Diálogos en tiempos de incomunicación
Parece que el teatro este verano ha funcionado a contracorriente de la situación sociopolítica española. En tiempo de no diálogo, impulsado por Pedro el Empecinado (¿publicará o, al menos, será de dominio público su tesis doctoral algún día, matriculada, realizada y aprobada en una universidad privada?), varios espectáculos han realizado un fructífero diálogo entre diferentes lenguajes artísticos y distintas y lejanas culturas. Esto ha ocurrido en los principales festivales de Europa, una tendencia que se reafirma, pero que se ha podido ver en nuestro país, en el Festival Internacional de Teatro Clásico de Almagro.
Allí dos espectáculos han destacado en esa dirección, Song of Lear y Kijote Kathakali. El primero de ellos, con dramaturgia y dirección del polaco Grzegorz Blal con base en la tragedia de Shakespeare, El rey Lear. La propuesta se organiza en 12 escenas y sobre un ejercicio de deconstrucción y reescritura de una partitura escénica y musical, que interpretan una docena de actores/músicos/cantantes. Blal se centra en tres personajes, el rey, Cordelia y el bufón, y las escenas objeto de su trabajo son principalmente aquellas en las que la desheredada hija de Lear participa en la acción.
La acción e intención de cada de una de las escenas sirven para crear una atmósfera y en ella se desarrolla un muy medido trabajo gestual y proxémico, que acompaña una canción, cantada a capella (todo los más acompañado por instrumentos folclóricos). Este conjunto armónico sirve para contar en crescendo la locura de Lear y la cambiante relación con la hija. En un primer momento sobresale la armonía y la sonoridad de las canciones, compuestas por Maciej Rychly, pero de manera paulatina se impone el trabajo del actor.
La comunicación no verbal entre ellos es palmaria, a través del gesto, movimientos y distancias, pero sobre todo mediante la mirada, mediante la que los actores trasladan sentimientos, emociones y establecen una relación donde el que lleva la acción y, de manera sobresaliente, el partenaire, juegan un sobresaliente papel. Espectáculo original, ameno, con un fuerte trabajo de actor que, al tiempo es magnífico cantante, donde el ritmo, la coralidad precisa a cada instante y el trabajo con el compañero adquieren un protagonismo de primer orden.
Por el hilo conductor de algunas escenas de El Quijote cervantino, las más célebres, transita este Kijote Kathakali; es decir, un diálogo entre dos lenguajes distantes, el literario y la danza kathakali, en el que hay una traslación gestual y dancística de cada uno de los episodios, pero también una impregnación de signos, movimientos y espíritu quijotesco a los bailarines intérpretes y a las canciones de este ancestral baile de la India.
El espacio vacío se ocupa por dos cantantes y dos instrumentistas, y por los personajes que dan vida a cada una de las escenas de El Quijote; en esta dirección resulta un acierto el desdoblamiento en dos actores del Quijote ficcional y el que a ratos resulta cuerdo y muere en escena, al finalizar la novela de Cervantes. En el foro, una pantalla recoge algunas imágenes deformadas del protagonista que inciden más en la locura que le atenaza.
En este marco occidental (el de la historia), irrumpe el código del kathakali, con sucesión de signos herméticos para el espectador occidental, aunque en este caso el conocimiento de la historia ayude a atisbar el significado de algunos. Pero en cualquier caso, los movimientos subyugan, atraen, sorprenden y golpean la sensibilidad del espectador por la belleza, el encadenamiento de formas y la complejidad compositiva. Más claros, aunque no menos sorprendentes son los signos faciales, donde la interrelación oriente occidente es más clara por la hibridación de lenguajes.
Colorido en el vestuario, vistosidad, misterio, todo ello con una sucesión ágil del tempo ritmo, sin dar ocasión a esas detenciones o recreaciones a las que es tan dado el kathakali. Por último, es de destacar el valor contrapuntístico de la palabra (la voz de José Sacristán en algunos momentos), la música de la India y la danza, y el trabajo de dirección (Ignacio García), que da coherencia, sentido y teatralidad a una difícil propuesta.