Críticas de espectáculos

Dos figuras en una lejana vidriera: saudade

Respirar es una figura abierta y finita, de dos actos. Soplo aislado que espera en una superficie aún sin luces. Respirar es una imagen-verbo fotografiada en el instante coincidente de un pulmón lleno y su corazón apretado. Porque hay sonido entre Portugal y Cuba. La conjunción “y” es océano, es cuerpo líquido, es herida. Por este hueco en blanco que queda entre dos tiempos, de inspirar y expirar, cuadrados mudos en escena, entran cinco cuerpos vestidos. Se inicia la obra Saudade, de espaldas a todo sentido ordinario y retomando un camino olvidado. Las notas musicales dirigen discretas sus hombros hacia adelante y atrás. Una franja anaranjada y cenital los sitúa en el centro de la composición. Están superpuestos a ella, siendo signos de un sentido bello que falta a su propio nombre.

La directora coreográfica Sandra Ramy propone, junto a sus figuras-bailarinas de la Companhia Alentejana de Dança Contemporànea (CADAC) un juego con las palabras, siendo sus sentidos cuerpos sobre y por el espacio. Expirar y morir, huir y verse reflejada. Tales signos configuran esta isotopía del respirar. Saudade invierte el encuadre con una rica teatralidad, mostrando qué queda en la piel que bordea la herida: se respira en el anochecer, no muriendo del todo. Se expía como un deseo anhelante: saudade.

El proscenio viste un velo negro, de tránsito de olas, remos y marineros sin nombre. Una tela irreal, superficie de proyección de imágenes-recuerdo que, perdiendo el color, sobreviven en forma de barquito colgante. Tienen el foco en este sueño de guitarra y penden de un hilo, casi visible. Yuxtapuestas, las figuras exhalan, inhalan, corren y se recorren. Son signos de un lenguaje de expresión, de verbos y de infinitivos que nunca se consuman a participio. El nombre que los articula sigue esperando. Aún es pronto, hora de jaspe negro. Barcos y cuerpos-verbos se alinean un centro. Extáticos, juegan a intercalar el cuello en los espacios cuadrados de su alrededor. Dos tierras en las que alternar los tiempos de la respiración. Yo inhalo donde tú acabas de expirar, tú respiras donde yo ya dejé de ser.

Salinas, las manos, las cabezas, las piernas y los tobillos han dispersado toda jerarquía en esta danza de cuerpos. El ritmo, encarnado por Tamara Venereo, Laura Rios Curbelo, Mariela Tolentino Caraballo, Wilmer Mynyeti Salomón y Luis Antonio Salazar, hace que la mirada se mueva, se enfoque y se difunda con ellos. Sólo quedan un haz horizontal y una figura de dos cuerpos en el escenario, Saudade. Aún yace cuando entran por el punto de fuga el resto de cuerpos. Iluminada, la melodía de pliegues satinados se aísla en un primer plano. Dos barcos esculpen los brazos de esta nueva figura ardiente.

La herida abierta entre dos tierras quiere ser curada desde su raíz. Para quedar unidas por una piel tirante, una prenda será santificada. Habrá que velar las imágenes fílmicas, que volverán a ser proyectadas por la poética del cuerpo líquido. El mar es visto así como una promesa de reiteración. Se extenderá por la orillita bajo la certeza de regresar al pecho profundo. Las olas o volúmenes que fulguran sinuosos comparten plano en la escena con el cuerpo-barco. Dialogan gracias al plano sonoro tejido, que también respira, gime y coge aire. Debe seguir viva su frase. Hálito que muere en tierra, debe expiar el sentido que expresa en su hueco. “Cuando yo muera no habrá quien vele mi cuerpo frío”. Con dolor se respira para liberar a la Figura de su constricción. Se infiere en el escenario la metátesis de dicha expiración: el precio es una expiación narrada en las secuencias siguientes de Saudade.

