El Contador Descontado (Capítulo cuarto)
A los quince días de iniciado el curso de profesionalización, Kilovatio sufrió la primera prueba. Y digo sufrió, porque aunque había memorizado con juicio cada uno de los movimientos de las manos, no tuvo en cuenta, durante el examen, algo de lo cual sus preceptores le habían hecho mucho énfasis, y es, la responsabilidad moral sobre el movimiento, y por eso el examinador advirtió algunas deficiencias en la coordinación de los mismos.
-Los movimientos manuales de un contador de historias no son cualquier cosa – dijo éste, un poco alterado. Sobre éstos debe existir una responsabilidad moral
-Creo que lo estoy haciendo bien – reclamó Kilovatio, envalentonado, porque le produjo rabia el tono altanero del examinador.
-¿Ves?, ¡no tienes paciencia! – protestó éste -, y esa es una muestra de debilidad vocacional.
-¿Qué es eso de debilidad vocacional? – preguntó Kilovatio.
– Una vocación a medias. No parece abrasarte aún la pasión de contar historias.
– Es lo que he hecho toda la vida, desde cuando aprendí a hablar –reclamó Kilovatio.
– Pero…
-Cuento historias hace mucho tiempo, señor, desde antes de conocerlos a ustedes- encaramó sus palabras sobre las del examinador, con la intención de atizar el fuego y generar un debate.
-¡Ah!, pero te falta formación – respondió el otro, bajando las palabras de Kilovatio de un golpe, para debilitarlo moralmente. No es lo mismo contar para gente de provincias, que poco o nada sabe de técnicas escénicas, a contar para un público, cuyos conocimientos en artes escénicas le permite valorar muy bien la forma como cuentas – agregó éste.
Kilovatio guardó silencio y recordó una vez más los videos que mostraban a los triunfadores, y empezó a imaginarse en uno de esos escenarios tan bonitos, en donde el color rojo intenso del telón combina muy bien con la luz mortecina, que apoya a casi todo lo escénico, dándole ese aire de intimidad y misterio que desentraña en el espectador su afición a lo clandestino.
-Si no quieres triunfar, puedes marcharte – le espetó el examinador, y Kilovatio, seguro de haber ofendido a éste haciendo ostentación de veteranía, le ofreció disculpas, usando términos recién aprendidos allí, para demostrarle su disposición de continuar enfrentando ese reto.
-Somos sinuosos los seres humanos, y existen días tan profundos como superficiales – manifestó Kilovatio, abriendo las manos con las palmas hacia arriba y moviéndolas de arriba abajo como si estuviera sopesando algo. La susceptibilidad nos lleva a veces a interpretar erróneamente un mensaje – siguió diciendo. Reciba, por favor, mil disculpas -concluyó.
Nunca antes Kilovatio había sido tan medido para hablar, ni había empleado para hacerlo términos tan exquisitos, y él mismo se admiró de la fineza de su oratoria.
El examinador quiso poner de relieve ese cambio de posición, pero detuvo las palabras que iba a decir, y le preguntó:
-¿Eres consciente de tus palabras?
-Kilovatio creyó que había dicho algo mal, y respondió:
-No entiendo.
-Me refiero a si sabes ¿cuáles son las implicaciones de éstas?
-¡Implicaciones, implicaciones! – repetía Kilovatio en voz baja y el examinador comprendió que éste no sabía el significado de dicha palabra, y saltó en su ayuda:
-Implicación quiere decir consecuencia, resultado…
¡Ah!, claro; si estoy reconociendo que las personas no somos las mismas todos los días… pero además le estoy pidiendo disculpas por haberlo molestado, la consecuencia es el reconocimiento del error.
-No me has molestado –mintió el examinador. Miró a Kilovatio de frente, y le explicó:
-Te hice la pregunta, para averiguar tu grado actual de conciencia, porque para ser un buen contador de historias es muy importante aprender a ponerles nombres a las cosas y también a volver conscientes las palabras y los movimientos, como ya te lo han dicho muchas veces.
-¿Nos hemos desviado del tema? – preguntó Kilovatio. Decía usted algo sobre la moral del movimiento manual – le recordó al examinador con el ánimo de agradarlo.
-Allá es adonde llegaremos con este diálogo, y quiero hacerlo aplicando el método de la mayéutica.
-Mayéutica, mayéutica – repetía, azorado, Kilovatio.
-Es un método creado por Sócrates –explicó rápido el examinador para sacar a su interlocutor del atolladero -, mediante el cual el maestro, en este caso yo, a través de preguntas, haré que tú, el discípulo, descubra nociones o conocimientos que están latentes en ti…, es decir, que vienen contigo – decidió explicar de una vez el examinador antes de que Kilovatio empezara a decir: latente, latente.
-¡Sócrates!, ¡Sócrates!…
-Sííííííí, un filósofo griego que vivió antes de Cristo – dijo, ofuscado, el examinador, mientras Kilovatio recordaba a un amigo del pueblo que llevaba dicho nombre y a quien nunca le había escuchado palabras de esas, pero con quien había compartido muchas historias.
