El Hurgón

El Contador Descontado (Capítulo XXVII)

El aspecto interior del bar había cambiado por completo por obra y gracia de la oficina de cultura, cuyos funcionarios menores habían dispuesto lo necesario para una ceremonia. Sueva había desaparecido y unos minutos más tarde volvió vestido de camisa y pantalón negros, tal como solía lucir cuando iba a ser objeto de un halago.

-¿Cómo se las habrá ingeniado éste? – se preguntó, desconcertado, Pastarini, cuando vio entrar de nuevo a Sueva, vestido de negro, reconociendo la proximidad de un acontecimiento en beneficio suyo, y sin lugar a dudas inspirado por él, porque una de las habilidades de Sueva era conseguir con personas o instituciones reconocimientos para resarcir los descensos de su popularidad.

La única persona, aparte de Merlo y Trevi que no había asistido a la mesa del encargado de Cultura a rendirle tributo de admiración a Sueva, había sido Pastarini. Iba a cuidarse de no pronunciar su opinión en voz alta, pero no se iba a quedar en silencio, permitiendo que el nuevo orden jerárquico dentro del sector cultural fuese impuesto por el encargado de cultura. Se levantó de su mesa y se dirigió al baño, y cuando pasó por la mesa de Trevi y Merlo, preguntó, sin detenerse:

-¿Nos vamos a dejar meter este embuchado?

Como la disputa entre Pastarini y Trevi aún no había cerrado bien la herida del último, Trevi le preguntó a Merlo:

–¿Habla con nosotros?

–Creo que sí.

–Y, ¿por qué?

–Porque necesita hacer tumulto.

-No acabamos de discutir con él, ¿pues?

-¿Tú?, sí.

– Pero te compete a ti también.

– Sí, pero cuando tienes que hacer tumulto no debes preocuparte por quienes eliges, porque la importancia del tumulto está en la cantidad y no en la calidad de sus componentes.

– Entonces, ¿qué piensas?

– Que abrazamos la misma causa y eso nos une.

Cuando Pastarini salió del baño pasó despacio por la mesa de éstos, y mirando siempre al frente, preguntó:

-Entonces, ¿qué?

-Debemos hablar – dijo Merlo, rápido, mirando a Trevi, para no poner en evidencia el diálogo con Pastarini.

Aquella especie de alianza emergente le dio tranquilidad a Trevi, lo cual le permitió pensar con holgura en planes futuros y morigerar su talante. Empezó a descubrirle virtudes a Pastarini, hasta convencerse de que su audacia era superior a la de Sueva, y de que por esa sola razón valía la pena aliarse con él.

Desde sus respectivas mesas Pastarini y Merlo comenzaron a intercambiar gestos y miradas de aprobación. El primero escribió una nota y luego le pidió al ex discípulo suyo que había terciado en la discusión anterior, preguntando hasta cuándo iban a soportar la petulancia de los del Centro, que se acercara a la mesa de éstos y se la entregara. El ex discípulo miró con prevención a Pastarini, pero una vez éste le dijo: “somos, lo que dictan las circunstancias”, marchó, y haciendo que se dirigía al baño, dejó rápidamente el papel sobre la mesa de éstos, con el siguiente escrito:

“Si dejamos que esta farsa termine con éxito, estamos perdidos. ¿Qué sugieren ustedes”

Aquella nota puso a pensar seriamente a estos dos y después de darle vueltas y vueltas al asunto a Trevi se le ocurrió la que consideró la mejor idea:

-Creo que es tiempo de que a Sueva lo enfrente alguien que padezca lo mismo que él.

-¿Paranoia?

– No, megalomanía.

-¿Te parece?

– Claro.

-Y, ¿en quién has pensado?

– Ya verás. Escribe, con tu letra bonita, una nota para Pastarini en la que le planteas nuestra estrategia.

Merlo escribió una nota con su bonita letra, en bastardilla, manifestándole a Pastarini sólo una idea de la estrategia pensada por Trevi, y una vez la dobló la introdujo entre los dedos índice y corazón de la mano derecha y empezó a blandirla para hacérsela notar a éste, que miraba de reojo desde su mesa. Después se levantó, fue al baño y la dejó encima del lavabo, de donde un momento después la tomó el ex discípulo de Pastarini.

Trevi se levantó sin decirle nada a Merlo, miró atentamente a todos lados y cuando estuvo seguro de que nadie lo observaba abrió rápido la puerta de la bodega y entró en ella. Kilovatio, que había adivinado su intención cuando lo vio pararse y acercarse a la puerta, se escondió detrás de unas cajas y vio cuando salía a la calle.

