El Contador Descontado (Capítulo XXIII)
Trevi y Merlo decidieron no insistir con aquellos jóvenes, porque no advertían en ellos disposición de aportarles información precisa, si es que la tenían, y por eso se despidieron y luego se dirigieron a la barra a probar suerte con el dependiente.
En el trayecto se cruzó con ellos un hombre de edad mediana, recién llegado al bar, y a quien quienes vieron entrar debieron descubrirle su ansiosa mirada viajando por el salón, en busca de alguien. Se trataba de un antiguo trabajador del Centro, que se había desempañado en oficios varios, y por extensión, de cuando en cuando en lo que allí denominaban inteligencia, cuya misión fundamental era hacer de pared con oídos, para averiguar quién o quiénes hablaban mal del Centro o de sus directivos, y quien a pesar de no haber cometido una sola falta fue relegado del cargo como consecuencia de las políticas laborales del momento, cuya esencia era impedir la jubilación de los trabajadores. Este hombre seguía arrastrando la frustración de no haberse convertido en un contador de historias, vocación que descubrió una mañana cuando tuvo la oportunidad de ver una sesión completa del movimiento de las manos en una de las salas en donde habían dejado un video andando, y aún conservaba la esperanza de convertirse en un contador de historias y por eso había trocado el rencor, que para muchos debía sentir contra las directivas del Centro, en insistencia a través de gestos, muchos de los cuales rayaban en el servilismo, como seguir trasmitiéndoles los comentarios externos urdidos en su contra.
-Maestros, tengo algo para ustedes –les dijo el hombre con aire festivo cuando se encontró cara a cara con ellos.
Trevi y Merlo no vivían muy dispuestos a entablar diálogo con personas consideradas por ellos de poco relieve, porque llamaban a esto perder el tiempo, y en las condiciones actuales, con mayor razón debían aplicar su criterio si querían avanzar en la búsqueda de su eslabón perdido. Sin embargo, Merlo, quien se envanecía de llegar a la conciencia de la gente con solo observar los gestos del rostro, tuvo una corazonada y con una mirada le hizo deshacer a Trevi la de molestia que éste había empezado a proyectar sobre el hombre, y cambiarla pronto por una de complacencia, lo cual resultó para él muy fácil debido a que había empezado a hacer cursos para amansar las contrariedades, porque estaba considerando muy seriamente la posibilidad de incursionar en la política si la crisis con los contadores de historias se intensificaba. Asumiendo entonces un tono camelista, del cual él mismo se asombró por su eficiencia, saludó al hombre:
-¿Cómo vas con los cuentos? Me imagino que ya estás contando. Trevi, consideró oportuno despertar al antiguo empleado del Centro, tirándolo de sus sueños, porque era una manera de matar sus desagradables recuerdos individuales, porque siempre había sido tratado por Sueva, por él y por Merlo, como parte de la servidumbre.
-Me falta, me falta; pero ahí voy -contestó el hombre visiblemente emocionado por el reconocimiento de fondo que sugería la pregunta.
Merlo, tasó la ansiedad de éste y descubrió su urgencia y deseo de ser útil. Le hizo un guiño a Trevi con el cual le dio a entender la necesidad de seguirse volcando sobre éste con amabilidad suprema, porque temía uno de esos desbordes de intolerancia que se apoderaba de él cuando olfateaba la proximidad de un fracaso.
-Vamos a tomar una copa, porque este encuentro debemos celebrarlo- propuso Trevi, comprendiendo rápido el mensaje de Merlo.
Ocuparon una mesa cerca a la barra, y cuando se sentaron, Merlo recordó que allí era autoservicio y lo mencionó diciendo que iba a ordenar, pero el hombre, decidido a celebrar a su manera ese encuentro, cuya importancia tenía previsto anotar en su diario imaginario, se ofreció para ir por la consumición.
– Nos avergüenzas – dijo Merlo con fingida modestia. Pero ya que te ofreces tráeme un brandy.
– A mí una cerveza – dijo Trevi, también con voz meliflua.
Cuando el hombre se hubo marchado Merlo le dijo a Trevi:
-Hoy en día no se puede despreciar la palabra de nadie, por insignificante que sea, porque la información anda por ahí a los ojos de cualquiera y al alcance de todo el mundo.
-Lo mismo creo yo – ratificó Trevi. Pero, ¿qué te hace pensar que debemos gastarle tiempo a éste?
– Veo en su mirada que tiene para nosotros buenas noticias.
– ¿Sobre Kilovatio?
– Sobre Kilovatio, sí señor.
– Y, ¿por qué lo crees?
– Porque el tema actual es su fuga.
– ¿Fuga?, ¿No fue acaso un rapto?
– Fuga, hombre, fuga; a ese lo ha engolosinado esa furcia de Ana María Besugo.
– No conocemos los detalles acerca de cómo sucedieron los hechos y por eso no debemos anticiparnos a hacer juicios.
-¿Estás defendiendo a esa gata caliente?
Trevi no esperaba una expresión de esas por parte de Merlo, y prefirió dejar allí el tema, porque cuando se ponían a hablar de Ana María terminaban en pelea, porque esa mujer era el amor eterno e imposible de Trevi, y de la cual no había conseguido ningún favor a pesar de todo cuanto había hecho él para fomentar la imagen de ella en el mundo de las artes escénicas. Merlo se mantenía iracundo, no por consideración a Trevi sino por solidaridad de género, un tema del cual se hacían palabras interminables cuando en una conversación surgía de repente el nombre de esta mujer, y por eso no despreciaba oportunidad de darle calificativos denigrantes, como el de furcia. Así es que deshizo el tema de conversación, aprovechando el arribo a la mesa del encargado de cultura, a quien se acercó de inmediato a tributar un indispensable saludo de bienvenida, porque del presupuesto de la oficina de cultura este hombre derivaba una importante suma para garantizar el funcionamiento del Centro. Después de los saludos de rigor, el encargado de cultura ayudó a la desviación del tema impuesto por Merlo acerca de Ana María, preguntando por Sueva, sobre cuya situación se estaban tejiendo comentarios muy incómodos, entre los que prevalecía su conducción forzosa al manicomio.
