Y no es coña

Desde la neurosis y la ética oportunista

Por razones sobrevenidas, en un domingo otoñal hermoso, relamiéndome en las emociones de este fin de semana, he decidido que no voy a opinar de manera personal sobre los recién nombrados en el Teatro Español de Madrid y las Naves del Matadero también de la capital española. Se han presentado a una convocatoria pública, han pasado unas pruebas y unas cribas, un jurado elegido y seleccionado, obviamente, por los responsables actuales del ayuntamiento, han tomado una decisión que se supone se ha realizado desde conocimiento y las circunstancias concurrentes y en libre competencia con los proyectos de las ternas finalistas.

Ahora esperaremos que tomen posesión, que nos den pistas de sus ideas, que las lleven a buen término y seguiremos observando los hechos, no las intenciones. De momento, felicitamos a los elegidos, confiamos en que llegan con ganas de mejorar lo anterior y que recuerden que no les han dado un castillo, sino un compromiso con los públicos presentes y futuros, no una oficina de colocación para amigos, ni un chiringuito para sus cosas. Bueno, esto que escribo, debería ser la labor principal, el trabajo que deben hacer los políticos o técnicos que les dan esa posibilidad. A lo que íbamos.

Sigo sin saber si se nombrará gestor directo en el Fernán Gómez, el Conde Duque, el Price y algunos edificios más que se construyeron con fines importantes y han desaparecido del plan inmediato. Me refiero a uno magnífico que fue diseñado para el teatro para niños y niñas, por ejemplo. En fin, demos tiempo al tiempo. No voy a incidir más. Se van nombrando responsables en los edificios, pero me parece que lo que se necesita, también, es dotarlos de un campo ideológico para sus contenidos. Los nombres nos pueden gustar más o menos, pero lo que al final significa algo para la ciudadanía, es lo que cuenta, lo importante. Insisto en esto, porque ya digo estoy con retranca emocional y ética. ¿O era otra cosa?

De lo que quiero hablar hoy de manera urgente y superficial, como siempre, es de que Los Premios Max, han vuelto de manera completa a la Fundación SGAE, lo que me alegra, porque lo sucedido en la edición anterior, que se apropió de manera un poco forzada la Academia Española de las Artes Escénicas, de la que soy miembro de número, es decir un bulto sospechoso que rellena butacas, fue bastante poco recomendable. Los Premios Max se miden con dos baremos, como mínimo, su repercusión general, es decir que las Artes Escénicas ocupen un espacio mediático en positivo y después lo que sirve de revalorización en el mercado de las obras, autores, actores, directores y demás galardonados.

Creados desde la SGAE, los Max han tenido una vida en ocasiones algo convulsa, porque la entidad no ha pasado por momentos gloriosos, sino por escándalos y desafortunadas decisiones de gestión. Se votaban de manera universal, o dicho de otra manera, había una lista de votantes, muy abierta y amplia, y quien quería votaba. En las ediciones anteriores a la del año pasado, comisiones territoriales proponían listados de candidatos, personas seleccionadas por la Fundación SGAE con trayectoria profesional reconocida y reconocible formaban comisiones que iban votando y al final, se elegía a los ganadores. Este sistema levantaba también sus lógicas objeciones.

Para no confundir a nadie, he formado parte de esas comisiones. También formé parte de la que dábamos el Premio Max de la Crítica. Y he votado en secreto más de una vez en todos los rubros porque tenía ese derecho. A excepción del año anterior que de repente solamente podían votar los miembros de la Academia. Y claro, no me parecía lógica esa derivada debido a la propia composición de la Academia. Y el resultado de los Premios me dieron la razón. Sin apenas presencia la Academia en Catalunya, ni Euskadi ni en muchos otros puntos, desapareció el teatro catalán de los premios y se focalizó en Valencia, tierra teatral magnífica y que por circunstancias coyunturales tiene una buen nómina de académicos.

Bueno, desde todas las distancias y con la neurótica decisión de ser mejor para contentar a mis deudos, digo solemnemente que hay que proteger a los Premios Max de todos los halcones, de todos los que creen que las Artes Escénicas son su cuenta corriente y sus negocios y/o ambiciones y no un bien cultural colectivo y me da que en las SGAE están, en estos momentos, mejor arropados y con más posibilidades de seguir creciendo. Con retoques, con todo lo que se quiera, pero hay una tradición y una marca.

Yo al menos, me apunto a seguir colaborando si es que lo cree alguien conveniente. Como experto y como miembro de esa sociedad intentaré aportar lo que pueda. Como siempre hice. Y me escucharon y se aceptaron mis propuestas o no. En otras instancias uno debe decir sí. Y callar. Democráticamente, claro. Ya me sale el bicho. Nada, fuera malos pensamientos. Me dedico a disfrutar de este otoño camino de México para rodearme de libros teatrales en su Feria Internacional. Un placer.


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