Y no es coña

Dos experiencias nada más llegar

Desde noviembre de 2019 que estuve en el Festival Internacional de las Artes de Loja (Ecuador), no había vuelto a tener contacto con la realidad teatral latinoamericana en vivo. Estoy en Bogotá, dentro de la trigésima edición del Festival Mujeres en Escena por la Paz, que organiza la Corporación Colombiana de Teatro, con Patricia Ariza a la cabeza. Llevo apenas veinticuatro horas cuando escribo estas líneas, pero he tenido tiempo de vivir dos experiencias teatrales destacables. 

 

Dentro del festival, tras encuentros y reencuentros, saludos y ubicaciones, acudimos a ver la obra de Patricia Ariza, titulada “Memoria”, y que tiene la virtud de rescatar de manera poética, dentro de una estética que contextualiza perfectamente los recuerdos con la actualidad, los desplazamientos, las pérdidas de miles de personas de su lugar de referencia, su hogar, aquellas tierras, animales, árboles, personas que son su fundamento y esas migraciones forzadas que causan dolor inmediato y traumas para casi siempre. Destaco la manera de afrontar dramatúrgicamente el asunto tratado, el trabajo actoral para poder avanzar en la narración con esos constantes quiebros en el tiempo. Me pareció altamente oportuno un rompimiento de las propias actrices hablando del acto en sí, de lo que puede aportar al dolor que cuentan, el propio hecho teatral. Un paréntesis que abre las carnes, que nos vuelve a interpelar como sujetos políticos y sujetos artísticos sobre nuestra función. Un gran tema.

Pero esta función presenciada tenía otra valor añadido y era el lugar donde se representó, y lo era porque se trata de un edifico que se llama Castillo y que había sido hasta hace unos meses un gran prostíbulo situado en un barrio cuyas imágenes provocan sensaciones de difícil asimilación al ver la cantidad de mujeres prostituidas, algunas aparentemente niñas, en la calle. Ahí, en un edificio que fue emblemático como lugar de todos los horrores que la prostitución puede provocar a centenares de víctimas, al ser embargado a un narcotraficante que lo regentaba, el ayuntamiento de Bogotá lo ha cedido a un colectivo de mujeres de la zona, con apoyo de trabajadoras sociales, que están convirtiendo ese edificio en un centro cultural de una grandísima importancia. No se puede traducir con palabras lo que allí sucede, el ver esas cinco plantas inmensas convertidas en talleres de teatro, danza, música o de cuestiones de autoayuda, y lo más significativo es que al frente de este movimiento están mujeres transexuales. Algunas de ellas, con un discurso cohesionado, valiente, reivindicando su lugar en el mundo, su categoría ciudadana y como agentes activas culturales, expresaron al terminar la función su orgullo por estar convirtiendo un edifico del terror en una casa de la esperanza, la cultura y la libertad. Ese contexto, a un europeo recién llegado le tiene conmocionado. Espero seguir pudiendo hacer la crónica de las más de cincuenta obras presenciales que se verán en estos días de festival.

Las circunstancias me llevaron a poder ver, fuera del la programación del festival, una de las últimas funciones de la última obra de Teatro Petra, estrenada hace unos pocas semanas en el magnífico Teatro Colón, y que pude ver, ya que su éxito era manifiesto y conseguir una entrada era difícil, pero lo logró Daniel Mickey, un buen amigo desde hace tiempo, exproductor de Teatro Petra y actualmente trabajando en programas específicos del Teatro Colón.

Y se da la circunstancia de que “La historia de una oveja” de Fabio Rubiano, al que Artezblai le publicó hace unos años la excelencia “Labio de liebre”, también se refiere a los desplazamientos, a la desubicación de centenares y miles de personas, en acciones individuales, colectivas, familiares, pueblos enteros debido a muchos factores pero entre ellos el conflicto armado vivido durante muchos años en Colombia, que ahora está pasando por un proceso extraño de reactivación debido a las acciones de un gobierno uribista que lucha por reventar todos los procesos de paz.

Fabio Rubiano es uno de los más eficaces, prolíficos, hábiles dramaturgos actuales, que sabe narrar las historias con una riqueza de matices, giros, vueltas y desarrollos, que convierten sus obras en algo especial ya que requiere de la participación de los espectadores. Es esta ocasión, además de todo ello, cuenta con una magnífica puesta en escena, un espacio escénico mágico, unos elementos que transforman y recrean mundos realmente sugerentes, con una iluminación que ayuda a convertir todo ello en una sucesión de cuadros, imágenes que te transportan y te proponen lugares imaginarios que se ocupan por unos personajes que es difícil comprender de manera absoluta para un recién llegado, ya que busca en la tipología, el habla, los estereotipos de lo que va explicando, lo que va contando y, para darle mayor entidad sugestiva, lo cuenta casi todo una oveja, por lo que estamos ante un reto superior. 

Es un Gran Montaje, de gran teatro, de primera categoría. Hay medios, hay comunicación con la platea, con cinco actores logran crear y recrear esos mundos. El propio Fabio hace numerosos personajes y quizás sea precisamente él, que es a la vez el director, el que recurre en sus actuaciones a caricaturas más gruesas que en ocasiones nos parecieron excesivas, pero que, indudablemente, eran de una eficacia inmediata con el público. No obstante, el trabajo en su conjunto del equipo actoral es destacable, una hora y media muy dinámica y sin respiro física e interpretativamente. Existe una actitud general ante las exigencias estéticas de la dirección resueltas con momentos de gran calidad.

Desearía poder profundizar más sobre el discurso, pero había metáforas, situaciones, personajes que desataban reacciones inmediatas en los públicos que me quedaban fuera de mi alcance. Pero lo que sí puedo constatar es que estamos ante un magnífico trabajo, que es una evolución más de este equipo que lleva muchos años proporcionando espectáculos que ayudan a la reflexión, que está hecho de manera ambiciosa artísticamente y que seguramente tendrá larga vida ya que toca la fibra, incluso política, de muchas colombianas.

Como pueden comprobar en un sábado agosteño, en Bogotá, he sido feliz teatralmente hasta lo inverosímil. Desde luego la pandemia, sus efectos, todo ha influido, se nota en las calles, como en todo el mundo, pero el teatro en Colombia está vivo y atendiendo a la realidad social y política de una sociedad en constante convulsión. Una nueva lección.


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