-¡Mayéutica! – trató de imaginar una representación física de esta palabra, para evaluar su utilidad, pero no lo consiguió. Después, pensó: Esa palabra está buena para meterla en una historia. Es rara, ¿no?, pero suena bien.
Kilovatio llevaba un cuaderno de notas donde apuntaba las palabras cuya escritura y pronunciación lo deslumbraban, porque pensaba introducirlas en las historias, cuando estuviera contando frente al gran público y cumpliendo su sueño. Anotó la palabra mayéutica en el cuaderno. Al principio se sentía extraño pronunciando las palabras consignadas en el cuaderno, pero se fue acostumbrando a su sonido, porque las repasaba todas las mañanas cuando despertaba, experimentado con cada una un cierto desapego de su vida anterior. Tal vez fue ese instinto de conservación del recuerdo, para evitar quedar algún día sin órbita, la razón por la cual Kilovatio decidió iniciar una especie de diario de ésta. Dicho diario le fue confiscado por orden de la dirección del Centro, porque este ejercicio mental lo iba a mantener atado a un pasado, de cuyo olvido él debía encargarse, si quería convertirse en un profesional de la narración oral.
-¿Qué entiendes por moral? – se atravesó el examinador en la contemplación de Kilovatio de la palabra mayéutica.
-¿Comportarse correctamente?
-Supongamos –dijo el examinador – pero, ¿qué es comportarse correctamente?
-¿Hacer las cosas bien?
-Y, ¿cuál es la razón por la que queremos hacer las cosas bien?
-¿Para tener la conciencia en paz?
-¡Eso es! ¡La conciencia! –dijo el examinador con aire triunfal, porque había conseguido hacer reflexionar a su alumno, al cual, en cierto sentido consideraba de pocas luces, por la forma ruda como se comportaba en algunas ocasiones. Luego agregó:
-En el trascendental oficio de contar historias cada movimiento debe ser consecuencia de un acto de conciencia, porque los provocados por el inconsciente son de orden primario, y, si se quiere, un tanto salvajes. Los movimientos de mano, y de cualquier otra parte del cuerpo de un contador de historias deben ser necesariamente dirigidos por la conciencia.
-Todo cuanto he hecho en la vida ha sido consciente – explicó Kilovatio.
-¿Sabes definir la inconsciencia?
Kilovatio guardó silencio.
-Bueno, veo que no lo entiendes muy bien, y no lo vamos a remediar en este momento. Más adelante oirás hablar del asunto, si abordan el tema “conciencia y movimiento general”, y por eso no nos vamos a detener – dijo el examinador. En todo caso es muy importante comprender porqué un movimiento no dirigido por la conciencia carece de responsabilidad moral, y dicho entendimiento vendrá con el fortalecimiento de ésta.
El examinador abandonó el cuarto de examen y pocos minutos después regresó trayendo una especie de girasol metálico montado sobre un eje, que sobresalía por la parte superior de una peana, de cuya base se desprendía un cable con conexión final USB. El examinador conectó éste en uno de los puertos de un computador.
-Cada día es menos necesario complicarse la vida con definiciones – dijo el examinador mientras observaba por todos lados la peana para encontrar un interruptor y encender una luz -, porque ya existen medios para hallar cuanto buscamos sin necesidad de definirlo. Basta con mencionarlo –remató el examinador.
Kilovatio se asomó, por partes, al mecanismo, y no halló ninguna coincidencia entre el aparato y el examen de que estaba siendo objeto.
-¿Has oído hablar de la conciencia de la coordinación a la cual aspiramos llegar en este Centro?
-Sí.
-¿La has aplicado?
– Sólo hemos visto las nociones.
– ¡No señor! – cada ejercicio que has hecho durante estos quince días es una aplicación de esa conciencia.
-¿Y?
– Pues, o nos dedicamos a definir o a practicar. ¡Eh ahí el problema! – sentenció el examinador.
-¿Cuál problema?
-Que no has aceptado aún que cada movimiento de la mano debe ejecutarse en conciencia, mejor dicho, no has conseguido romper con el pasado y sigues moviendo las manos, sin ningún plan, tal como lo hacías cuando le contabas historias a la gente de tu pueblo.
Kilovatio le confesó al examinador su incapacidad de comprender este discurso.
-En el mundo de la narración oral todos mueven las manos, porque han oído hablar mucho acerca de la fuerza que dan al discurso –comenzó a explicar el examinador -, pero son pocos los conocedores, o mejor, quienes tienen consciencia de su responsabilidad moral sobre estos movimientos, porque no sucede lo mismo en el ánimo del ser humano cuando sus manos se mueven al ritmo de un cuento a cuando a éstas las mueve una acción de cálculo. Para decirlo de otra forma:
-No mueves las manos lo mismo cuando estás contando una historia a cuando estás contando dinero, por ejemplo. Cuando cuentas una historia te sometes a un proceso moral, que no es estrictamente necesario observar cuando calculas. ¿Ves, por qué es también muy útil averiguar sobre el movimiento de las manos y su relación con las circunstancias?
Kilovatio seguía con la vista puesta en el mecanismo recién conectado al computador, y el examinador respondió la pregunta antes de que éste la hiciera:
-Es un probador de la intensidad del movimiento de las manos.