El Hurgón

El ambiente de los cuentos

De cuando en cuando resulta saludable hablar de las cosas que por su distancia en el tiempo tienden a caer en el olvido, y por tal razón a ser excluidas de procesos ulteriores relacionados, sin considerar que son eslabones fundamentales en el crecimiento social de una actividad.

Contar historias es parte del crecimiento social, porque éstas se renuevan con el paso del tiempo y se enriquecen con el tránsito que hacen de boca en boca, y por eso hemos decidido escribir hoy un poco acerca de la importancia del ambiente, como parte de las condiciones a tener en cuenta cuando se cuenta un cuento, porque a través del relato recordamos olores, sabores, situaciones de tiempo y lugar, y aunque no nos sirvan generalmente para detener el tiempo, si son útiles para hacer que el paso de éste no se convierta en un adversario de nuestra memoria colectiva. Los relatos portan múltiples mensajes que salvan al ser humano del olvido total de su esencia; pero la incidencia de éstos en el recuerdo del oyente depende del contexto, porque un cuento puede cumplir un objetivo u otro dependiendo de cómo, dónde y cuándo se cuenta.

Tradicionalmente, quienes contaban historias conseguían a través de un mecanismo de pedagogía intuitiva convertir el relato en un medio de integración social que permitía mantener con buena salud la historia colectiva de la sociedad, y a falta de movimientos aprendidos para acompañar el relato, ejercían su oficio de contadores de historias mientras desarrollaban actividades, casi siempre relacionadas con el sustento de la vida, como por ejemplo, cocinar, y de ahí el porqué la lumbre y todo cuanto estaba puesto sobre ella se convertía en un símbolo de integración.

En esos tiempos contar relatos no era necesariamente un asunto de competencia entre quienes más impacto produjeran, aunque el espíritu de competencia siempre ha existido en el ser humano, porque prevalecía el prestigio de quienes más sucesos recordaran de la historia colectiva de su entorno, con lo cual quien narraba historias era reconocido, ante todo como un centinela de la memoria de la comunidad y por ende respetado como tal.

Quien contaba historias se formaba en el laboratorio de la naturaleza, descubriéndose así mismo sus habilidades histriónicas y fortaleciéndolas con su práctica diaria. Contar historias antes, no era considerada como una actividad de iniciados, ni de profesionales de la palabra, ni de actores consagrados, sino de buenos conversadores que solían tributar con relatos a sus coterráneos, mantener dinámica la historia menuda de su comunidad, y recrear la historia de la patria chica en todo cuanto acontecimiento social, incluido los velorios, ocurría.

Todo ha ido mudando de aspecto, y los ambientes se han modificado de manera que los mensajes de los cuentos también están cambiando de ruta, porque algunos de quienes hoy en día cuentan historias, a diferencia de quienes otrora se ocupaban de ejercer este oficio, no parecen estar muy dispuestos a observar las condiciones ambientales naturales para hacer del cuento un vehículo cuyo viaje termine en la consciencia del oyente, ni parecen tener en cuenta la riqueza múltiple de mensajes de los cuentos, porque dan la impresión de desconfiar de su elemento esencial que es la palabra, e introducen por ello al momento de contar, acciones que no siempre resultan complementarias del relato, porque han sido aprendidas de otros y no descubiertas dentro de sí mismos por quienes narran, con lo cual el relato asume una figura de protagonismo y genera una comunicación incompleta.

No debemos dejar de lado el concepto de ambiente, porque cada situación requiere del propio para su pleno desarrollo.


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