vigo el 2 de marzo de 2018. Yo acudí a verla el domingo día 4 de marzo.
Carmen deja que la danza nazca como nace un gesto, como puede nacer una sonrisa o producirse un parpadeo.
Las manos salen de los bolsillos e inician la danza.
Casi siempre hay una referencia externa visual. Carmen no está sola en el escenario, aunque, físicamente, no haya nadie más sobre el linóleo.
Hay una mirada hacia afuera.
Todo lo que hay está y actúa.
Utiliza el abrigo, la melena, un pañuelo para el cuello, las 2 sillas y el taburete.
La melena es ella, la caracteriza, forma parte de la imagen que tenemos de Carmen Werner, igual que su cuerpo delgado y su figura menuda.
En la misma órbita, los pocos objetos y la ropa que utiliza se incorporan a esa especie de identificación, de intimidad, por su inclusión en la coreografía.
Las 2 sillas y el taburete, el abrigo gris y el abrigo negro, el pañuelo para el cuello, la goma para atar el pelo… estructuran las secuencias coreográficas y también estructuran el espacio, igual que lo hacen las hermosísimas atmósferas lumínicas diseñadas por Pedro Fresneda.
La luz, los mínimos objetos y el cuerpo en movimiento o quietud, se envuelven desde una poética de la substracción.
Las manos y los brazos abren y cierran el abrigo, como si fuese la capa de una maga, de alguien que viene por la tierra, a ras de tierra y, de repente, se alza como ave que hace y deshace un vocabulario secreto de gestos.
Brazos que se recogen y se enredan, que sacuden el aire.
La escenografía lumínica y musical va estructurando cuadros en De parte de ella.
El título nos avisa de que todo está decidido y viene de parte de ella.
Al final surge la palabra en la boca: “Ella era más débil y ella más fuerte y yo estaba segura. […] Y por estas pequeñas cosas morimos. […] Ahora mismo, las tres seremos más fuertes.”
Y sí, esa es la sensación que nos queda. Cómo la sencillez engendra una robustez necesaria. La fuerza magnética de lo sencillo, de lo pegado a los impulsos propios de un cuerpo único, labrado por los años y por el oficio escénico.