DON GIL DE LAS CALZAS VERDES. Teatro Cor
EN HORA BUENA, CALZAS VERDES
(Reseña de Don Gil de las calzas verdes de Tirso de Molina. Teatro Corsario. Dirección: Fernando Urdiales. Temporada 2003-2004.)
La conocida comedia de Tirso presenta en su planteamiento una realidad injusta (doña Juana burlada por don Martín), cuya justicia poética se ejecuta por medio de una ficción (don Gil/don Gil) multiplicada, a su vez, por otra ficción (doña Elvira/don Miguel) que calca la realidad, proyectando simbólicamente el conflicto dramático en “otros”, merced al engaño barroco (ficción por ficción igual a realidad) que reintegra al Orden el Caos.Y ese Orden -el del Honor-, es restablecido por la inteligencia de una mujer “tracista” que crea un enredo tejiendo una ficción (señora /efebo/dama) que ella misma irá destejiendo (dama/efebo/señora) como una hiperactiva Penélope –de Vega- en pos del iluso Ulises, en virtud de una reivindicación femenina que, más que feminista, es la correspondiente a la corrección política de la época: el cumplimiento de la palabra de matrimonio dada.
Las sucesivas construcción y deconstrucción de la identidad, la personalidad múltiple de la mujer –sus tres personajes y el duende o alma en pena (que no en pene)- que traza todo el embeleco revela –y es carne de psicoanálisis- la versatilidad –nada prosaica, por cierto- del polimorfo sexual juvenil, del andrógino primigenio –machihembrado, capón, marimacho- y la latencia homosexual –femenina, en este caso-, como forma de nombrar lo que no se es –lo que dice oculta; lo que calla, revela-, y el consiguiente desconcierto que sufre la mujer travestida en “hábito de varón” ante la superestructura ideológica del sexismo y superego de la “ identidad de género”de la figura del donaire de Carabanchel.
Y el sentimiento de culpa–fabulación del embarazo, parto y muerte de la deshonrada-, maltrato psicológico al burlador de la honra, como forma de nombrar por omisión –y “a las calladas”- el “crimen”, explotado por los oficios del duende, demonio, alma en pena de la mujer, “encantadora”, que urde una vida ficticia y complementaria de doña Juana.
DON GIL -Y GIL, Y TAL Y CUAL- DE LAS CALZAS VERDES
Y don Gil –onomástica proverbial de pastor bobo sayagués en la temprana comedia española, pero no menos rústico que Martín- se multiplica en una identidad replicante, clonada, alienada de todos los “imitabobos” que desean ser lo que no son, para que doña Juana, ataviada con el disfraz verde de la juventud y la inmadurez de una identidad aún sin conformar- pueda volver a ser la que quiere ser, en la comedia de celos que es Don Gil de las calzas verdes, donde todos codician –por transferencia psicoanalítica- al otro y el escenario se hace cartapacio desbordante de cartas y la ingeniosa doña Juana cartera de correspondencias varias: cartas de pago (don Gil), cartas de la baraja (doña Elvira) o cartas de amor y muerte (doña Juana), hasta poner en el desenlace las cartas boca arriba y saldar el monumental enredo con tres bodas en batería como corresponde al “género”.
LA BURLADORA DE TIRSO DE MOLINA
Obra atrevida, como corresponde a la condición de clérigo de la Merced del autor, don Gil presenta una doña Juana temeraria y quijotesca, pícara y celestinesca, transgresora –en su ruptura de la ley del decoro para regodeo del público entonces y hoy- y constituye el crisol de un hipertexto que, en su contexto teatral, funde y confunde a la “enfermera” de su honra y la dama duende, a la “burladora” de Pucela y la monja, más que alférez, con alferecía o “infeliz”–supuesta niña malformada como expresión de monstruosidad-.
Y todo ello en una escenografía que contrapone columnas y burladeros (masculinos) a ventanas y puertas (femeninas ¿o andróginas?) con decoración –mínimal- de cuarterones y los cuatro vértices del cuadrilátero del escenario, enmarcando puentes de uno o/varios ojos, con un alarde de vestuario rico y colorista e iluminación excelente –de sol a luna-, y una interpretación histriónica –excelente en algunos secundarios, en especial-, propia de cómicos de la lengua con tablas y con buena dicción, salvo algunos altibajos en esos personajes de gran complejidad que exigen variedad de registro y versatilidad actoral. Y ello en una adaptación que se permite algún guiño de actualidad a un público agradecido a un Teatro Corsario con patente de corso para adaptar los clásicos de nuestra comedia.