Zona de mutación

El canto del blasfemador

el canto intempestivo* para ese futuro que es el otro, en un mundo que promete apocalipsis

La dinámica preponderante del artista contemporáneo es la experimentación, porque desde ella, y sólo así, puede dejar suceder lo que se oculta detrás de las apariencias, de las determinaciones materiales, económicas, sociales, permitiendo al hacerlo, e-videnciarlas. Si el Teatro ha sido uno de los sacrosantos relatos culturales de la humanidad, la deconstrucción de la representación, tomada ésta como canal idóneo de réplica a la música orquestada por el capitalismo, viene a ser su blasfemia. Esta trans-ontología teatral, es capaz de devolvernos en su crisol de imágenes no ya la certeza aunque sí una pista de lo que es humano, en el contraste extrañador de lo ‘otro’, la otredad no de lo que somos, sino de lo que no vemos detrás de los velos, por pérdida de los dones poéticos aptos para hacerlo. La teatralidad sería el ver en el punto de cruce de ese ida y vuelta, iluminando la doblez. El teatro es un arte decolonial; decolonial en sentido lato. Hoy no puede verse en él sino es a costa de este pasaje al escenario de lo incontestable. En esa superficie territorial donde los héroes de la realidad nos muestran el 3D intempestivo de lo que la excesiva luz que implica ser los agentes de la era de la conciencia, nos impedía hasta ese momento. Uno puede ver la efigie de la moneda, borroneando con la mina del lápiz sobre el papel que la cubre. De ese gesto total de la mano, surge por contraste lo no pintado, la efigie que la acuña por expresión de vacío, de no-luz, y sin embargo, el contenido que la nomina como tal. El escenario parece ser una superficie de esta especie, de sustracciones figurantes. La mano social hará ver por contraste la figura escondida. Por esto y tanto más, el teatro no es un arte franca ni desaforada (ya no), ha devenido potencial y sutil arte sustractivo. En su secularización milenaria, fue convirtiéndose en el arte de la civilidad, de la democracia por excelencia, en el correlato logocéntrico de una manera de ver el mundo, una parte de la Razón y la conciencia como tekné de su ejercicio. Hasta la blasfemia decolonial que conmueve a esa conciencia como razón cautiva de la democracia burguesa, aleve, inclemente. La explosión poética del teatro, o la explosión de las poéticas en el teatro, representan esa desestabilización que trans-ontologiza (fórmula de Levinas) el ser como descorrimiento de los velos totalizadores que hacen ver la otredad múltiple, rara, racial, informe. El dogma sacro de lo que hay que ver, se conmociona con el misterioso “¿qué cosa habrá detrás de las fronteras?” La globalización pauta un ritmo colectivo, pero el pulso pre-occidental o a-occidental, deja escuchar al jaguar de cuando el hombre con sólo ponerse la piel del animal, era la voz y el son del Principio natural.

el ‘yo’ en abismo

Este apartado, contiene una propuesta. Los emplazamientos experimentales, redundan en la concepción de un Yo en abismo en el sentido de que la obsesión por buscar un propio lugar de enunciación, equivale no sólo a estar en un sitio y en otro y en otro a la vez, sino además, que lo que se hace en un plano de universalidad se hace también en una microfísica de particularidades insospechadas que siguen la misma lógica de una manera inagotable. Topológicamente vivir en provincia es ser del ‘interior’, lo que equivale muchas veces a que sus habitantes se vivan desde un ‘spleen’ telúrico, como seres que deben irse de donde se habita si quieren triunfar en la vida, como seres que se deben (o nos deben) por lo tanto, otro destino. Los ‘perdidos en la noche’ que tienen una New York pendiente. Son las maldiciones de una geopolítica determinada que en países con destinos de grandeza, ‘condenados al éxito’, adquieren ribetes de estigmas. El ‘lugar’ que nos toca es un espacio vacío presto a recibir nuestra descarga expresiva y no la sensación de una fatalidad migratoria signada por triunfos y famas debidas. Esto es lo malo. En este sentido, habitar provincia puede ser vivir un ‘no-lugar’ con un sentido negativo adosable al que ya acarrea la nominación negativa. Hay una promesa de la felicidad como dádiva foránea. El destino local debe ser parte de un diseño, un espacio apto, mucho más que el de la metrópoli etnocentrada, para una geopolítica acorde a una expectativa humana que se precie. Esta es parte de la propuesta: El intelectual/artista descentrado debe trabajar donde los espacios des-fundamentados, no sean cómplices y funcionales, con su melancolía, a la planificación de dominio cultural y económico. El coloniaje interno del que es parte el propio sistema que no puede funcionar distinto a una democracia formal, administra desde los barómetros de obediencia, las participaciones federales que son derechos inalienables de las comunidades de un país. Porque el federalismo es una estructura que no releva de tales dimensiones de obediencia. De esta forma, sus habitantes han de vivirse como en un ‘estar’ precario anclado a una trascendencia, a una fantasía que se corporaliza ‘fuera’. En el ‘no-lugar’ no se es. Qué puede esperarse. Ese no-ser y no-estar lo vivirán (viviremos) los tontuelos culturales al no saber qué hacer consigo mismos. Por eso será que a la larga ta(o)ntos artistas aspiran a cobijarse en el Estado de manera pasiva, viviéndose como una identidad fortuita que vale en el momento en que acertó a pasar por ahí, pero no porque en el fondo ‘sea’. Estos dilemas a un modo de ver, uno supone, serán contestados por ‘locutores autóctonos’, i.e., por habitantes de un lugar con capacidad de salvar la raíz propia ante un entorno de cambios, ‘radicantes’ al decir de Bourriaud, que pueden fluir experimentalmente en un viaje desde sí al mundo, sin perderse a sí mismos, sin perder en el periplo su status de viajeros transmodernos, abiertos a una ética de la reciprocidad, de diálogo y a un cosmopolitismo crítico entre pueblos e individuos condenados. Romper el veneno logocéntrico sub-ontológico, sub-alter(no), sub-otro, donde la expresión del territorio propio, se tutea con el mundo, sin deberle pleitesía a las presuntas prerrogativas de nadie.

 

* ‘Intempestivo’ en el sentido nietzcheano de: ‘Palabras que le hablan a la posteridad, porque el receptor ya nunca está presente’.

 

 


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