Sobre una línea horizontal formada por los perfiles de dos mesas, el bailarín se contornea, se lanza a la línea y desborda su contenido. Tierra desgajándose, tal es el acto. “Ni una flor sobre mi ataúd”. Pares de manos agarran, dispersan y recogen lo que queda de la tierra. Este oleaje gime de dolor; tiembla al pisar su tierra. Se detiene, consciente, a escuchar un nuevo fraseo: “serena estaba la mar”. El espacio se ordena por la reiteración del texto. La tierra que ha quedado en las yemas de los dedos empieza a danzar, a escucharse, a sentirse. La tierra asida a una piel que suda y sufre; asida a una palabra, saudade. No quedan cuerpos porque han huido. La mar sigue en el centro, guardando el vacío que será colmado de nuevo. Porque aún no estamos muertas, queda tierra. Quedan olas y la figura sigue reviviendo la poesía.

La agonía es llanto abierto y cerrado, que pregunta y se responde. Si los términos se recitan al revés, el sentido sigue siendo el mismo, saudade. Te desgajas de las palabras y compones un manto de corolas secas con la promesa de inspirarlas, desbordarlas, sentirlas. El acto que sigue es la exhalación, contracampo cruel que impone un orden a los pétalos. Que hace finito el sueño de una unión consumada, de una curación de la herida entre tierras, confirmándonos que se trataba de un anhelo, de un verso libre y suelto que sólo el arte de la danza podía crear. Porque los cuerpos que bailan seguirán yendo a la luz, ocupando aunque sea breve, la tierra deseada.

Nuevamente el espacio es hiato marino, espacio entre dos series de figuras donde cada una tiene una cabeza de tul muerta y una pierna que navega sin rumbo. Bella imagen de los dos barcos “con todas las velas llenas”. El blanco vestido de cuerpo persigue incansable el sonido. Las manos y el vientre lo siguen, se abren hacia el cielo pero el pecho se abandona. Su corazón está ya sin raíces, roto.

¿Qué sentido expresa saudade? ¿Qué rostro tiene esta expresión? Sigue contenido en un cuadro, formando una oscilación pendular de miradas ausentes de rostro. “¡Hay tan poca gente que ame los paisajes que no existen!”, versaba Fernando Pessoa. Velan las cuencas de Cuba y Portugal, que están fijas en el sentido, Saudade. Un silencio sin perfiles ocupa la escena. Entra la figura que transita de estado: de mar a casa, mismo cimiento estructurado en la repetición de huir, de respirar y de expirar. El palacio está en ruinas y tú fulguras, paisaje henchido de puros posibles, de decadencia y degradación, de abandono, pero también de imagen de reencuentro esperanzado con el rostro de su orilla. La casa, la mar, hogares que se sangran cuando dejan de ser mirados. Están heridos. Una prenda para expiar la pena, un reencuentro entre figuras, polvo y lágrimas, tierra y mar que casi no queda en pie. Son sostenidas en una piel que cuelga en su cruz.

Por fin, Saudade, eres visible. Bella y aliviada regresas al movimiento cotidiano, manuscrito azaroso si no se comprende como el ojo despierto que, de espaldas al mundo ciego, sigue soñando con volver a huir, a detenerse en su respiración para gemir libre, aunque sea una instante, aunque sea un verbo que sólo el cuerpo puede articular. La Saudade de la CADAC es el paisaje que late con los dedos abiertos en su paroxismo de piel: aspiran el azul, espasmo en el mar y caída en la tierra. Vela, de barquito colgado del foso. Vela, de cirio llorando en una ardiente capilla. Luz asida a una tierra que se desgaja: Saudade.

Andrea Simone

FICHA ARTÍSTICA:

Obra: Saudade
Puesta en escena, concepción y dirección coreográfica: Sandra Ramy
Material coreográfico: Sandra Ramy en colaboración con los bailarines
Elenco: Tamara Venereo, Laura Rios Curbelo, Mariela Tolentino Caraballo, Wilmer Mynyeti Salomón y Luis Antonio Salazar
Música original creada
Material audiovisual: Facfilms y X Alfonso
Textos utilizados: «Hora Absurda» de Fernando Pessoa (fragmentos) / «Criatura de lsla» de Dulce María Loynaz (fragmentos) / «Últimos días de una casa» de Dulce María Loynaz (fragmentos)
Asistente coreográfica: Adriana Álvarez
Diseño de vestuario y producción: Celia Ledón
Producción: Amalia Rejas, Damián Martínez y Adelina H. Fonteboa
Pax Julia Teatro Municipal, Festival das Marias, Beja el 19/10/2023


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