Zona de mutación

Dictaduras del gusto

Lo actual, lo intempestivo. Actuar contra su tiempo, y de esa manera, sobre su tiempo, y a favor de un tiempo porvenir. Muchas veces a través de estrategias y acciones extemporáneas. El juego generacional termina en movimientos de hegemonización que son dictados por el gusto, por el imperativo de algunas modas o tendencias que usufructúan, a menudo, de las franquicias y prebendas que el cuadro de poder imperante les otorga. De peso específico, ni hablemos. Se trata de un run-run, en el fondo conservador, capaz de mostrarse perplejo ante la experimentación a ultranza. Los retrasos de los aggiornamentos de los paradigmas creativos, de una época alfabética a una post-alfabética (Bifo), son las prevenciones que un cierto sistema de mirada defiende para mantener su perspectiva. Haciéndose los tontos, aunque no podés hacerte el tonto si sos tonto (Martin Kippenberger).

Desbordar las estéticas a base de rupturas sistemáticas, para no quedarse en ninguna, suponiendo que la dinámica es sinónimo político del no dejarte atrapar. Pero, los anclajes calman los nervios. Permite que el aura se mire en el espejo.

Es un ‘tour de force’ con la propia realidad. Es que «no tenés cuerpo, sos cuerpo» (Wilhelm Reich). Es una acción cuerpo a cuerpo. Sobre las cosas, en palpación directa de las vibraciones, geografías. Performatizando en el instante. Cuando la subsunción en el presente sólo puede ser instintual, con memoria de pez. Siempre hay tiempo de hacer evaluación, decodificando cicatrices. Ese viaje, obviamente, no representa un sentido. A lo sumo es la experiencia de un accidente, reconstruible por las huellas vivenciales resguardadas en el cuerpo. No se puede instilar esa vivencia. Es a bocajarro. Porque hay que resguardar una sensibilidad, una capacidad de sentir que no se contamine. Rompiendo para ello el tiempo. Salvando las cápsulas de eternidad que hay en el instante. Impidiendo se nos cuente lo que ya sabemos. Sosteniendo a lo sumo, aquellas cosas innombrables que por el hecho de mentarse, pueden convertirse en falso mérito. El arte no es vocero de la historia, es en todo caso su efecto de Maya. No es que los hechos corran a esconderse, sino que las causas que provocan hechos, han de ser conjuradas hasta provocar aparecimientos restallantes, sorprendentes. Cada hecho pulsiona arrastrando el sustrato de lo que representa al Yo como al Nosotros.

Pero hay estrategias retardatarias que digitan cómo hay que reaccionar. Inducciones varias a maneras de sentir premeditadas. Conductismos ideológicos destinados a evitar los desafíos y peligros de lo siempre novedoso. La simple fórmula de una ‘creación a ultranza’, elevada al rango de forma de vida, introduce un vértigo que mejor se puede domeñar en una industriosidad artesanal. La figura del poeta loco, intrépido al infinito, amilana con su azufre. Mejor solventar una carrera a base de profesionalismo, a base de tonto ideologismo, de crasa inmadurez, siempre al servicio funcional de.


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