El Contador Descontado (Capítulo segundo)
Tenía previsto escribir esta semana sobre un tema de mucho provecho para los mercaderes de la cultura, llamado industrias culturales, pero mi columna de la semana pasada titulada el contador descontado causó un gran impacto entre quienes están dedicados de tiempo completo a la narración oral y de quienes están a punto de entrar en ella, pues en menos de una semana he recibido más de un millar de correos pidiéndome información acerca de Kilovatio, el protagonista de la columna en mención, y manifestando su interés de conocer detalles sobre su transformación, y la razón o razones por las cuales su gente no volvió a entender sus cuentos.
La historia les ha parecido estremecedora –afirma la mayoría- , y yo pregunto: ¿Qué es lo que les ha parecido estremecedor? ¿Será una estratagema suya, calificar mi relato de esa manera, para hacerme hablar y conseguir a través mío las enseñanzas de Kilovatio acerca de cómo cosechar aplausos? No sé; pero he decidido, por reciprocidad, responderles a quienes me han escrito, porque en medio de tanto estímulo verbal no resulta nada fácil ser leído, y no voy a desaprovechar esta numerosa audiencia.
Por razones de espacio no podré darles gusto en esta entrega y por eso les iré contando, paso a paso, cómo se desarrolló el proceso que culminó con la transformación y posterior profesionalización de Kilovatio en el campo de la narración oral.
A Pedro Benítez, conocido con el remoquete de Kilovatio, por las razones ya dichas en mi columna anterior, lo entrevisté por vez primera en una de las repentinas excursiones que emprendo en busca de curiosidades cuando siento mi cerebro a punto de vaciarse. Compartí con él conversaciones durante varios días, y fui testigo de cómo la gente lo seguía a todas partes, porque contaba historias a quienes las requerían y se paraba en cualquier lugar a hacerlo, y de cómo se lo disputaban para invitarlo a amenizar veladas, porque allí donde vivía él, las fiestas no se celebraban con música y baile sino con ruedas de oyentes que permanecían hasta el amanecer escuchando historias. ¡Extraño pueblo!, ¿no?
Tuve la suerte de conocer a Kilovatio cuando aún pertenecía a la vida cotidiana y cuando todavía contaba historias por el solo gusto de contarlas, y por eso intenté convencerlo de que hiciera caso omiso a la invitación de quienes querían convertirlo en un profesional, refiriéndole varios ejemplos de personas que, como él, habían terminado incomprendidos por su gente. Pero quienes se habían dedicado a meterle la idea en la cabeza ya le habían inoculado la ambición de público.
Cuando Kilovatio llegó al centro de formación en donde le iban a enseñar las técnicas para “contar bien un cuento”, y convertirse en un profesional lo recibió una voz oculta, grave, y lenta, que venía desde el fondo de la sala de recibo, ordenándole:
-Debes hacer una limpieza ideológica antes de empezar.
¿Qué quiere decir esto? -le preguntó Kilovatio a quien lo estaba conduciendo, y éste le respondió:
-Quiere decir que aquí vas a empezar de cero. Tenemos varios salones de trabajo – siguió hablando éste -, cada uno dedicado a la transformación de una parte específica del cuerpo, porque cuando cuentas una historia, cada pedazo de tu cuerpo debe moverse de acuerdo con el significado de cada palabra. Es una especie de ciencia de la coordinación lo que se quiere lograr con este proceso.
Entraron en un salón sobre cuya puerta de acceso se leía: El Movimiento de las Manos, y el hombre explicó:
– Está el salón de las manos, el del tronco, el de la cabeza, el de los ojos, el de las extremidades inferiores y el de la voz. El tiempo que debe permanecer un aspirante a contador de historias en cada sección o salón depende de cuantos resabios tenga cada parte de su cuerpo.
En las paredes había colgada una exposición fotográfica con la representación de una secuencia expresando diferentes movimientos de mano, cada una con un pie de foto explicando en qué momento de la historia debía producirse éste, para ayudarle a la voz a enfatizar una demostración de alegría, de tristeza, de preocupación, etc. Quien acompañaba a Kilovatio le pidió que posara sus manos sobre unas plantillas y al ver que coincidían con su tamaño y forma, le dijo:
-Eres afortunado, tienes manos de contador de historias.
-Y, ¿cómo son las manos de los contadores de historias? –preguntó Kilovatio.
– Así, como las tuyas – dijo el hombre.
Mientras Kilovatio se miraba las manos acuciado por una curiosidad nueva, y murmuraba, así como las tuyas, el hombre sentenció:
– claro que les falta pulimento.
Esta era la primera vez que Kilovatio se asomaba a sus manos con la idea de descubrir algo distinto a cuanto siempre había visto en ellas, es decir, una útil prolongación del cuerpo, porque nunca había pensado que las manos sirvieran para algo distinto que asir cosas, y pareció no encontrarlo porque se quedó en silencio.
-La mano es el principal elemento de comunicación del cuerpo –dijo su acompañante. Dentro de este salón permanecerás el tiempo necesario para aprender el manejo de ellas – aclaró.
-Y los demás salones – intervino Kilovatio – ¿cuándo los veremos?
-Cuando ya controles tus manos – respondió el hombre.
-Siempre he controlado mis manos – replicó Kilovatio, moviéndolas en toda dirección, para demostrarlo.
– Les falta ritmo – aseveró el hombre, y Kilovatio, preguntó: -¿qué es eso de ritmo?
-Es lo que vas a aprender a manejar aquí, a voluntad. A partir de este momento serás tú el inventor de tu propio cuerpo.
Antes de que el hombre partiera y lo dejara a merced de quien habría de instruirlo en la forma de mover las manos en correlación con las palabras y los sentimientos, Kilovatio le preguntó:
-¿Es usted el director de este centro?
-No – dijo – el director es el de la voz grave y pausada que te habló cuando entramos.
– Y, ¿cuándo podré hablar con él?
– Cuando estés preparado espiritualmente, es decir, cuando ya conozcas los preceptos del contador de historias y puedas entender cómo comportarte entre ellos.