Escritorios y escenarios

Desasosiego

A propósito de las “Reflexiones sobre la composición dramática”, de Thornton Wilder que estuve leyendo, hay un par de ideas que me están dando vueltas. No, necesariamente, por su novedad, más bien porque me remiten a algunas de mis actuales inquietudes. Parafraseando a Wilder, él menciona que el teatro es un mundo de ficción construido por convenciones y que por ello no debería alarmarnos la idea de que en la antigüedad un actor representase el papel de Medea. Y, que, de hecho, en los grandes periodos de “esplendor” del teatro, lo que se ponía en la escena estaba infestado de convenciones de este tipo, en parte para incentivar el trabajo de la imaginación. Así pues, el juego teatral parte, en su inmensa mayoría, del supuesto de que nada de lo expuesto sobre la escena es eso “realmente”. Ni el actor es el personaje, ni el escenario un castillo, ni siquiera el actor que representa a Medea es una mujer. ¿Están de acuerdo con que esto no es nada nuevo?

La inquietud me invade cuando ubicándome en mi contexto percibo que esta lógica de la ficción, del juego con la convención, está en pugna. Y está en tensión debido a varias posturas que evidencian un cambio de mentalidad. Ahora que lo pienso quizás tenga relación con nuestra fascinación por lo “real”. Por supuesto los cambios de mentalidad son importantes y necesarios, pero estaría mintiendo si dijera que hay algo que no logro entender. Y es que pareciera que los fabuladores teatrales deben andar con cuidado, deben caminar de puntas sobre el suelo a la hora de idear sus historias.

A veces siento que es como si cada vez se pudiera fabular menos sobre lo que uno no ha experimentado o vivido. ¿Estaré exagerando? Como si un creador solo pudiera hablar de aquello que le consta. Como si un actor solo pudiera representar lo que ha vivido. Como si en el arte de la ficción teatral no se pudiera investigar, como si no se pudiera especular en el sentido de imaginar alternativas para construir universos que no son ciertos “realmente”. Como si la ficción tuviera la obligación de convertirse en un testimonio simbólico de una experiencia de la que únicamente es legítimo dar cuenta si se ha pasado por esa experiencia en primera persona. ¿Qué podría pasar con el teatro si cada vez se pudiera jugar menos a imaginar la otredad?

Domingo 28 de julio, 2024.
Bogotá, Colombia.


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