El Contador Descontado (Capítulo XVI)
La disensión se había puesto por fin en evidencia, y aunque llevaba mucho tiempo fraguándose, el director se mantuvo ignorante de su evolución porque vivía convencido de que todo permanecería en perfecto orden, por obra y gracia de su deseo, porque su deseo era ley en el Centro.
Los primeros signos de ésta se produjeron cuando fue descubierto Kilovatio, quien se convirtió en una especie de hallazgo del eslabón perdido, de lo que entonces se denominaba con mucha ampulosidad cultura popular, a cuyo rescate se habían dedicado, aspirantes a convertirse en intelectuales resueltos a iniciar las más audaces transformaciones sociales, que andaban por toda la geografía olvidada de la región, desafiando obstáculos cuya condición urbana les impedía imaginar, portando grabadoras, cámaras fotográficas y de video, buscando a quienes por analogía denominaban cuenteros populares, para instruirlos en estrategias diseñadas por instituciones de formación de contadores de historias, que empezaban a proliferar, y por algunas universidades dispuestas a ampliar su oferta educativa, con el pretexto de salvaguardar la identidad cultural.
El director, aturdido aún por el portazo dado por Trevi al despedirse, recordó con amargura la tarde que los alborotados estudiantes del primer curso del Centro llegaron con Kilovatio, asegurando:
-Traemos algo que le va a cambiar la vida al Centro.
Sueva, quien tenía por costumbre evaluar a quienes solicitaban su ingreso en el Centro, desde su oficina, a puerta cerrada, observando a través de una mirilla, de manera que el aspirante no adivinara de entrada los rígidos controles de la institución, mientras un comité de bienvenida le arrojaba a Kilovatio chascarrillos para probar sus reacciones ante el exceso de confianza, recorrió el cuerpo de éste con una mirada rápida, para evitar que algo del mismo entrara en el Centro sin su permiso y se enteró de inmediato que ese hombre era una buena adquisición, pero al mismo tiempo tuvo el presentimiento de que no sólo iba a cambiar la vida del Centro, sino también, la suya.
Cuando Kilovatio dio su primer paso dentro del Centro, Sueva advirtió una cierta alteración en el clima interno de convivencia, pero le restó importancia porque no era la primera vez que en el Centro había revuelo con la llegada de un novicio cuyas características provocaban curiosidad. Tenía muy claro que los contadores de historias son proclives a averiguar cómo cuentan los demás, son adictos a las comparaciones y calman la curiosidad por los demás muy pronto, porque finalmente cada uno de ellos se considera especial dentro de su género. Convencido entonces de la temporalidad de las reacciones generadas por el ingreso de Kilovatio, hizo caso omiso de algunas modificaciones ocurridas dentro del Centro a partir de ese momento, como la disminución de reportes de evaluación por parte de los instructores, y de la rendición de informes confidenciales de personas que justificaban su permanecía en el Centro realizando tareas poco relevantes, porque su misión era detectar los sucesos menudos escapados al control de la gran vigilancia, como saber quién hablaba mal del director, entre quienes existían relaciones peligrosas para la estabilidad institucional, con qué personas del exterior hablaban unos y otros, cuáles eran los temas tratados por los empleados cuando se reunían en los momentos de asueto, cuáles eran las aspiraciones de uno y otro, con quién concertaban citas clandestinas, etc,
Ninguno de estos cambios había alcanzado a perturbar la vida del director porque él se consideraba más allá del bien y del mal, y desestimaba los obstáculos que los demás pudieran poner a su vida, y fue justo por ese exceso de confianza que no prestó atención a las recomendaciones de Obdulio Guzmán, un hombre encargado del servicio de limpieza de la institución, y quien daba disimuladas miradas, y en ocasiones lograba hacer detenidas lecturas a los documentos que movía de un lugar a otro sobre los escritorios cuyo polvo limpiaba a diario, cuando le dijo: -Maestro, hay desorden en casa, y por eso se enteró tarde de que entre Merlo y Kilovatio se habían producido varios encuentros, después del primero, llevado a cabo el mismo día de su ingreso, cuando Merlo, como encargado de estudiar la disposición de los recién ingresados de someterse a los preceptos, lo abordó y estableció con él un tácito acuerdo de simpatía, que Trevi se había colado en la habitación de Kilovatio en varias oportunidades para escucharle las historias y que terminó planeando con él con la creación de un Centro en donde la formación no fuese tan exigente y le concedieran al alumno la posibilidad de despertar sus facultades y no de condicionarlas, que el formador de manos había mentido cuando dio el visto bueno al final del curso, y que en una reunión secreta, en la cual habían participado Merlo y Trevi, habían acordado iniciar un proceso en contravía de lo dispuesto por el director, porque dudaban seriamente de que tanta mentira tuviese sostenibilidad en el tiempo, que el encargado de hacer el examen con el Himawari había manipulado el software para permitirle a Kilovatio pasar la prueba, porque de lo contrario su estado de ánimo no se lo hubiese permitido, y que los falsos resultados de dicha prueba fueron bastante difundidas como una estrategia para poner en tela de juicio las jerarquías dentro del Centro.
