Delusión
Escribe la mujer que más me sorprende últimamente que desistir es la elección más sagrada de una vida. «Desistir es el verdadero instante humano. La renuncia es una revelación». Tal vez porque la decisión de desistir llega siempre después de haber atravesado un camino de ilusiones, visiones y cegueras hasta acabar estrellándose contra la desilusión. Pero la desilusión no es más que una etapa necesaria para volver a ver claro y caminar de nuevo.
Actrices, actores, directoras, dramaturgos, escenógrafas…conversando con diferentes personas relacionadas con las artes escénicas, todas parecen tener como denominador común la ilusión. Ilusionar como gran oficio. Por un lado, el de crear ilusiones que desdoblen la realidad y permitan verla mejor y, por otro lado, el de ilusionarse. Entonces, en cada creación, ilusionar como objetivo del trabajo y también como estrategia para seguir adelante, sin perder la ilusión ni la esperanza. ¿Pero cómo lograrlo sin apagarse si parece que siempre hay que hacerlo por arte de magia o por amor al arte? El último, el amor, que no desaparezca o la esclavitud será total; la magia, podría mantenerse si no olvidamos que tras ella está la técnica que permite la ilusión. Si nos olvidamos de ella, corremos el riesgo de caer en el paso previo a la desilusión: la delusión.
«Delusión». La palabra la incorporo directamente del portugués «delusao», a raíz de una intervención que la Monja Coen realizaba hace unos meses sobre la importancia de la comunidad y donde recordaba la existencia de ese vocablo -«delusao»- para referirse a la forma en la que la mente se engaña. Entonces, «delusión» como un engaño de la mente. «Delusión» como esa ceguera que padecemos precisamente porque vemos, esa ceguera que nos visita cuando miramos una cosa y olvidamos las demás, porque cuando un objeto surge, ignoramos los otros, como sucede en la magia. Delusión como ese modo de ver una pintura y podemos reconocer un río o un paisaje pero nos olvidamos de la tinta y del papel. Al igual que en la pintura, las propuestas, los proyectos o las ideas no nacen solas. Siempre hay alguien que las imagina, las diseña y persevera hasta materializarlas.
En ocasiones, cuando las circunstancias son muy adversas –por cuestiones políticas, económicas, sociales, anímicas, familiares… curiosamente todas van siempre muy entrelazadas- la ilusión sigue avanzando pero normalmente acaba enflaqueciendo y estrellándose contra ese muro: el de la desilusión.
Sobrepasado ese muro, está el territorio del desierto. Y el desierto es ese laberinto implacable y sin opciones, el gran laberinto lleno de espejismos que, después de todo, son siempre fruto de la ilusión. Una vez en él, queda volver a apostar por uno de ellos e ilusionarse. Tal vez nuestra gran obligación sea la ilusión. Hasta el momento de desistir y volver a emprender de nuevo el camino en el corazón del desierto.