Desescalar, desconfinar y teatrar
Seguimos sin poder ir a los teatros, aunque a partir de la fase 2 de la desescalada puedan abrir. La reducción del aforo y las condiciones necesarias de desinfección etc. encarecen y hacen poco viable la apertura. Las denominadas salas de teatro alternativo, con aforos, por ejemplo, de 50 espectadoras/es, con la restricción del 33% en la fase 2, reducirían sus lugares a 16 espectadoras/es, y en la fase 3, con la restricción del 50%, reducirían el aforo a 25 espectadoras/es.
Por otra parte, el personal necesario para labores de desinfección y control, si las artes escénicas fuesen un bien común protegido por el Estado, debería ser subministrado por la Administración, porque la mayoría de las salas independendientes, aún financiadas con subvenciones públicas, subsisten en un régimen de precariedad. Y en cuanto a los teatros municipales y públicos, estos necesitarían también una mayor inversión económica para hacer frente a esos gastos añadidos.
Otra cuestión complicada es la del juego en escena respetando las distancias de seguridad y con mascarilla. Una limitación que sería casi imposible de salvar, por ejemplo, en espectáculos de teatro dramático realista con afán historicista. Por ejemplo, una pieza que pretenda generar ilusión de realidad y ambientarse en los años 80 del siglo pasado o a finales del XIX y principios del XX. ¿Te imaginas El jardín de los cerezos de Anton Chéjov con mascarillas y manteniendo la distancia social entre actrices y actores, de tal manera que los personajes nunca tuviesen una proximidad ni un contacto físicos? Me imagino esa obra, en la escenificación de Peter Brook, con mascarillas y distancia social y me chirría. Otra cosa sería el teatro y la danza que no representan una realidad ajena a la del propio juego escénico. O sea, aquellos espectáculos de dramaturgias posdramáticas que, en vez de representar una realidad ficcional, juegan a crear una realidad autoafirmada en escena. Ahí la mascarilla y la distancia social formarían parte del propio juego con el riesgo, eso sí, de que todos los espectáculos hablarían, por lo menos en alguno de sus niveles de recepción, sobre la pandemia y las hipótesis de relación en un contexto profiláctico. Esto haría que todos los espectáculos fuesen variaciones en torno a la cuestión de cómo relacionarse ante la mediación antiséptica y el miedo al contagio e un arte que, como señalaba Antonin Artaud, funciona por una especie de contagio: el del afecto, la empatía, la emoción y el pensamiento compartidos.Mientras no exista una vacuna y un remedio eficaz y accesible esta realidad que nos afecta va a estar ahí. Y cuando deje de estar ahí quedarán sus secuelas. Nada volverá a ser exactamente igual que antes de la pandemia. Nada volverá a ser igual, aunque no hagamos esa necesaria revolución que nos debería liberar de la manipulación y la depredación del consumo y de los grandes aparatos de marqueting. Aunque las cosas vayan a seguir igual. Nada volverá a ser lo mismo. Primero porque no hay vuelta atrás objetiva. Segundo porque las experiencias traumáticas y la incertidumbre vital que mucha gente ha vivido, en mayor o menor grado, a raíz de esta pandemia, van a formar parte de las personas, de lo que son, de lo que somos. Y yo creo que ninguna/o de nosotras/os se ha salvado de sufrir, de algún modo, esta situación y lo que nos queda.
Por eso se me ocurre pensar que, quizás, no estaría de más un aluvión de espectáculos de teatro, danza, circo, etc., que sean variaciones sobre esta crisis pandémica, tan amplia y profunda en las vivencias de cada cual como para originar creaciones escénicas diversas, complejas y necesarias. Aunque sea con mascarilla y distancia social, como elementos icónicos y unificadores.
Otra opción, que se me pasa por la cabeza y que pone de relieve otras difunciones sociales, es la de espectáculos cuyos elencos adopten las mismas medidas que los equipos de fútbol que, en nada, empezarán, de nuevo, a jugar partidos espectaculares. Para jugar al fútbol dudo que vayan a correr y a dar el máximo esfuerzo con mascarilla y sin contacto físico entre los jugadores. Las medidas que van a adoptar para poder jugar en condiciones de seguridad seguramente dependen del poder económico del que, hasta ahora, el fútbol de élite ha gozado. A mí me da la impresión que para el fútbol, desde que yo tengo memoria, siempre ha habido más dinero que para la ciencia y la investigación. A la sociedad le hace más falta el fútbol que la ciencia. A juzgar por la inversión, el gasto y la difusión, se podría decir que la sociedad necesita más el fútbol que la ciencia y, por supuesto, que las artes escénicas.
Por tanto, no veo muy factible esta segunda opción de que las compañías de teatro y danza continúen a trabajar con las mismas medidas y posibilidades que lo van a hacer en breve los equipos de fútbol.
Otra cosa, quizás, serán los espectáculos de calle, en espacios abiertos, sin necesidad de que el público se siente en lugares fijos que haya que desinfectar y en un sitio con amplitud suficiente como para que la gente no tenga que estar apiñada. Pero, en este caso, la distancia social en el juego artístico tendría que mantenerse igualmente, o bien utilizar las mismas medidas que los equipos de fútbol, improbables en las artes escénicas por su precariedad endémica.
La tercera opción está clara: esperar a que toda esta pesadilla pandémica pase. Pero, por el camino y mientras tanto, ¿qué?