-Ya saben ustedes cuanta consideración hay en el alto gobierno por este hombre – les recordó el encargado de cultura dando a entender que era parte de su responsabilidad ocuparse de este tema.
Trevi abrió la boca para dar una explicación, pero en ese momento regresó el hombre con el pedido y al percatarse de la presencia del director de cultura, desvió su atención, preguntándole:
-¿Tomará usted también una copa, señor director de cultura?
Éste, que tenía por norma, o por vicio, o por lo que fuera acudir al bar a esas horas a tomar varias copas, respondió, muy erguido y sin mirar al hombre:
-Sí, lo de siempre.
Lo de siempre era una expresión que el encargado de cultura solía largar acodado en la barra del bar, dirigiéndose al dependiente. El hombre desconocía los gustos etílicos del encargado de cultura, y por timidez, prudencia o vergüenza no hizo evidente su ignorancia haciendo preguntas cuyas respuestas bien podía hallar en otro lugar, y evitar de paso generarle una contrariedad al señor encargado de cultura, cuyo temperamento era igual de explosivo al de la mayor parte de la clientela del bar, compuesta por escritores, poetas, pintores, teatreros y demás personas dedicadas al arte y a la construcción de su propia intelectualidad, y haciendo uso de una extraordinaria intuición se encaminó a la barra y le preguntó al dependiente acerca de los gustos del encargado de cultura, y éste, limpiando copas, vasos, platos y por último la cubierta del mostrador, y mostrando un aire festivo, le respondió en tono sardónico:
-¿El gusto de ése?, ¡ese bebe lo que le pongas!
– Bueno, pues entonces pongámosle una botella de aguardiente; ¿te parece?
– Me parece – dijo el dependiente esbozando una sonrisa, y luego agregó:
– Con eso, si ustedes tienen algo de qué hablar podrán hacerlo tranquilos porque éste, una vez tenga la botella en las manos no pensará en cosa distinta a bebérsela.
Cuando el hombre volvió a la mesa y puso la botella encima vio el brillo en los ojos del encargado de cultura, quien con cuya mirada parecía decir, con seguridad plena:
-Esta es para mí.
Merlo y Trevi se miraron como preguntándose, “¿y ahora cómo haremos para deshacernos de éste?, pero dicha preocupación se disipó al momento cuando vieron al encargado de cultura agarrar la botella, levantarse y dirigirse a otra mesa adonde había un escritor, un poeta y un pintor, diciendo:
-Ya regreso; tengo algo que conversar con estos señores. Y los señaló alargando los labios y tirando un poco el mentón hacia adelante. Luego terminaremos con el tema anterior – concluyó, levantando la mano libre y batiéndola despacio en el aire, dando a entender, quizás, que para hablar de esto habría tiempo.
Merlo, que no perdía detalle de cuanto pasaba a su alrededor siguió a éste con la mirada y vio que cuando puso la botella sobre la mesa, el escritor, con mucha propiedad hizo sonar las palmas y levantando la voz le pidió al dependiente cuatro copas, y como ya se sabe que ahí no se le servía a nadie, el pintor saltó de su silla y fue hasta la barra a tomarlas de manos del dependiente quien ya las tenía preparadas y había avanzado con medio cuerpo por encima de la barra.
– Y, bueno, algo nos ibas a decir – dijo Merlo retornando la mirada a su sitio y brindándosela ahora al hombre, para entrar en materia.
– Pero también a dar, maestros – rectificó éste sacando de uno de sus bolsillos el sobre que le había sido entregado a Kilovatio por merlo y que había perdido en el bar después de dejarlo en una esquina de la mesa, antes de entrar en el baño para mirarse en el espejo.
Merlo estiró la mano para recibirlo, pero Trevi actuó con rapidez y se lo arrebató al hombre y luego lo rompió en varias partes hasta hacerlo un picadillo difícil de rearmar.
Merlo le dijo a Trevi con una fría mirada, que hasta allí llegaba su sociedad; pero Trevi le respondió de inmediato, y a través del mismo medio, que lo había hecho para estudiar la reacción del hombre, quien en ese momento intentó terciar, para demostrarles sus conocimientos en este tipo de comunicación y, hacerse más confiable; pero no fue atendido.
Merlo no le creyó, y siguió intercambiando miradas de reproche con Trevi, mientras el hombre observaba, silencioso.
Como si no hubiese ocurrido nada, el mismo Trevi, mirando al hombre con amabilidad fingida, le preguntó:
– ¿Conociste el contenido del sobre?
-No.
-¿Miserable!, ¿cuál contenido? –preguntó Merlo mentalmente, seguro de que en el interior de ese sobre sí había un contenido y que él lo había destruido para borrar todo indicio.
-¿Dónde lo hallaste – le preguntó Trevi al hombre, ignorando deliberadamente el desconcierto de Merlo.
El hombre miró alternativamente a Trevi y a Merlo, preguntándose si debía responder a dicha pregunta, y como vio el rencor del uno forcejeando con el del otro y viceversa, decidió encerrarse en un silencio, después de descubrir que la disolución de la sociedad Merlo – Trevi le daría la oportunidad de aumentar el valor de su información, porque podría someterla, ante ellos, a una especie de subasta.