Distancia, amor, enfermedad. Cuando la danza nos hace pensar. Mikel Aristegui
Hay mucha literatura sobre el amor y la distancia. La distancia, incluso la temporal y no solo la física, como prueba de fuego para el amor. “Dicen que la distancia es el olvido”. Para las personas católicas, el cura cuando oficia una boda, una unión matrimonial, les hace prometer a los novios que se amarán en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad. Quizás porque la enfermedad, igual que la distancia, es otra prueba de fuego para el amor.
Y el amor, ¿qué es el amor? ¿Una creencia? ¿Una religión? ¿Una confianza? Cuando dejamos de creer o de confiar el amor desaparece, se rompe. El amor, igual que la religión no admite dudas. Me vienen ahora al pensamiento unos versos de Gonzalo Navaza que me sé de memoria: “É dúbida debida / dubidar da vida. / De amor non, / nin de azar”.
En Sin título 97/17, una pieza de danza de Mikel Aristegui y Marcela San Pedro, vemos como el abrazo inicial se convierte, por la danza, en algo inquieto, en algo que busca asegurarse, en un dar y recibir, pero, también, en una especie de necesidad de sostenerse que roza el desespero. El espacio y la distancia física entran a separar los cuerpos, que parecen no querer desapegarse. El amor, ahí, en esa tensión entre el abrazo y la separación, es casi una lucha. Del mismo modo que es una lucha vencer la gravedad y permanecer en pie. De hecho, uno de ellos se escurre de ese abrazo y cae al suelo, como vencido.
Una persona enferma intenta abrazar la vida. La enfermedad es un aviso de nuestra debilidad y de nuestra caducidad. La enfermedad podría estar simbolizada aquí, en este dúo, por las distancias interpersonales. También por la marginalidad, la bailarina. Masako Hattori, y el bailarín, Mikel Aristegui, en muchos momentos, no ocupan el centro del espacio, de ese suelo de linóleo blanco, sino que se mueven por los márgenes, por las orillas.
Escuchamos, entrecortada, en una voz en off, la noticia de que unos cuarenta millones de personas viven con VIH y que poco más de la mitad reciben tratamiento. Más allá de la reivindicación que esta información nos traslada, al poner de manifiesto una injusticia y una insolidaridad inaceptables, se nos está avisando de la condena a muerte de casi veinte millones de personas por causa de un virus cuya medicación (salvación) solo está al alcance de quien tiene dinero. ¿Dónde está el amor? Yo amo a mi familia, amo a mi pareja, si la tuviese, amo mi profesión, si la puedo ejercer y me gusta, etc., pero no amo a esos casi veinte millones de personas condenadas a morir antes de tiempo por no tener dinero. Nuestros gobiernos nos representan a través del juego de la democracia y expresan ese desamor nuestro por los otros, por las otras. Expresan nuestro desamor irguiendo muros, fortificando fronteras, obedeciendo multinacionales, incluidas las farmacéuticas, etc. Acreditemos o no en este juego llamado “democracia” y en este sistema capitalista, nadie se salva, porque nadie puede vivir fuera de la sociedad, nadie puede vivir fuera de contexto. Y el contexto y la sociedad nos llevan a ese desamor fuera de nuestras relaciones más inmediatas de amistad, familia, trabajo, pareja…
El bailarín tropieza o no tropieza, cae, y las pastillas ruedan por el suelo. Las manos tiemblan, el cuerpo se encoge, las manos se abren, en expresión de súplica y petición de auxilio, pero no hay nadie excepto nosotras/os, que miramos, pero no podemos hacer nada. No podemos salir y abrazar al bailarín mientras baila, igual que parece que no podemos hacer nada por esos millones de personas enfermas, que no tienen acceso a la medicación. Pronto pasará lo mismo con las vacunas del coronavirus, porque la historia tiene el vicio de repetirse.
