Dos excelentes estrenos sobre el tema del Poder
La cuadragésima sexta edición del Festival de Badajoz ha destacado por su selección de espectáculos de alta calidad que reflejan las nuevas tendencias teatrales, mereciendo un sincero elogio. No obstante, persiste en su distancia de la auténtica esencia y los fundamentos de lo que es un Festival, que podrían elevar el arte teatral contemporáneo en su plenitud y profundidad. El Festival, sigue atrapado en estrechez presupuestaria donde parece perpetuarse convertido en una mera «Muestra de Teatro». Obviamente, el evento ha extraviado parte de su rumbo original y su propósito de «crecer e innovar», de perseguir metas concretas que puedan enriquecer el panorama teatral en Extremadura. Se echa de menos la coherencia en las actividades paralelas y el diálogo en torno al rol fundamental que los festivales trascendentes desempeñan como puntos de encuentro y debate.
Por tanto, es esencial sensibilizar a las nuevas mentes al timón de nuestra política cultural, despertando su conciencia acerca de las necesidades financieras al ponderar el Festival de Badajoz. Este evento, que se remonta a 1972 y está reconocido como el festival más antiguo del país, forma parte del trípode de festivales emblemáticos –establecidos en Extremadura en 1992- junto a los de Mérida y Cáceres. Sin embargo, a pesar de su longevidad y relevancia, el Festival pacense actualmente se encuentra en una posición económica desfavorable en comparación con el de Mérida, del que no ha sido fácil digerir la presencia constante de espectáculos comerciales de calidad mediocre (aunque se haya percibido un atisbo de mejoría este último año).
Esta disparidad constituye un agravio a la rica tradición y a las prioridades que el Festival de Badajoz había ganado en tiempo s pasados. Y ha sido deplorable ver en los últimos años a los responsables políticos que parecían ignorar en absoluto el valor interesante, curioso y puramente experimental que este festival ofrece, ya que no se les vio el pelo en sus representaciones. Cabe decir que este festival, por su naturaleza contemporánea es, de hecho, el evento más intelectual y cultural de los tres ilustres festivales de la región. Este año, entre los quince espectáculos presentados, brillaron dos que acometen la temática del poder y que fueron estrenos absolutos. Uno de ellos producido por la compañía catalana Els Joglars, titulado «El rey que fue» y el otro por de la compañía extremeña María de Melo Producciones (Inma Cedeño), titulado «Nada ni nadie». Analizo estos dos excelentes espectáculos:
EL REY QUE FUE
Espectáculo creado por Albert Boadella y Ramón Fontseré que reflexiona sobre la personalidad de rey Emérito (Juan Carlos I), sobre su naturaleza y condición existencial. La trama de la obra coloca al monarca Emérito en su vejez y en el exilio, anhelando experimentar la nostalgia de su distante tierra natal. Para satisfacer este deseo, organiza una opulenta celebración a bordo de un lujoso velero, reuniendo a un numeroso grupo de invitados para saborear una paella. En este viaje sin rumbo, se desentraña sin clemencia ni concesiones la vida de Juan Carlos I a lo largo de los últimos cinco decenios de la historia de nuestra nación. El personaje personifica un drama de tintes shakespearianos, donde se entrelazan risas provocadas por la figura frívola y esperpéntica de un monarca en el ostracismo y la soledad que trae a las tablas espectros del pasado, remordimientos y un inquebrantable orgullo.
Es sabido que Els Joglars es la compañía más veterana del país (fundada en 1968) y que a lo largo de su historia se ha destacado por crear obras satíricas que abordan figuras relacionadas con el poder en diversas facetas, suscitando reacciones que oscilan entre la hilaridad y la exasperación en los círculos de influencia. Recuerdo mi etapa de director de este festival, cuando di a conocer a la compañía en Extremadura (1978). En aquella ocasión inolvidable, la compañía representó una versión de «La Odisea», cuando su director Boadella, con valentía y a pesar de haber estado entre rejas, desafiaba la censura militar.
