Diario de escena (VII): De traslado
Ya estamos instalados en el Auditórium de Kultur Leioa. En cuanto uno está en su escenario se percibe la especial intimidad de un teatro que está en el subsuelo. Su silencio parece más silencio, como si el aire ahí abajo pesase más. Tal vez el recorrido que hay que hacer hasta llegar allí, con varios pasillos cuyas paredes están pobladas con carteles de todas las compañías que han actuado en ese mismo escenario, ayude a enfatizar esa sensación densa que se mezcla a su vez con la clásica responsabilidad e ilusión que preceden a un estreno.
El trabajo de la semana ha estado orientado a adaptarnos a ese nuevo espacio. Si uno observa al equipo de trabajo entrando por primera vez en un nuevo escenario, se vuelve claro en qué sentido se orientan dichas adaptaciones. Los actores enseguida miran el patio de butacas, midiendo distancias, imaginando ya a los espectadores, tratando desde el primer momento de ajustar sus acciones físicas y vocales a un espacio que tiene una amplitud, una arquitectura, un silencio particular. El iluminador enseguida mira al techo, situando en su mente el plano de iluminación sobre las varas desnudas. El responsable de sonido observa el teatro como si fuese un gran megáfono, intuyendo dónde pueden surgir ecos, opacidades, rebotes deseables o evitables, tratando de anticipar el lugar en que deben situarse los diferentes bafles. Y el director… pues el director trata de percibir todo ello y observa al equipo mirando, para intuir en su semblante cuáles pueden ser las potencialidades y dificultades que nos vamos a encontrar en los diferentes ámbitos.
Como ya comenté la semana pasada, después del primer pase interno con espectadores hemos cambiado ciertas escenas. No son cambios muy significativos, estructuralmente no han sido modificaciones difíciles de realizar, sin embargo en un espectáculo que trata de armonizar todos los elementos de la puesta en escena, cada cambio en un área afecta al resto de las áreas. De ahí que los últimos ensayos se hayan orientado a empastar acción, luz y sonido en este nuevo escenario, asumiendo al mismo tiempo la nueva versión de la dramaturgia escénica. Es un trabajo por momentos arduo, laborioso, porque cuando todo parecía estar, cuando se veía por fin la luz al final del túnel, hay que seguir picando piedra.
A partir de mañana los ensayos buscarán la fluidez, engrasar la maquinaria interna, en otras palabras, enriquecer la gama rítmica de la pieza. Me vienen ahora las palabras de Vicente León, cuando nos aconsejaba incidir en el ritmo sólo al final de la pieza, una vez que la puesta en escena en sus acciones sea clara. En nuestro caso, aunque hemos incidido en ciertos aspectos rítmicos con anterioridad, es ahora cuando se revela más perentorio y eficaz hacerlo, cuando el recorrido escénico está ya cerrado. Mientras trabajamos en ello, aparece una incertidumbre que nadie ha invitado, una pasión de color desconocido, cierto miedo que se disimula con risas que se escapan o con una seriedad de subrayado especial. Las emociones dan una vuelta de rosca antes de un estreno.