Dionisio Ridruejo. Una pasión española/Ignacio Amestoy/CDN
Una obra honesta
Apreciamos en todo su valor el empeño de Ernesto Caballero en montar autores contemporáneos, en particular en esta ocasión por tratarse de Ignacio Amestoy, un gran hombre de teatro: autor, director y docente de la RESAD, gestor de centros y actividades culturales, y hoy responsable de UNIR Teatro de la Universidad Internacional de La Rioja. Y no se trata en este caso solo de valorizar a dramaturgos vivos, sino de recuperar una obra emblemática y nunca representada.
Ya nos hemos ocupado reiteradamente de las numerosas piezas que Amestoy ha estrenado con éxito, siempre de fuerte compromiso y con especial atención al problema de la mujer, pero esta obra se había visto incomprensiblemente relegada. Escrita en 1983 es intensa y difícil, bien estructurada, se desarrolla en los días 28 y 29 de junio de 1975 en un «gimnasio de un centro de rehabilitación militar», y trata de un personaje tan interesante como discutido. Amestoy nos habla de él a través del desdoblamiento del protagonista, un coronel compañero en la División Azul de Dionisio Ridruejo, a quien admira incondicionalmente, pero sin tener el valor de evolucionar como él hacia convicciones democráticas que reprime en su mente. De ahí que en sus ataques de locura se transforme en el visionario falangista.
La idea del autor de situar la acción en el microcosmos de una residencia militar con funciones de gimnasio, centro geriátrico o de tratamiento de desórdenes mentales, es original y potente. Es un ambiente muy adecuado para albergar cuadros alucinatorios donde los personajes, sobre todo en sus momentos de desvarío, den rienda suelta a las posiciones y evoluciones políticas revisitadas en la obra. Esta es una de las dificultades que afronta el texto y desafía el montaje: hilvanar de manera inteligible una sucesión de desdoblamientos de los personajes, momentos de inmersión en la mente alterada del coronel Arenas que se muda en el Ridruejo de verbo inflamado y ve al Generalísimo en el general discapacitado huésped del Centro.
Se requería la capacidad de un director atento y detallista como Juan Carlos Pérez de la Fuente para montar una pieza de esta dificultad, logrando que la platea capte las transfiguraciones de los personajes sin riesgos de confusión, con más facilidad que en la lectura del texto, aun siendo plenamente respetuoso del mismo. Su escenografía reproduce un típico gimnasio rodeado de espalderas, con canasta de baloncesto, balones, cuerdas lisas y de nudos que bajan del techo, potro, plinto y una gran bandera mural con escudo preconstitucional cubriendo el fondo. A los lados dos ángeles dan un aire más sublime a un espacio tan contundente. Se trata de serigrafías que reproducen un particular del Monumento ai caduti de Angelo Bistolfi, que la asesora escultórica Esperanza D’Ors vio en un viaje a Reggio Emilia. De gran efecto sobre los dos cuerpos celestiales es el juego de luces de José Manuel Guerra que subraya la acción virando al rojo, en los momentos más apasionados, y al azul en los más místicos. El director, con su reconocido oficio, logra hacer cortas las dos horas de la función imprimiéndole un ritmo muy sostenido. En efecto, los protagonistas se enfrentan por sus opiniones amplificando su vehemencia en los saltos, encaramándose a las espalderas, en los tiros a cesta, haciendo flexiones o botando a veces el balón con especial contundencia. La dirección de actores es excepcional y subraya unos caracteres ya perfectamente delineados en el texto.
