Divinas palabras/ Ramón Mª del Valle Inclán/CDN
Entre la jauría
Obra: Divinas palabras
Autor Ramón María del Valle Inclán
Intérpretes: Fernando Sansegundo, Alicia Hermida, Elisabet Gelabert, Julieta Serrano, Abel Vitón, Fidel Almansa, Julia Trujillo, Pietro Olivera, Emili Gavira, entre otros
Escenografía: Ricardo Sánchez Cuerda, Gerardo Vera
Vestuario: Alejandro Andújar
Iluminación: Juan Gómez Cornejo
Música: Luis Delgado
Dirección: Gerardo Vera
Producción: Centro Dramático Nacional
Teatro Arriaga – Bilbao – 29-04-06 Truenos y centellas; campanadas a difuntos; la piara destrozando el cadáver del lisiado; la masa, el populacho convertido en otra jauría señalando a la adúltera. Crueldades sobre puestas para describir un apocalipsis rural. Ningún personaje parece aportar un signo de dignidad humana. Todo es perversión, se nos describe con incisiones hasta la náusea en la parte oscura del ser humano. Y no se trata de poderosos, sino de lumpen. No son reyes ni tiranos, sino aldeanos, trashumantes y feriantes. No conquistan un país, sino que roban una limosna. No reciben de herencia un condado, sino un carretón donde está postrado Laureaniño, un enano hidrocéfalo al que solamente revive la toma de orujo, pero que bien trabajado sirve como recolector de limosnas.
Y por encima de toda la situación y de su lectura la voz de Valle. El Valle más desgarrado. Las palabras más salvajes, divinas por su primitivismo, capaces ellas solas de destruir un paisaje, de propiciar un olor. La propuesta de Juan Mayorga, que firma la dramaturgia y Gerardo Vera, es dar una preponderancia narrativa a Coimbra, el perro de Séptimo Miau, un personaje libertino, seductor, el que encandila a Mari Gaila y está a punto de propiciar una tragedia más. El perro está interpretado por un actor, y con todas sus gestualidades perrunas, acaba siendo, metafóricamente, lo más humanizado, lo más sensato de toda la retahíla de personajes tremebundos, arcaicos, fruto de la negrura de una tierra abrasada.
Pero en medio de esa espesura existe el amor. La sexualidad casi como un exabrupto que en ocasiones se cruza con el sentido de la supervivencia más agónica. Y el descalabro del concepto calderoniano del honor. Hay perdón, porque existe necesidad,. La desesperación es menos destructiva que la propia realidad en donde se enmarcan estas soledades.
Buena propuesta escenográfica. Un reparto cumplidor, sin altibajos, todo remitido a una expresión excesivamente neutra, contenida, esperando siempre el destello de la palabra que no siempre lleva con la misma claridad y calidad. Pero es un Valle Inclán hecho a conciencia, un banquete teatral.
Carlos GIL