Incendiaria en combustión

Dramaturgia de lo hostil

Hay realidades que superan todas las ficciones y ficciones que son pura realidad. Por eso, la realidad, el día a día, las crónicas y las noticias de ese día a día, los testimonios que antes se enterraban pero que ahora se encargan de airear las redes sociales son grandes fuentes de inspiración para trabajar la hostilidad. Abres un periódico, ves un vídeo colgado, visitas cualquier publicación y la hostilidad aparece porque nos presenta el doble rasero con el que nos medimos día a día y la impunidad con la que se mueven unas personas y se doblega a otras. El uso de la figura de un crucificado en una manifestación artística pone el grito en el cielo pero una revista religiosa ridiculiza la violación para perseguir el aborto y nadie parece rasgarse las vestiduras. La teoría de la relatividad.

Viene toda esta disertación extraña y desangelada a raíz del baño de religiosidad y de espiritualidad que tuvimos la semana pasada en la capital del Estado con motivo de la JMJ: espectáculo teatral multitudinario y que se vendió como «éxito». Recuperando el poder de la escena para servirnos de espejo, para presentarnos esa realidad en la que sobrevivimos, para interpretarnos y para que la propia escena actúe como documento que muestre toda la hostilidad que nos rodea, yo aplicaría el «si mágico» para imaginar otro espectáculo. Imaginemos qué pasaría:

-Si alguien pusiese en escena al personaje-persona José Alvano Pérez Bautista gritando entre el público o desde el escenario: «Esta es mi lucha. A matar maricones y cualquier aberración antihumana durante sus manifestaciones en contra de la Iglesia católica», tal y como hizo este voluntario en Madrid.

-Si alguien presentase al personaje de un obispo opinando sobre los abusos a menores: «Puede haber menores que sí lo consientan y, de hecho, los hay. Hay adolescentes de 13 años que son menores y están perfectamente de acuerdo y, además, deseándolo. Incluso si te descuidas, te provocan», tal y como recogía una entrevista realizada hace cuatro años a Bernardo Álvarez, obispo de Tenerife, en el periódico local La Opinión.

-Si tuviésemos en escena a un actor que lee en voz alta repetida y mecánicamente el texto: «Cuando se banaliza el sexo, se disocia de la procreación y se desvincula del matrimonio, deja de tener sentido la consideración de la violación como delito penal», tal y como recogía la revista Alfa y Omega, editada por el Arzobispado de Madrid.

-Si se presentase una propuesta escénica -pensemos en una pièce-paysage- en la que simultáneamente un sacerdote vaya repartiendo la comunión mientras en segundo plano un grupo de antidisturbios reparte hostias a diestro y siniestro bajo las órdenes de alguna gobernante y la presión mediática.

Si presentásemos una propuesta escénica de corte contemporáneo con algunos de los elementos arriba imaginados… ¿en qué casilla habría que clasificarla? ¿Sería teatro-documento? ¿Sería provocación? ¿Sería retirada? ¿Serviría para ver la hostilidad en la que nos movemos? Porque para eso también está la escena: para mirarnos por dentro y por fuera.

La respuesta a estas preguntas se queda por ahora en el limbo de la duda. Y pensando en el limbo, al final… ¿existe o no? Tampoco importa demasiado: después de todo acabaremos hechos polvo o cenizas.


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