Ernesto Arias borda a Dionisio Ridruejo, un personaje controvertido y multifacético: literato de vocación, poeta de inspiración –una dimensión que se refleja en la construcción de la obra- idealista utópico pero con el valor de revisar sus convicciones y de hacerlas públicas contracorriente, aun al precio de caer en desgracia, perder sus privilegios en el sistema y hasta de la prisión. Es cierto que la mayor parte de su trayectoria es de pura fe falangista y apología del caudillismo, el idealismo autoritario por el que la posesión de la verdad autoriza a una minoría iluminada a imponerla a los demás, pero pronto la realidad del franquismo le haría entonar –con el valor de hacerlo en pleno triunfo del mismo- su orteguiano «no es esto, no es esto» desde la visión y expectativas falangistas. La «poesía que promete» cantada por el Movimiento sería para él, y para algunos otros de paralela trayectoria, poesía defraudada, sueño quebrado por un sistema de intereses amasadores de fortunas, arbitrado por un tirano atento solo a su poder. Todo personaje histórico que haya evolucionado en sus posiciones está destinado a que se le considere «discutido», sobre todo por quien pretenda anclarlo a alguna de sus fases. La obra es honesta en este sentido, porque pone en boca del Coronel dos vibrantes arengas de fe falangista, pero también las dudas y las discrepancias que Ridruejo expuso directamente a Franco, así como su discurso pronunciado el 15 abril de 1975 en la presentación de su partido socialdemócrata. Allí expresa la esperanza y convicción de que en pocos años -estamos a pocos meses antes de la muerte de Franco- España evolucionaría hacia una democracia y más bien de izquierdas. Es mérito de la obra y del montaje dar a conocer a un público más amplio estos sorprendentes y poco conocidos discursos auténticos, tanto los de extrema apología del Caudillo como los de oposición a su sistema de poder.
En la misma línea los otros personajes dan vida a posiciones ideológicas representativas del momento: El General, encarnado por Paco Lahoz, exalta los conceptos de autoridad, obediencia, lealtad y honor frente a la traición, en estridente contraste con el hecho de que el franquismo tenía sus cimientos precisamente en un acto supremo de deslealtad y rebeldía. En varios momentos se transforma en el propio Franco adoptando sus gafas de sol. Daniel Muriel es muy convincente en el papel de un joven Capitán piloto de cazabombarderos, arquetipo de los nuevos profesionales de alta capacitación técnica y mayor cultura, pero crítico del estamento militar tradicional. Ve en Franco a un tirano invasor que encabezó una sublevación contra la legalidad, convertida en un sistema al que cabe oponerse, mientras el Comandante (Jesús Hierónides) es un ayudante del general que se atiene estrictamente a la obediencia acrítica. Nerea Moreno es la Enfermera, un personaje accesorio que, imponiendo su autoridad de dispensadora de medicinas e inyecciones, devuelve a los pacientes a la realidad de su condición clínica o geriátrica, pero materializa sobre todo la imaginación erótica típica de un ambiente masculino cerrado, donde la virilidad es valor obligado. Todos ellos son lineares en su posicionamiento, mientras el Coronel, en paralelo con su otro yo ridruejano, es el único que vive un desdoblamiento contradictorio, un conflicto interno, marcado por la experiencia rusa, que no se expresa en una evolución admitida y abierta sino en una psicosis que le lleva al trágico final tras varios momentos de lúcido delirio.
En este sentido, aun estando todos los actores perfectamente identificados con sus papeles, se debe destacar el trabajo de Ernesto Arias que logra transmitir el apasionamiento, la fuerza de convicción de la oratoria imaginativa e inflamada que indudablemente poseía Ridruejo. Confiesa el actor que afrontó su tarea ciertamente como un desafío profesional, pero sobre todo como manera de entender el poder de seducción que algunas ideologías han tenido en momentos de la historia. Hemos podido constatar sin duda el efecto catártico del discurso que pronuncia, tras el plinto como tribuna, con un público sumido en expectante y sepulcral silencio y que al final estalla en aplausos y ovaciones.
Magda Ruggeri
Obra: DIONISIO RIDRUEJO. UNA PASIÓN ESPAÑOLA
Autor: Ignacio Amestoy
Intérpretes: Ernesto Arias, Jesús Hierónides, Paco Lahoz, Nerea Moreno, Daniel Muriel
Dirección: Juan Carlos Pérez de la Fuente
SALA FRANCISCO NIEVA DEL TEATRO VALLE INCLÁN.
EN LA SALA FRANCISCO NIEVA DEL TEATRO VALLE INCLÁN.