Zona de mutación

Economía anti-cíclica para el Teatro

Ante la evidencia de una crisis económico-política de carácter global, la pregunta respecto del teatro es ver si en esta actividad, tanto en los perfiles que la enarbolan como testigo de la creación humana, en su forma, en sus estructuras portantes de lo artístico, son pensables y factibles medidas tan profundas de carácter anti-cíclico como la que implementan algunos gobiernos apostando a mantener la producción y la ocupación, frente al corpus ideológico del ‘ajuste’ que aplican otros buscando armonizar con artilugios jibarizantes, el tamaño de las variables. Suele decirse que las crisis alimentan las motivaciones del pensar, como las necesidades del entretenimiento. Durante la crisis de 2001-2002 en Argentina, bastante emparentable a la que sufre Europa hoy, pese a no haberse dispuesto medidas de ampliación de subsidios, por ejemplo, se produjo un volcamiento significativo del público a las salas de teatro, en particular en la gran capital, Buenos Aires. ¿Tiene el teatro el grado de unicidad como para que, en circunstancias como las presentes, se plantee ‘estar al lado de la gente’? ¿Cuáles serían los gestos y las modalidades de acompañamiento de la actividad para hacerlo? ¿Tematizar, aún con cierto inmediatismo, sobre lo que está ocurriendo, donde la crisis global amenaza arrastrar a unos y otros, sin contar las banderías que aseguran mejores o más disculpables posiciones estratégicas? ¿Cómo hace el teatro para, en definitiva, no decir lo que ya todos saben e incluir en su funcionamiento las estrategias que aseguren su sostén? O es que como se yergue asumiéndose el símbolo social que de hecho es, en el que, en tanto arte, ha de operarse en él el proceso de puesta y conflicto, en su propia carne, sincerando que como herramienta cultural forma parte, en las buenas y en las malas, de lo que colabora a la crisis. Según esta lectura, si el teatro cae, bien caído estaría. Pero es imprescindible sustraer al teatro de reaseguros o reencarnaciones que le aseguren su continuidad sin grandes cuestionamientos. Cuál es la posición, la ubicación de esta actividad desde un punto de vista sistémico, dentro o frente a ese mundo que se descascara y amenaza derrumbarse. ¿Es factor de demolición, o uno más de los ladrillos que se vienen abajo? Si su ambigüedad lo convierte en un factor polivalente, al punto que huyendo sirve para otras guerras, cuál ha de ser su reporte, su comparescencia en el lugar del crímen que la sociedad sufre y de cuyas causales, al menos como actividad cultural, es una de sus partes. Puede que las razones de que la gente en Buenos Aires, corriera a ver teatro, no sea sino un rasgo de conservadurismo, al tratar de confirmarse por afán de entretenimiento, en aquello que mejor podía devolverle una imagen tranquilizadora. Con lo que el teatro bien puede definirse como una burbuja terápica que blinda los temores de las clases medias. Lo que como signo, no deja de ser sugestivo y hasta inquietante, desde el punto de vista artístico, en lo que el público le pide al teatro. Tal vez, en tanto signo, exprese a dichos sectores medios (que aún mantienen algún poder adquisitivo como para ahuyentar el miedo principal: el de un cambio posible). De ser así, no se está lejos de corroborar que en el fondo, y principalmente, el teatro resulta en el imaginario un arte afirmativa y portadora de consolaciones a la mano, como para que la rápida compra-venta de un mínimo asidero tranquilizador, pueda manifestarse intensificado por la incertidumbre y la inseguridad psicológica. Pero en tren de brindar seguridades, mejor será cuidarse de ofertarlas, cuando de aquellas certificaciones y corroboraciones arriba apuntadas, se puede sacar mejor partido sometiendo al teatro a preguntas definitivas y radicales que permitan su sinceramiento histórico-político: «tu, insigne actividad de los olímpicos, magno sueño del ‘cisne de Avon’, ¿de qué lado vas a estar?», si vale la personalización. Si el artista transgresor, se acoge a los mandatos que dictamina la crisis, no hace otra cosa que convalidar la servidumbre a dos patrones en aquello que el consumidor teatral quiere obtener de él, como encarnando el objeto de ilusión del que lo quiere para más profundos designios. Siempre hay un momento de crueldad, último, para aquellos que de tales servicios no quieren obtener, además, el relevarse de sus responsabilidades cuando viene la malaria. No sólo que los que toman las medidas son votados por la gente, sino que de las cruentas exclusiones que de ellas resultan, llevan el sello legitimatorio de quienes por egoísmo se lanzan a los botes, solos y a como dé lugar.

No por convalidar el nivel sub-mediático, lo que está detrás de lo que ve el espectador en los escenarios, existe la sinceridad respecto al manejo integral del sistema teatro. Por esto es muy fácil ser hoy indiscriminadamente un actor crítico, un formidable ‘outsider’ y mañana tener marquesina en las calles del teatro comercial. Desde esta perspectiva, y por muchos otros factores casi consabidos, el teatro es una actividad altamente sospechosa, si hemos de aceptar la terminología del notable pensador Boris Groys. Es que, de qué lado va a estar el teatro depende del lado en el que va a estar cada uno y cada cual. Se trata de ver si el teatro tiene el resto, la autonomía artística para elevar en el espíritu de la gente, la enjundia política que lo sindique como artífice de soluciones y no como un mero especulador que como parte del problema, se marcha con el mejor postor, como si aquí, no estuviera pasando nada.


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