La puesta en escena de Boadella transmite una interesante exhibición de teatro testimonial, resultado de un proceso minucioso de investigación, que cautiva con observaciones agudas e ingeniosos diálogos de la vida del monarca en la España de ayer, la cual resuena fuertemente en la España de hoy. Goza de un acertado montaje con todos los elementos artísticos componentes trabajando en perfecta armonía en la escenografía de un barco y con las inmejorables interpretaciones de todo el elenco, donde brilla la actuación de Ramón Fontseré (el rey Emérito) que acredita una vez más su magistral caracterización de personajes. A través de su magia de transformación perfecta, nos hace ver y sentir al monarca con sus movimientos, gestos y voz característicos.
Todos los actores –Pilar Sáenz, Dolors Tuncu, Martí Salvat, Javier Villena y Bruno López- construyen muy bien sus personajes en sus varios desdoblamientos, inundándolos de un espíritu juguetón en la órbita artística de la caricatura y el absurdo, a un ritmo casi trepidante y asombroso. Resultan escenas humorísticamente antológicas la de los invitados degustando una paella espantosa con gestos de disgusto y la del rey persiguiendo desesperadamente su dinero que el viento se lleva por la borda. Son excelentes metáforas grotescas del poder y no poder de un rey caído en desgracia.
NADA NI NADIE
«Nada ni nadie», nuevo el texto de Jesús Lozano, bajo la dirección de Jesús Peña, es un espectáculo que ha participado como una coproducción del Festival, arriesgada novedad asumida por Willy López, el director del evento, y que ha resultado un rotundo éxito artístico.
El texto de Lozano, surgido en respuesta a la guerra en Ucrania y las amenazas constantes de una posible conflagración nuclear, narra la historia de dos solitarios sobrevivientes de una catástrofe nuclear. Son Mat y Pit, que nos recuerdan a los inmortales protagonistas de Beckett en «Esperando a Godot», reflejando planteamientos filosóficos que se mueven dentro del existencialismo. Estos personajes de Lozano se habían cruzado previamente en un pasado distante y ahora se encuentran en un refugio subterráneo en medio de un desolado desierto, aguardando la lúgubre llegada de la lluvia radioactiva que pondrá fin a su travesía.
«Nada ni nadie» es una excelente tragicomedia estremecedora, cáustica y desgarrada centrada en la compleja dinámica del poder que se desarrolla entre estos dos individuos, desentrañando relaciones humanas que revelan la simplicidad de la dualidad que el mundo impone, que a menudo se nos presenta en la idea de que a veces no existe un lugar claro al que pertenecer, ni en el lado derecho ni en el izquierdo, ni tomando partido por Rusia o Ucrania o por Israel o Palestina. Es un combate contra la polarización grotesca que caracteriza nuestra realidad. Esta es la piedra angular de la obra, cuya historia es también un ingenioso pretexto, perfectamente construido dramáticamente, para explorar las profundidades de la condición humana desde situaciones límites.
La puesta en escena del director vallisoletano Jesús Peña nos sumerge con destreza en un mundo de realismo mágico -donde los profundos y complejos temas propuestos por Lozano se potencian con lucidez- logrando recrear una atmósfera teatral evocadora de un paisaje post-apocalíptico, inmerso en un mundo devastado, como un lamento de la humanidad. Funcionan adecuadamente la austera y sobria escenografía, la perfecta armonía luminotécnica, la intensidad inquebrantable del espacio sonoro y los simbólicos vestuarios. Pero lo que realmente resalta y conmueve es la meritoria dirección del duelo protagonizado por los dos actores: Jesús Lozano (Mat) y José Antonio Lucía (Pit).
Ambos son dos luminarias de la escena extremeña –consumados actores, directores, dramaturgos- con una total entrega de su alma al arte dramático, que destacan en su actuación de «Nada ni nadie» con los corazones de sus personajes entrelazados en un asombroso juego continuo de emociones, haciendo que los espectadores fueran atrapados por una corriente de pasión y conflicto. Su actuación me recordó a aquel duelo interpretativo de José Vicente Moirón y José Leandro Rey en «Pedro y el capitán», de Benedetti (que ganó el elogio de la crítica en el Festival de Oporto), el más hermoso de la historia del teatro extremeño.
José Manuel Villafaina