“El avaro” de Molière/CDN/Jorge Lavelli
Codicia con rostro blanco
Obra: El avaro Autor: Molière. Versión: Jorge Lavelli y José Ramón Fernández. Produce: Centro Dramático Nacional/Galiardo Producciones. Intérpretes: Juan Luis Galiardo, Carmen Álvarez, Manuel Brun, Manolo Caro, Manuel Elías, Palmira Ferrer, Javier Lara, Mario Martín, Walter May, Rafael Ortiz, Irene Ruiz, Tomás Sáez, Aída Villar, Elena Manzanares, Luís Catalán y Óscar Hernández. Escenografía: Ricardo Sánchez Cuerda. Iluminación: Jorge Lavelli y Roberto Traferri. Vestuario: Francesco Zito. Música original: Zygmunt Krauze. Dirección: Jorge Lavelli. Teatro Principal de Zaragoza. 19 de noviembre de 2010
Harpagón, el conocido protagonista de “El avaro”, es un arquetipo de los muchos que la pluma de Molière creó para la escena a través de las profundas y certeras radiografías humanas que son sus personajes. Si hay un paradigma del egoísmo y de la mezquindad ese es Harpagón. Basta buscar un poco a nuestro alrededor para encontrar los Harpagones de hoy en día. Por eso “El avaro” sigue teniendo plena vigencia en el siglo XXI. Por eso, y por la frescura y modernidad que el texto mantiene a través de los años.
La lectura que Jorge Lavelli hace del clásico de Molière es brillante, imaginativa y llena de teatralidad. Y esto que parece tan obvio, que el teatro debe ser teatral, es con demasiada frecuencia expulsado de los escenarios en pos de un vano intento de sustituir el teatro por la realidad y la vida. La escena nunca puede contener ni la una ni la otra, sólo partir de ellas, reelaborarlas y mostrarlas convertidas en arte. Lavelli coloca a los personajes tras una máscara, para distanciarlos y que así los podamos ver mejor. La cara pintada de blanco no es otra cosa que eso, una máscara, la misma que llevan los personajes de la Commedia dell Arte que no la tienen física y real. La máscara no se lleva sólo en la cara, condiciona un tipo de gestualidad, de movimiento, de interpretación. El propio actor o actriz, es máscara. Y esto lo mide Lavelli, lo esculpe, lo alimenta con una dirección rica, cristalina y precisa.
La propuesta funciona muy bien. Es divertida y dinámica. Y lo es por la forma inteligente y cuidada de crear las situaciones. La comicidad de Molière no viene del gag, sino de la situación. Y esto el director argentino lo entiende muy bien y le toma el pulso perfectamente al texto y a la historia. Magnífica la escenografía construida con grandes paneles geométricos que se mueven sorprendiendo, creando espacios y facilitando el buen ritmo de una puesta en escena sobresaliente, planteada con sobriedad y rica en el juego escénico y en el uso del espacio. Desde el punto de vista interpretativo, hay un notabilísimo trabajo actoral muy coral, muy medido y muy en su sitio, del que destaca Juan Luis Galiardo. Inspirado, rotundo, encajando perfectamente de ese toque de histrionismo que a veces tiene en su personaje, nos ofrece un Harpagón verdaderamente fascinante.
Joaquín Melguizo
Publicado en Heraldo de Aragón, 21-11-2010