Zona de mutación

El bluff del Homo Sampler

La categoría ‘homo sampler’ la impone en el campo del análisis cultural Eloy Fernández Porta, a través de su ensayo homónimo. La disponibilidad de un banco de materias primas para el trabajo creativo, desde el cual mezclar, samplear unidades artísticas, tienen fronteras éticas que separan la edición de los relatos del mero robo.

Mucha ‘creación colectiva’ emboza el verdadero saqueo al subconsciente de los actores, quienes a través de improvisaciones y de particulares aportes textuales, colaboran a basamentar espectáculos de los que luego quienes más se benefician, por lo general, son aquellos que suscriben la D(d)irección de los mismos. Hasta la ‘dramaturgia de actor’ aparece no pocas veces absorbida por ese poder suscriptor del Director o por la lisa y llana ascendencia que sus efectos producen. La síntesis concentrada de esta idea, supondría que la sola función ejerce tal poder de suscripción.

Nicolás Bourriad cita al artista sudafricano Kendell Geers: «Cuando trabajo con una imagen o un objeto existente, no lo concibo como ‘sampling’, con el significado que tiene para un DJ, ni siquiera como una desviación como lo hicieron los situacionistas, sino simplemente como un robo. Hablo de robarles imágenes a Hollywood, a la CNN, tomar, literalmente, imágenes y trabajarlas». Para nuestro caso, y a cuento de la gran diferencia, sería dable decir: «para no robarle al compañero». El ‘sampling’, artísticamente, asume sentido en tanto y en cuanto deviene ejercicio político y no como ascendiente de autoridad interna de quien pega los fragmentos, y los une disimulando las suturas con dotes de primera persona (Yo). De ser así, lo colectivo suena al mar que para ser considerado tal, habrá de pasar por el istmo yoico que expresa la voluntad de sujeción de aquellos que suelen firmar en total ambigüedad política, la experiencia de todo el grupo. El equívoco no sería trascendente si no fuera porque la malsana desviación de la presunta función creativa (Director-Actor-Autor) puede verse desbordada por verdaderos simulacros: falsa dramaturgia, falsa creación, falsa novedad, falsa fuente, falsa firma, falsa convención, etc, etc.

La multifuncional condición de ‘ersatz’, la intercambiabilidad de los factores compositivos que la pulsión creativa de un equipo puede proveer, se autoinmola sino es capaz de desafectar previamente el ejercicio categorial de los poderes (o sus símbolos encarnados en la relación de un colectivo), representada por las supuestas funciones dramáticas (otra vez, D(d)irector, A(a)ctor, A(a)utor).

La ‘creación colectiva’ no es una fórmula inocente. Es un método eficaz o no, como cualquier otro, pero alterno en su decisión a oponerse a la creación individual, toda vez que se supone a ésta como portadora voluntaria-involuntaria de los moldes capitalistas y egocéntricos, por el que se in(trans)funde un determinado concepto de poder. La cuestión está en la inequívoca pulsión individual, germinal de toda esa materia prima aludida, avasallada expropiatoriamente por el empuje de consignas egocéntricamente premeditadas, desvirtuadas en su eficacia final considerando la reconstrucción de hecho que por otra vía, realizan de la estructura del sistema del espectáculo que presuntamente se cuestiona. La creación colectiva sin ese fundamento político no es sino una mera retórica metodológica, un metodismo que peca de la petición de principio de creerse validada per se.

En este sentido, el ‘sampling’ no suena más que a la evidencia de una mala conciencia, de una impotencia que se autolegitima como imperativo político. Un recurso prepotente y academicista. Una mediación de reaccionarismo político. Un criticable ejercicio capcioso.

El ‘frankensteinismo’ que habilita a coser la subjetividad grupal en un monstruo cultural, es corazón dadaísta o simple amor a las autopsias.


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