Día de cine infantil
Me tocó ir al cine con mi hijo menor. Obviamente mis expectativas sobre lo que iba a ver estaban relacionadas con las películas que yo mismo vi siendo niño. Una trama 100% infantil con un grado de violencia equivalente a la de decir popó.
Mmmmm, como suele suceder mis expectativas no tuvieron mucha relación con la realidad.
Antes de entrar a una de las 20 salas, yo figuraba con un volumen de palomitas de maíz suficientes para ver al menos 3 películas y la cantidad de gaseosa necesaria como para predecir sin temor a equivocarme que al finalizar el film, mi visita al baño sería ineludible.
Me quedó claro que la industria de las sinopsis tienen una depurada técnica al ser capaz de mostrar hasta a la más aburrida de las cintas (¿con la era digital las películas seguirán en celuloide?) en una súper producción imperdible.
La mercadotecnia ha introducido su experticia y dándose cuenta de que los niños obviamente no pueden ir al cine solos, al menos hasta ahora, sino que acompañados de algún adulto meridianamente responsable, para que estos no se aburran y lleven a los menores a sentarse frente a la pantalla grande, más de algún chiste de doble sentido que solo a los adultos puede hacer gracia, estaba incluido en la película.
Por otro lado hasta la familia disfuncional del Pato Donald parecía el modelo ideal frente a las complicadísimas relaciones familiares de amor y desamor que fueron y son exhibidas como normales, incluso en 3d.
Y a la salida, muñecos, yogurts đe sabores indiferentes pero con stickers incluidos y de un cuanto hay para no dejar de ganar.
No soy de la época del cine mudo en blanco y negro pero no me cabe duda que el hecho de ver las imágenes acompañadas por un pianista en vivo, sin duda tenían un encanto único, tanto como para esconderse debajo del asiento cuando se veía aparecer un tren avanzando a toda velocidad hacia las butacas.
Seria desquiciado el hecho de pensar que la niñez contemporánea al estar bombardeada por tanta información de todo tipo, tuviese el mismo grado de ingenuidad que años atrás.
Somos producto de la evolución y así como la humanidad ya no cree en el dios fuego o en el dios viento, los niños rápidamente comienzan a cuestionar su entorno y a complejizar las posibles respuestas.
El cocodrilo que vivía bajo mi cama cuando yo tenía 4 años, para mis hijos es un alienígena capaz de abducirlo y llevarlo a galaxias lejanas donde unos ciborgs se sirven de humanos para hacer trabajos imposibles.
¿Pato Donald o ciborgs?
No podemos negarnos al desarrollo porque si aislamos a nuestros hijos de las influencias del medio, nos estaremos aislando nosotros mismos para transformarnos en discapacitados sociales.
No existe nada nuevo bajo el sol y la única alternativa posible para que un enano verde no secuestre a nuestros hijos y nosotros no seamos aniquilados por una invasión extraterrestre como el día 30 de octubre de 1938 cuando el joven Orson Welles secuestró la imaginación de millones de oyentes con su versión radial de la guerra de los mundos, es conversar de todo y con todos. La palabra es el salvavidas capaz de ayudarnos a sobreponernos del temor a lo que sea.
Después de la película, durante largo rato conversamos con mi hijo de 7 años y por fin pude entenderlo todo; el extraterrestre no era el malo sino la dulce ancianita.
No lo pude resistir, igual nos compramos unos yogurts con stickers.