El cartógrafo/Juan Mayorga
El Teatro como el mapa de la memoria
Tras La lengua en pedazos y Reikiavik, Juan Mayorga dirige su obra maestra El cartógrafo, demostrando no solo su talento para trasladar su texto al espacio y convertirlo en lenguaje escénico, sino, asimismo, su dominio del arte del director capaz de convocar al escenario lo invisible, lo irrepresentable. En El cartógrafo cuenta con Blanca Portillo y José Luis García-Pérez, dos excelentes actores que interpretan los movimientos y el registro de voces de la compleja partitura mayorguiana encarnando a 12 personajes.
El tema fundamental y recurrente en la obra de Mayorga : el teatro como mapa de la memoria, constituye el núcleo tanto de Himmelweg como del Cartógrafo. En estas dos obras aborda, con la mirada de hoy, el holocausto, una de las más atroces barbaries del siglo XX.
«La memoria de la injusticia, dice Mayorga, es nuestra mayor arma de resistencia contra viejas y nuevas formas del dominio del hombre por el hombre» Contra la mentira, la falsificación, las negaciones revisionistas de crímenes y hechos históricos.
En su teatro Mayorga nunca sustituye a las víctimas, no habla en nombre de ellas, solo nos hace escuchar su silencio, haciendo visible su ausencia, dibujando mapas de sitios desvanecidos como el del gueto varsoviano aniquilado con 400 000 judíos enjaulados de los que 70 años después no queda ni huella ni memoria.
Mayorga lo comprobó con ocasión de su visita a Varsovia en 2008. Blanca, protagonista del Cartógrafo, alter ego del autor, tras haber visto en una exposición algunas fotos tomadas en el gueto y habiendo oído una historia o leyenda del viejo cartógrafo que emprendió en 1943 la tarea de fijar la memoria del gueto en un mapa, se lanza a la búsqueda de este viejo mapa «y sin saberlo, a la búsqueda de sí misma.»
Así el mapa invisible de calles y sitios del gueto marcados por una niña que medía las distancias con sus pasos, 70 años atrás, se duplica en un mapa interior de las heridas de Blanca.
El cartógrafo es una cartografía del gueto de Varsovia un lugar desaparecido que no existe hoy en el mapa de esta ciudad. Un lugar emblemático, como en Himmelweg el campo de concentración de Terezin, convertido por los nazis en un apacible y feliz pueblo donde los judíos vivían con toda la normalidad.
Ante la impostura, la falsificación o el olvido de hechos históricos, Mayorga reivindica y recupera la memoria en su teatro.
El teatro como el mapa que trae la visibilidad. «El mapa nunca es neutral, el mapa siempre toma partido.» dice el viejo cartógrafo en la obra. «El mapa hace un país, una nación. Todas las catástrofes empezaron con los mapas.»
Los mapas pueden también salvar vidas como los que Deborah quiere hacer para facilitar la huida de Sarajevo bombardeado.
Respecto al acontecimiento irrepresentable en que está basada su obra, Mayorga explica : «Como en el mapa, en el escenario lo más importante es decidir que se quiere hacer visible y por lo tanto, que se deja fuera.» Una de las más importantes que hace la obra es: ¿qué se puede representar sin mentir? ¿Cómo hacer visible lo irrepresentable?
Es un momento muy potente cuando la acción se detiene, la luz se enciende en la sala y Blanca se dirige al público diciendo con una conmovedora sinceridad que es imposible representar la barbarie del holocausto.
Lo que si es posible es seguir los pasos de Blanca, esposa de un diplomático español destinado en Varsovia, investigando sobre un mapa del gueto en peligro dibujado hace 70 años por un viejo cartógrafo enfermo con la ayuda de su pequeña nieta que salía por las calles buscando datos para él.
En su puesta en escena cartográfica, a través del camino de Blanca, Mayorga traza con pocos elementos el mapa imaginario de lo ausente, lo desaparecido. Como en la reconstrucción por los investigadores de la policía al inicio del espectáculo, los dos actores, en silencio absoluto, marcan en el suelo con una cinta adhesiva blanca el lugar del crimen.
Un espacio rectangular en el que hay solo algunas sillas, 2 mesas, una de ellas patas arriba, un taburete y un banco. Todos estos elementos y el vestuario de los protagonistas son de color rojo. Así el mismo color, tanto de los objetos como del vestuario, pantalón, camisa, vestido, deja de ser visto, no llama la atención del espectador y al mismo tiempo tiene un valor simbólico de sangre derramada.
Para pasar de un personaje a otro los actores cambian solo un elemento. Blanca Portillo, como Blanca lleva un bolso rojo, un gorro como Niña y como Deborah un estuche para los mapas. José Luis García Pérez lleva una bata como Anciano enfermo e interpretando otros personajes cambia la voz, el comportamiento, la manera de andar.
Los actores desplazan las sillas y la mesa en función de las distintas situaciones dentro o fuera del espacio marcado.
Por ejemplo la mesa con las sillas están fuera del rectángulo en las secuencias en las que Deborah dimite de su trabajo porque sus mapas son falsificados, o en la que ésta es interrogada, sospechosa de divulgar sus mapas en el extranjero.
No hay proyecciones en el espectáculo. Nada se representa de manera realista. Así por ejemplo cuando Blanca está buscando fotos del gueto en la tienda del anticuario, este le trae una hoja de plástico transparente.
También en las discusiones del Anciano con la Niña, todo se expresa solo con los gestos que imitan al modo de «como si…» como en el juego de los niños.
Juan Gómez Cornejo hace un trabajo de luces remarcable, enfocando las situaciones en el rectángulo, iluminando algunas veces las partes laterales del escenario o prolongando el espacio hasta el fondo.
La música, (tango Polaco muy de moda en los años 1930, canción yiddish…) interviene como reminiscencias de la época.
Las secuencias se encadenan con fluidez, los actores cambian de personaje rápidamente. Los dos, muy implicados en la obra, actúan en algunos momentos de manera demasiado expresiva. Blanca Portillo, tanto como Blanca o como Niña, subraya a veces en exceso sus emociones y José Luis García Pérez, como Anciano, demuestra con exceso en algunos momentos, su agitación y su debilidad física.
Algunas secuencias son inolvidables, como aquella en la que Blanca, tumbada en el suelo, pide a su marido que trace su silueta, un mapa de su vida con presencias y ausencias, el dolor de la muerte de su hija. También la escena final en la que Deborah niega ser la Niña, la nieta del viejo cartógrafo, poniendo en duda la veracidad de esta historia que puede ser solo un cuento de una vieja.
Gran dramaturgo, Mayorga nos deja siempre con las incógnitas, enigmas y preguntas, a veces sin respuestas…
Paralelamente al Cartógrafo, en el Teatro Fernán Gómez de Madrid, se presenta, del 2 de febrero al 5 de marzo 2017, Himelweg de Juan Mayorga por la compañía Sala Atrium, dirección Raimon Molins.
Irène Sadowska
El cartógrafo
El cartógrafo, escrita y dirgida por Juan Mayorga -. escenografía y vestuario Alejando Andujar – iluminación Juan Gómez Cornejo – música y espacio sonoro Mariano García – diseño gráfico Javier Portillo – Reparto: Blanca Portillo, Blanca – Niña, Deborah; José Luis García-Pérez, Raúl -Samuel, Anciano, Marek, Magnar, Tarwid, Molak, Dubowski, Darko.
En Las Naves del Español, Matadero de Madrid, sala Fernando Arrabal,
del 26 de enero al 26 de febrero 2017