El aprendizaje por contagio
El de la niñez se ha convertido en un tema de moda, y cada discurso que se refiere a ella adquiere volumen rápidamente, sin que al parecer haya quien se detenga a analizar si toda esta palabrería tiene como objetivo diagnosticar el futuro mental de ésta, desde el punto de vista del contagio social a que está expuesta.
No son claras las razones por las cuales se habla tanto de la niñez, pues en los discursos no se define muy bien si quienes los hacen están empujados por algún complejo de culpa que les produce la consciencia de haberse pasado buena parte de la vida tirando palabras, inventando teorías, proponiendo soluciones para que otros las emprendieran, y posar así de humanos, extremadamente humanos, dando muestras de su gran preocupación por esta etapa del ser humano, y por el futuro del mismo, o porque están convencidos de la necesidad de actuar pronto sobre las mente de los niños, para detener el flujo incontrolado de la asimilación de conocimiento por la vía del contagio, hacer que el ser humano vuelva a activar su capacidad de raciocinio, alertar a la sociedad acerca de la disipación mental que produce la prisa, instruir al ser humano sobre el aburrimiento que le provocará algún día su forzosa desconexión del mundo circundante, y advertirle sobre el desahucio al que algún día llegarán dos de sus sentidos fundamentales, la vista y el oído, agotado el primero por la persecución obsesiva de las cosas, sobre las cuales no puede ya darse una idea fundamental, debido a la imposibilidad de observarlas durante el tiempo que exige el cerebro para crear un registro perdurable, porque andan demasiado rápido, y frustrado el segundo por su incapacidad de descifrar los sonidos, por hallarse éstos confundidos en una lucha a muerte por la supremacía.
Y no son claras las razones que argumentan los empecinados creadores de discursos a favor de la niñez, porque en dichos discursos, aparte de la presentación de estadísticas acerca del tiempo que los niños pasan frente a los dispositivos de contagio, cuyo objetivo oculto no es otro que exacerbar el deseo de consumir, para que el futuro adulto encuentre hecho un mundo al alcance de sus ambiciones y no pierda el tiempo ni la paciencia tratando de idear otro, no se ha visto hasta ahora la primera demostración pública en contra del aprendizaje por la vía del contagio, y tampoco han surgido voces exigiendo la creación de una normatividad que permita encauzar a los adultos que no cumplan con su obligación social de proteger a la niñez del aprendizaje por contagio, y pidiendo una regulación, como se ha hecho en la lucha contra los estupefacientes, de la dosis mínima de televisión e internet, y castigar, como también se dice que se hace a quienes trafican con estupefacientes, a los traficantes de la diversión sin fronteras, cuyo objetivo es disipar al individuo para que esté cada vez menos preocupado por su entorno.
No son, pues, claros en sus argumentos, quienes dicen proteger a la niñez, porque ninguno reclama, que de la inminente castración a que está destinada su capacidad deliberativa, si se mantiene e incrementa el método del aprendizaje por contagio, no se están ocupando quienes legislan en materia de internet, para quienes la tarea, al parecer, no consiste en averiguar cómo proteger la mente de niños y jóvenes, sino, cómo mantener llenos los bolsillos de los compulsivos fabricantes de tecnología.
Cada día son mayores las dudas que tenemos acerca de la capacidad del sistema educativo, en general, para impedir que el ser humano descienda a la estupidez total, por lo que consideramos que ésto, a lo cual hemos decidido poner el nombre de contagio social, terminará reemplazando a la educación.