Todas estas cosas le fueron contadas al director, por Guzmán, a quien llamó una vez salió Trevi, para preguntarle qué sabía él, porque recordó en ese momento que éste le había advertido en una ocasión sobre el desorden de la casa.
-¿Qué ha fallado? – se preguntó Sueva en medio del relato, y como si Guzmán lo hubiese escuchado, le dijo:
-Maestro, se que en este momento se está preguntando qué ha fallado. ¿No es así?
El director se sentía cercado y tenía una urgencia visceral de compartir opiniones con alguien, y por eso, siguiendo la inercia de sus anhelos respondió afirmativamente con un movimiento de cabeza. Entonces, Guzmán entusiasmado con su nuevo papel de confidente del director, agarró una silla, se sentó y continuó su discurso:
-A decir verdad, mi querido amigo… y se detuvo porque el director lo miró con reproche, y lo apuró:
-Diga pronto lo que va a decir, señor Guzmán – le dijo, recalcando con ironía el señor -, porque estoy agotado. El director había reaccionado y después de un apresurado estudio de la situación consideró que debía restablecer la jerarquía.
-Sólo quería decirle que desde que llegó ese hombre al que llaman Kilovatio la vida en el Centro se acabó.
-¿Y? – preguntó el director, manifestando con un gesto del rostro su molestia.
-Lo sabe todo el mundo…menos usted, – dijo Guzmán, con altivez para demostrarle al maestro que no había sentido los dardos de reproche e ironía.
El director se quedó en silencio.
Guzmán analizó la situación y se dio cuenta de que el viento estaba a su favor. Se levantó de la silla y amagó marcharse, pero el director lo detuvo:
-Guzmán; usted sabe algo más. ¿No es así?
Guzmán sintió un gran gustó cuando escuchó la pregunta con acento de ruego. Miró fijo a los ojos del director y descubrió en ellos indicios de desconcierto e inseguridad, y huellas de soledad. Tomó asiento de nuevo, avanzó su cabeza por encima del escritorio, para acercar su rostro al del director, y en un tono perversamente confidente, le dijo:
-No sólo se algo más, señor, perdón, maestro, sino más de lo que tú imaginas.
El salto rápido de señor al tú desorientó a Sueva, porque no atinó a definir si se trataba de un lapsus o de una demostración de soberbia de quien sabe algo que el otro ansía saber porque de eso depende su vida, pero por las dudas, sostuvo el peso de ese tú con calculado estoicismo, para hacerle creer a Guzmán que la igualdad entre los dos se iba a sellar en ese momento con los secretos que iban a compartir.
-¡Cuenta, cuenta! – rogó, desesperado el director.
Guzmán, acercando aún más su cara hacia la del director y dándole al momento un aire de misterio le dijo, en voz muy baja:
-Ya vuelvo.
Se levantó lentamente, caminó en puntillas hasta la puerta, abrió con sumo cuidado para no hacer ruido y cuando salió hizo lo mismo al cerrar.
El director se quedó ardiendo de rabia contra sí mismo, porque empezó a hacer el cálculo de hasta dónde había descendido su jerarquía, y por primera vez en su vida tuvo la desagradable sensación de estar despojado de autoridad.