Zona de mutación

Ekfrasis

Por definición ‘ekfrasis’ alude a la descripción de pinturas y esculturas que ya no existen.

El poeta es quien se prenda de quimeras. Las da por ciertas. Si cree en ellas, es porque les adjudica un pasado.

Cualquier reconstrucción de un pasado, gracias a la información que proveen, no puede ser sino una solución imaginaria. Imaginaria para el oyente o lector de tales relatos. Al final, el relato de historias no vividas, aunque creíbles, reconstruyen desde una arqueología virtual, la historia no vivida, en su condición contrafáctica (que pudo vivirse aunque no), hasta alcanzar un rango de lo concreto y no sólo posible.

Todo lo que puede ser, ya es.

Pero es la imaginación el dispositivo de tal concreción. Si en Auschwitz murieron millones, toda la humanidad murió allí. Y aún cuando el género humano claudicara en ese punto, si se reivindica vivo es porque resucitó o se redimió en hechos no suficientemente acreditados que faltan referir.

Si el gen o el inconsciente son la huella imperecedera de género y especie, es porque recuerdan y restauran, decodifican un pasado ignoto.

Antonioni en el corto ‘Lo sguardo di Michelángelo’ escruta desde su conciencia de muerte en la mirada del gran pintor, los datos proverbiales que acreditan lo imperecedero. Es como deducir que no puede avanzarse sin cubrir los vacíos del relato histórico. Y esa es una función que podríamos calificar como de típicamente teátrica. Con lo que la ekfrasis capta la ausencia de mundos y los compensa creativamente.

Las cosas que acreditan una obra que ya no existe, aluden de hecho a cierto cuadro del psiquismo humano. La creación como solución imaginaria restaura la capacidad de nacer de aquellos hijos no nacidos.

Un sueño bien puede ser la descripción de obras perdidas.

El poeta no poetiza, encarna las imágenes inscriptas en los muros de su vida inconsciente y que sólo un relámpago hiperlúcido ilumina.

El carácter de vida de los creadores restauran la obra inscripta en la memoria y en un raptus de iluminación se corporiza como sueño o se sueña como corporización.

Si los hombres son sus obras, de todas las obras perdidas hablan los relatores subjetivos. No es raro que la audiencia se perplejice e inquiera: «¿de qué habla éste tío?» Impropio sería que ese asombro no ocurriera.

El relato perdido pulsa en toda búsqueda sus cambiantes formalizaciones. En cada intuición aflora el poder ekfrásico.

El contrafáctico imaginario es el poder potencial de los creadores. El coral de voces que susurran en cualquier trance creativo arrastra su poder restaurativo. El dato que siempre falta de una unidad siempre pendiente.

Recuerdos no vividos que se inscriben en una realidad arquetípica que ilustra. La inagotabilidad del ser.

Cada noche en su función, el poeta de la escena así lo certifica.

Podría relacionarse la ekfrasis a la mentira. En este caso, a qué otro dispositivo de carácter cultural que no fuese el teatro. Reducto histórico y tradicional donde se cuentan cosas con valor corpóreo que no necesariamente ocurrieron.

Pero en ningún otro sitio como en la oferta del edificio teatral, vale plantearse si es legítimo preguntar a la gente por si necesita algo o mejor hacerlo por aquello que quieren, mejor.


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