Don Juan, arquitecto cultural
DÍA DEL PATRIMONIO
Se había preparado para el glorioso día del patrimonio, en que los ciudadanos pueden visitar libremente edificaciones que forman parte del patrimonio arquitectónico cultural de su país.
El tráfico lo despertó justo cuando el frío quería acostarse a su lado. Con lo que antes fue una escoba, barrió la tierra de la entrada, de su habitación y del todo. No tocó los visillos de telarañas y los perros se quedaron temperando la cama. El techo de cartón no necesitó mantención, ni limpió las ventanas, las mangas de plástico quemadas se romperían dejando pasar más frío del que cabía en la miseria de su vida.
Sentado sobre un cajón de manzanas esperó las visitas que ese día querrían conocer lo que él llamaba su casa, como parte del patrimonio arquitectónico cultural de su país.
Este corto relato lo escribí para un concurso de cuentos sobre mi ciudad.
Por supuesto no pasó la ronda de eliminación.
Tan poderoso apelativo como el de Arquitectura Cultural pareciera ser aplicable solo a grandes obras de edificación producto del intelecto humano.
Quizás de manera inconsciente se nos viene a la memoria la imagen del arquitecto renacentista capaz de diseñar desde el palacio para el emperador así como los jardines y el mobiliario real.
O las grandes catedrales europeas construidas durante años de trabajo por generaciones sucesivas de creadores.
O las mega estructuras contemporáneas reflejo de nuestros tiempos.
¿Y don Juan, el simple señor de una ciudad cualquiera, de un barrio pobre cualquiera, de una manzana podrida como tantas otras, es capaz de hacer arquitectura cultural?
¿Es capaz de ser comparado con el arquitecto renacentista?
La respuesta es indesmentible, categórica e intransable.
¡SI!
No solo es capaz sino que más temprano que tarde, se verá forzado por las circunstancias que le tocan vivir a ser lo que nunca imaginó ser, un creador de su propia arquitectura cultural.
Por supuesto no tiene los medios para materializar grandes construcciones pero más con voluntad que recursos es capaz de modificar el espacio que habita.
Si don Juan tiene suerte, logrará un subsidio estatal que después de un gran escándalo mediático ensalzando los logros gubernamentales, lo favorecerá con una gran vivienda de tan solo treinta y seis metros cuadrados con solo dos puertas, la de acceso y la del baño, donde se irá a vivir con su pareja, sus tres hijos, los dos suegros y una mascota.
Si descontamos los pocos metros cuadrados de la cocina, el baño, la escalera y el espesor de muros, a los míseros metros cuadrados de la vivienda, no queda mucha superficie donde hacer una vida en familia razonable, donde jugar a ratos con los hijos, pelear con la suegra siempre descontenta o tener sexo con su pareja una vez a la semana si tiene la misma suerte que tuvo para obtener el subsidio.
Primero tratará de dignificar «su casa» poniendo las puertas faltantes y colgando algunas reproducciones de cuadros famosos con marco de plástico dorado en los muros desnudos.
Al poco andar, más bien cojear, don Juan se verá forzado a ampliarse.
Para donde, si le tocó un departamento en segundo piso flanqueado por dos vecinos tanto o más descontentos que él.
Vamos que se puede, con ganas siempre se puede, aunque no se trate de ganas sino de necesidad, la necesidad de vivir y no solo sobrevivir genera el órgano y don Juan se transforma de manera espontánea en arquitecto, ingeniero y constructor.
Se come menos, aún menos. Se ahorran las monedas del desayuno y se compran algunos materiales para la ampliación.
Los cuatro pilares metálicos que soportarán los seis metros cuadrados del nuevo dormitorio para los niños deberían ser al menos de cien por cien pero el dinero solo alcanza para la mitad.
Resultado final, los elefantes con patas esqueléticas de Dalí. El dormitorio de los niños es un furúnculo en el bloque de hormigón para todo aquel que lo vea, una verdadera obra de arte para su arquitecto, ingeniero y constructor.
Después de un terremoto, huracán o inundación tercer mundista que siempre llega, el palafito de los elefantes surrealistas tropieza y tras el estrepitoso derrumbe de los sueños, don Juan y su familia vuelven a la cruda realidad de los treinta y seis metros cuadrados estatales.
La arquitectura cultural popular dependerá de algunos ayunos repetidos para ser reconstruida como elefantes de patas esqueléticas que no logran avanzar por el gran peso de la pobreza que deben sostener día tras día.
Pero don Juan está satisfecho porque logró salir de su antigua casa de cartón con suelo de tierra y techo de mil estrellas.