Críticas de espectáculos

El Castigo Sin Venganza/Lope de Vega

La Venganza de la sencillez
Obra: El castigo sin venganza
Autor: Lope de Vega
Versión: Rafael Pérez Sierra
Dirección: Adrián Daumas.
Intérpretes: Manuel Navarro, Emilio Cerdá, Carlota Ferrer, Daniel Ortiz, Vicente Ayala, entre otros.
Teatro Madrid.
Un clásico lo es, porque, a pesar de la distancia, las palabras y los sentimientos que un día el autor pergeñó, concienzudamente, siguen frescos y llenos de vida. Mirar, leer e introducirse en las entrañas de un texto, con tal calificativo, es una tarea arriesgada y peligrosa, que hemos de emprender con sumo respeto, con sumo cuidado porque, aquello que vamos a descubrir, aquello que pretendemos trasladar a un presente determinado… Tal vez sea “más” de lo que vemos o de lo que entendemos y por el contrario, no sea necesario recurrir a la grandilocuencia, a la exageración en la interpretación; pues, todo, hasta el sentimiento más sublime que pretendamos trasladar y reflejar en dicho empeño, resulta más real si conseguimos pasarlo por el tamiz de la sencillez, si logramos borrar el soniquete machacón y rítmico de un verso… Si hacemos posible que un actor no recite. Hable.
¿A qué viene todo esto?
A que poner en pie un clásico es muy difícil… No tanto por la escenografía que, en el caso que nos ocupa, resulta muy acertada. (Recurrir a la sencillez, la desnudez y el “otro” u “otra” gran protagonista: La iluminación… Es, casi siempre, apostar sobre seguro); ni tampoco por el vestuario. (Pedro Moreno, siempre es una garantía…) Lo más difícil es que el actor llene ese desolado escenario; lo más complicado es que el actor pueda reflejar un sentimiento, tal y como se sentía en el tiempo en el que fue escrito. Pongamos por ejemplo, La ira o el despecho; “Los celos, justificadísimos por otra parte, del Duque al conocer, de primera mano, la infidelidad de Casandra, su esposa…”
Lo que en el siglo XXI representa esa ira y ese despecho, no es, exactamente, lo que podían representar en los siglos XVII o XVIII. Los celos o “los cuernos” constituían una auténtica herida mortal al honor, cuyo significado hoy, se ha perdido, con el paso de los días, de los años, de los siglos… Para bien o para mal. Nunca se sabe.
Sin suspender el montaje realizado por Adrián Daumas; sin obviar que en algunas ocasiones se recitan más que se dicen, los versos de Lope de Vega… Sí he de señalar lo excesivo, lo grandilocuente, lo exagerado, lo forzado de la actuación de Lidia Navarro (Casandra).
Tal vez sea fruto de la inexperiencia, tal vez le falte mucho por sentir a esta actriz, para experimentar en sí todo lo que le ocurre al personaje; pero esa deficiencia no la suple, no la salva, una actuación exagerada y por ende, nada creíble; una actuación que nos recuerda, y mucho, a una función de esas, que suelen organizar los colegios, a final de curso.
Hemos dicho que no íbamos a suspender este montaje, y lo mantenemos; pero a veces, hemos de recordar que la sencillez de lo accesorio, pone de manifiesto las carencias que, habitualmente, se esconden en la parte más frágil, que en este caso, es el actor o tal vez, una dirección que no ha sabido transmitir lo que pretendía en un principio.


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