El Hurgón

El arte nos salve

Hay hoy en día una racha de invenciones que tienen como objetivo salvar, unos al hombre, como se llamaba genéricamente a la gente, antes de que a alguien se le ocurriera ordenar una distinción entre unos y unas para ampliar el espectro democrático, y otros, salvar al mundo.

Estas invenciones tienen un común denominador cual es la espiritualidad, y por considerar que en el arte hay también espiritualidad, pues no se entiende de otra forma que el artista insista en realizar su obra, a pesar de la incertidumbre sobre la consecuencia material de su trabajo, he tenido la ocurrencia de explorar las posibilidades que tiene el arte de salvar al hombre y su entorno.

Hechos algunos estudios relacionados con la situación actual del arte, y su posición de laxitud frente a todo cuanto sucede, considero de entrada, que no es una buena idea incluir a éste en ese catálogo de salvadores, sin antes someterlo a un breve estudio para averiguar cuánto de su naturaleza espiritual persiste, pues estamos hablando de salvación, y éste es un concepto muy relacionado con lo espiritual.

No comparto con los lectores los puntos ya analizados, para evitar la dilación de este escrito, pero sí debo decirles que dichos análisis aconsejan no delegarle al arte, en los actuales momentos de crisis, no solo material sino intelectual y espiritual, la responsabilidad de emprender una cruzada de salvación de lo poco que va quedando de humano, del aún llamado ser humano, debido a que éste, el arte, ha caído en desgracia y se ha dejado influenciar por las mismas dudas y carencia de objetivos de las otras actividades desarrolladas por el hombre, entre las que no escapa la que supuestamente tiene a todas las demás dando tumbos, como es la económica.

Quien analice con juicio cuanto está sucediendo con la actividad cultural tendrá licencia para afirmar que el arte está cada vez más distante de interpretar al ser humano, y por ende de ser capaz de convertirse en su salvador, sencillamente porque ha sucumbido a los llamados de la contemporaneidad como son, convertir a su objetivo tradicional, el hombre, en un juguete, embolatándolo entre adivinanzas sin respuestas y esperanzas sin futuro, formar parte de la competencia como si fuese una estructura comercial más, acudir a la audacia para disfrazarse cuando su ineptitud e inercia le impiden mostrarse en público con dignidad, involucrarse en componendas políticas, valorar la obra solo por sus rendimientos económicos, vincularse a estrategias cuyo objetivo es cambiar de nombre a los sucesos para darles la apariencia de cambios transcendentales, y adherirse a esa causa actual de convertir todo acto en entretenimiento, para desviar a la gente de cualquier intento de reflexión y pensamiento.

Como se puede ver, el arte afronta situaciones que lo hacen proclive a la competencia, al facilismo, al entretenimiento, al desarraigo social, en fin, a todas aquellas acciones cuya consecuencia es la dispersión y el desacuerdo, y en consecuencia se distancia cada vez más de procesos que tradicionalmente han sido un símbolo de explicación, de cuestionamiento, de propuesta, de disensión, de controversia, etc, con el fin de proteger la conciencia del que aún se dice así mismo ser humano, y evitar su alienación absoluta.

Si queremos que el arte nos salve del automatismo, y su consecuencia, la estupidez sin retorno, debemos hacer que vuelva a las andadas de cuando su ejercicio respondía a propósitos colectivos, despertaba la imaginación, incrementaba la curiosidad, atizaba el debate y mantenía abierta una puerta hacia la promesa de hacer del mundo un lugar adonde se pueda vivir cada vez mejor.


Mostrar más

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Mira también
Cerrar
Botón volver arriba