Dom Juan o el festín de piedra/Compañía Nacional de Teatro Clásico
Cínico libertinaje
Obra: Dom Juan o el festín de piedra
Autor: Molière
Intérpretes: Joaquín Notario, Francisco Rojas, Cristóbal Suárez, Natalia Menéndez, Pepa Pedroche, Enric Majó, entre otros.
Escenografía: Pancho Quilici
Vestuario: Javier Artiñano
Iluminación: Carlos Torrijos
Dirección: Jean-Pierre Miquel
Producción: Compañía Nacional de Teatro Clásico
Teatro Arriaga –Bilbao- 31-01-02
Es una mirada pre-romántica al personaje de Don Juan, aquí manteniendo la m de Dom, una tradición de la Comédie Française, que llega de Italia porque Molière se inspira en el mito no de la versión de Tirso de Molina sino de los italianos y por ello la acción se sitúa en Sicilia. Se tendría que contextualizar mucho en la época en la que fue escrita, de las peripecias con la sociedad que sufría el autor, para poder comprender de mejor manera la propuesta de fondo. Porque aquí y ahora, especialmente en este montaje con un problema grave, como es que el actor que da vida al personaje central, no es precisamente el mejor sobre la escena, se nos antoja algo tan distante, tan elaborado, tan producido en la cabeza, en el raciocinio, en el terreno filosófico, que no se acaba de asimilar. Se entienden los objetivos menores, los obvios, pero se escapa todo un trasfondo de enfrentamientos de posturas ante la vida, la religión, la trascendencia y el honor, la libertad y el placer.
Hay un cinismo activo, una hipocresía que envuelve todo, unas proclamas libertinas proclamando como bandera y punto de fin el placer en la vida ordinaria. Pero existe, a su vez, una contraposición formal, la del entorno, incluso la del criado Sganarelle, un personaje grande de la literatura dramática universal. En este montaje dirigido por una autoridad de la Comédie Française, Jean-Pierre Miquel, se consigue un logro, que es el trabajo de Joaquín Notario, dando vida a este inquietante criado, pero a su vez se consigue, sin querer, la mayor contradicción ya qu por calidad de dicción, parece más noble el criado que su dueño, ya que Cristóbal Suárez, tiene una mala ortofonía y una dicción con apócopes que deberían cuidarse y o consigue nunca comunicar más allá de sus posturas de galán, perdiéndose, por ende, los discursos por su mala calidad y dejando al criado como dueño de escena.
La escenografía es estática, la iluminación muy obvia, el planteamiento requeriría seguramente de un reparto más conjuntado y con mejores posibilidades porque todo queda en un montaje en donde la altura de los muros decorados deja a los actores muy pequeños, y un texto que suena demasiadas ocasiones muy maltratado por falta de rigor en la dirección y ausencia de calidad interpretativa.
Carlos GIL