Mikel se mueve apoyándose en la pared. Su compañera, en la versión de esta pieza, realizada en febrero de 2020 en el Auditorio Municipal de Ourense, Masako Hattori, en cuadrupedia y con la cabeza baja, avanza lateralmente despegando las manos del suelo, como si quemase o como si sus propias hueyas la atrapasen. Entre los dos se cierne un espacio oscuro en medio del linóleo blanco. Cada cual en un camino paralelo y bien separado. Luego vuelve el juego de los contactos en el que manos, brazos y tronco se flexibilizan y se lanzan a por el otro, a por la otra, queriendo alcanzarle, abrazarle, pero las piernas les llevan, sin parar, de un sitio a otro, impidiendo ese sosiego para que la comunión del abrazo, en la quietud, pueda darse.
Ella va contra la pared y eleva sus manos, que permanecen iluminadas, mientras él se queda solo, haciendo frente a unos latigazos que articulan su movimiento en pequeños impulsos súbitos y rápidos, como trallazos. Una mano avanza, pero pequeños movimientos contrarios generan una especie de síncopa corporal. El dúo circula en un contexto de lanzamientos al suelo, de movimientos muy enérgicos, de sacudidas musculares, que recuperaron para la versión presentada en la rectoral de Armariz (Nogueira de Ramuín, Ourense), el 8 de diciembre de 2020.
En la pieza completa, retomada en febrero en el Auditorio Municipal de Ourense, antes de que entre una secuencia de música disco, Deeper And Deeper de Madonna, un tema sobre lo inevitable de caer enamoradas/os y sobre el hecho de no ocultarlo. Antes de que el baile discotequero y el juego de luces, icónicos y, a la vez, liberadores, le pongan el contrapunto aparentemente desenfadado. Antes de eso, Mikel se quita los pantalones y la camisa y se pone unos zapatos de tacón y una chaquetita brillante, mientras nos habla de lo que siempre quiso: vivir en el campo y trabajar la tierra. Un momento de afirmación de la persona, que rompe con el universo conceptual y expresivo anterior. Una pequeña confesión para mostrarnos la persona hoy.
Aquí, en esta confesión hecha en el escenario, ya nos traslada, de alguna manera, a la propuesta de diciembre 2020, en la que la danza vuelve a la tierra, al paisaje rural de la zona de Luintra (Ourense), a la aldea en la que vive.
En general, Sin título 97/17 es una pieza que, como he señalado en el artículo de la semana pasada, renuncia a los efectos y se afianza en los afectos. Incluso no se trata de una pieza en cuya dramaturgia se incluyan sorpresas. Non hay efectos sorpresa, quizás, ese apunte de travestismo, cuando Mikel se pone los zapatos de tacón y, semidesnudo, se viste una chaqueta pequeña de lentejuelas, y se entrega al Deeper And Deeper de Madonna.
Non obstante, en ese baile, en el que podríamos reconocer a cualquier chico o chica, el género aquí es indiferente, en una noche de fiesta, lo humano se instala en el escenario, no como espejo dramático o teatral, sino como realidad con la que podemos empatizar e identificarnos. Lo mismo acontece con el resto de la coreografía, incluso en las secuencias “más” contemporáneas, entre comillas, o de cariz más metafórico y poético.
Lo humano, por suerte, no se puede reducir a un efecto sorpresa ni a un coup de théâtre, porque pertenece a eso que nos une y a eso en lo que se asienta el amor y la comunión, también la teatral.
Sin título 97/17. Una declaración de amor.
Sin título, como título, para una pieza de danza que no solo nos hace gozar de sentir, sino también gozar de pensar. Porque el amor, al final, también se piensa y mucho.
P.S. – Artículos relacionados:
“Cuando el tiempo y la danza se abrazan. Sin título 97.17. Mikel Aristegui”, publicado el 3 de enero de 2021.
“Danza contemporánea y rural. Mikel Aristegui Sin Título”, publicado el 13 de diciembre de 2020.
“HerDanza”, publicado el 7 de septiembre de 2020.