El antídoto
La actriz se envenena. «Las tragedias de tu país no le interesan al mundo». La actriz no recuerda quién le ha espetado ese pensamiento pero sí recuerda que llama país a su trabajo. Así, la actriz asiste impertérrita al menosprecio y la burla de su tragedia. La actriz se envenena y se vuelve tragicómica: aunque su tragedia no le importe al mundo, la tragedia sigue estando ahí.
La actriz se envenena porque a estas alturas no ha conseguido una política de captación de públicos, porque no ha conseguido una línea estable para la programación de espectáculos, porque no ha logrado programas que fomenten la difusión de las artes escénicas en la educación, porque no ha conseguido que la enseñanza de las artes escénicas esté en manos de especialistas en artes escénicas… La actriz sabe que no encuentra porque no sabe buscar y se envenena. Después de todo, la búsqueda es lo más importante en cualquier proceso.
El envenenamiento de la actriz no acaba ahí. La actriz se intoxica porque no puede dejar de recitar textos de memoria, porque no puede dejar de explicar la realidad con acciones teatrales, porque no puede estar en el mundo sin llevar el mundo al teatro –a pesar de que las tragedias del teatro no le interesen al mundo.
En ese momento, a la actriz le entran unas ganas terribles de llevar el teatro al mundo. Y la actriz se muere por bajar a la calle vestida con su sangre, como la Ofelia de Heiner Müller. La actriz no piensa en la automutilación. A la actriz tampoco se le ocurre aplicar ningún tipo de violencia sobre su cuerpo. La actriz solo pretende poner un poco de literatura dramática entre tanto veneno y desperdicio.
Finalmente, la actriz sale a una calle en la que no para de llover al tiempo que un coche en desaceleración irrumpe en su trayecto. De su interior se desprende el Ruído Negro de Das Kapital y con él suena «O anjo do desespero» de Heiner Müller en la voz de O Leo: «Eu sou o anjo do desespero. Com as minhas maos distribúo o êxtase, o adormecimento, o esquecimento, o gozo e dor dos corpos. (…) A minha esperança é o último sopro. A minha esperança é a primeira batalha». La actriz acompaña de memoria los versos que salen del coche en desaceleración mientras vaga sin rumbo por la calle, la ciudad y la historia en las que no cesa de llover.
De repente, la actriz –que no está vestida con su sangre- se encuentra a Müller fuera de los teatros, sobre el asfalto, entre los coches. La actriz es consciente de que casi nadie lo reconoce, de que no todo el mundo lo escucha pero algunas personas lo descubren.
La actriz sigue caminando desorientada. Al levantar la vista se encuentra. Está en «Travesía de la esperanza». Un poco de ironía y esperanza en el casco viejo para seguir buscando. Y así la actriz descubre en la búsqueda y en la resolución de sus contradicciones los verdaderos antídotos para combatir la desesperanza.