-¿Se habrá terminado este asunto? – se preguntó Kilovatio, sin ánimo de marchar aún, porque esperaba saber qué iba a suceder, es decir, de qué ceremonia se trataba, pues él, que usaba desde la bodega varios orificios para ver hacia el interior del bar había visto la parafernalia dispuesta para una ceremonia y quería saber cuál era el objeto de la misma. Un momento después se dio cuenta de que en el espaldar de la silla que ocupaba Trevi estaba colgada su chaqueta, y se dijo:

-Este vuelve; la cosa aún no termina.

Pastarini y Merlo continuaron intercambiando gestos y miradas, y cuando la comprensión de éstos escaseaba, se dirigían papelitos a través del ex discípulo de Pastarini, a quien ya se le notaba el cansancio por ir de un lado a otro como recadero. En uno de esos papeles, Pastarini le preguntó a Merlo:

– ¿Tienes idea de dónde ha ido Alejandro?

– Ni la más mínima – le respondió Merlo.

Hacía pocos minutos había entrado una banda, y sus músicos hacían ruido, ensayando el himno municipal. Pastarini y Merlo aprovecharon la confusión para reunirse en el baño de mujeres, adonde, según el análisis de Merlo sólo entrarían las dos que estaban viendo fotografías, porque eran las únicas que había en el bar, y con las cuales no habría riesgo, porque ninguna de las dos conocía los sucesos previos, y por eso no estaban en condiciones de sospechar sobre la conspiración que ellos estaban fraguando en contra de Sueva, para evitar su condecoración.

-¿Consideras confiable a Trevi? – le soltó la pregunta Pastarini a merlo, mientras encendía un cigarrillo.

-Te veo nervioso – respondió Merlo.

-No eludas la pregunta; tengo razones para hacerla.

-¿Desconfías de Trevi? – preguntó Merlo, retrocediendo un poco para evitar el humo que había lanzado Pastarini, de frente, y por lo cual se excusó cuando vio la acción de Merlo.

– Desconfiar…desconfiar…, depende del punto de vista.

– Estás dando muchas vueltas. ¿Qué te produce desconfianza en Trevi?

– Su temperamento.

– Eso no es problema.

– En las condiciones actuales, sí – afirmó Pastarini.

– Y, ¿cuáles son las condiciones actuales? – preguntó Merlo.

– Me da la impresión de que a veces te pasan rozando las cosas por la piel y no las sientes – dijo Pastarini, con aire poético para suavizar el mensaje, y ante la textura de éste, Merlo respondió con generosa humildad:

-Hombre, sí; debo reconocer que en ocasiones me sucede esto.

Pastarini detectó cierto aire de decepción en Merlo, y se decidió a capitalizarlo para sus propósitos.

-¿Estás, acaso decepcionado?

-A decir verdad, sí. No le veo a esto ni pies ni cabeza.

-¿Por qué lo dices?

-Porque priman las relaciones políticas y de amistad sobre la calidad del trabajo cultural.

Pastarini decidió ponerle punto final al tema, porque si permitía su avance se vería en apuros. Por eso, señalando hacia afuera del baño con la mano que contenía la colilla del cigarrillo, dijo:

-Ahí, afuera, tienes un ejemplo de lo que dices.

– ¿Sueva?

-Sueva, ¡exactamente!

-¿y, es que acaso crees que sólo hay un Sueva?

– Como éste, sí.

-No opino lo mismo que tú – controvirtió Merlo. Sueva es un resumen de lo que somos todos.

Otra vez Pastarini sintió incomodidad por la insistencia del discurso de Merlo de abordar temas cuya prolongación lo podían dejar a él sin qué decir, e intentó desviarlo una vez más.

-Las cosas pueden cambiar.

-Eso dicen – respondió Merlo, irónico. Eso dicen; pero…

Convencido de que era mejor dar un giro de trescientos sesenta grados a la conversación, Pastarini se atravesó en las palabras de Merlo y al momento de tirar la colilla en la papelera del baño, le preguntó:

-Sigue en pie la idea de ustedes de montar un instituto para la formación de contadores de historias?

Cuando Pastarini terminó de hacer la pregunta estaban saliendo del baño y Merlo se distrajo mirando hacia afuera para averiguar si alguien los estaba observando, y por eso no contestó.

-Sigue en pie la idea… – insistió en la pregunta Pastarini cuando llegaban a la mesa de Merlo, y éste, mientras se sentaba, respondió:

-Eso depende de lo que ocurra ahora.

-Lo que va a ocurrir ahora podemos evitarlo – aseguró Pastarini.

-Ya veremos – argumentó Merlo. Esperemos a ver con qué sorpresa se viene Trevi.

 

 

 


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