El Hurgón

Democracia en oferta

La oferta permanente es otra de las características de la contemporaneidad, porque lo que suena a oferta se convierte en un símbolo de esperanza, cuya esencia es la promesa de que tarde o temprano cada quien va a conseguir algo.

Todo está en oferta, también la democracia, y una forma de comprender la oferta democrática es a través de las diferentes estrategias creadas por los medios para facilitar el acceso a los sueños.

Por eso, no solo el flujo de datos, cuya acumulación está identificado con la adquisición de conocimiento, se encuentra en oferta permanente, a muy bajo costo, y sin necesidad de hacer ningún esfuerzo mental para adquirirlo, pues también se han iniciado procesos que permiten crear un flujo democrático, de fácil digestión, y de garantizado entretenimiento, propuesto por los tradicionales medios masivos de comunicación, a través de las nuevas modalidades de concursos, permitiendo de esa manera crear la idea de que la democracia también ha entrado en oferta,

Se trata de programas en los cuales se advierte la pretensión, por parte de sus gestores y realizadores, de democratizar el acceso a la fama, y limpiar el camino hacia ella de los tortuosos momentos de disciplina, creatividad y tolerancia excesiva a que debe consagrarse quien anda en su busca, porque se ha encontrado en el veredicto del público una forma de obviar lo anterior y no convertir la ausencia de estos atributos, como en otros tiempos, en un símbolo de mediocridad, consiguiendo de paso que la tolerancia con lo superfluo también sea puesta en oferta.

Entendemos que para facilitar el ascenso a la fama, y poderlo hacer de la manera como lo hacen los medios, para crear la impresión de una oferta democrática, ha sido necesario hacer algunos cambios en el procedimiento, para darle a la fama un cierto carácter de circunstancia, y dejar de lado temas morales cuyo despertar se produce cuando se hace la pregunta de si quien ha llegado a ella lo ha hecho a través de un acto consciente, o le ha sido impuesto, pues esta nueva forma de llegar a ella es la consecuencia de un trabajo hecho por terceros, que hacen de quien finalmente la ostenta un autómata a quien le queda un recuerdo de satisfacción, y ninguno del proceso de un esfuerzo anterior.

Este nueva forma de ascenso a la fama, valiéndose de la oferta democrática, aparece como fruto de la condescendencia de un público, y deja en entredicho el esfuerzo hecho por el afamado, y es por eso que elementos considerados tradicionalmente tan importantes para conseguirla, como la disciplina, por ejemplo, no es ya un acto de voluntad de quien la busca , sino inducido, porque a quien se somete a estos concursos se le confina en un lugar en donde se borran su iniciativa, creatividad y personalidad, para adaptarlo a las exigencias de emulación que los gestores del concurso le imponen.

En este tipo de programas, la falta de coherencia, calidad y demás se resuelve con la aparente responsabilidad que asume el público al momento de elegir, con lo cual, el malestar o el sentido de frustración que queda en quienes aún creen en la eficacia del esfuerzo, no es imputado a quienes organizan estos eventos, sino al público.

Parodiando aquella vieja frase, según la cual cada pueblo tiene el gobierno que se merece, podemos decir, ahora, que cada público va creando también el famoso que se merece.

Si la democracia tradicional ha condenado a muchos pueblos a tener pésimos gobiernos, la de oferta les impondrá también la condena de tener que soportar a famosos sobre los cuales, poco o nada saben.


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