El Hurgón

El Contador Descontado (Capítulo XXX)

Los ojos de Ana María por fin se cruzaron con los de Kilovatio, gracias a los desplazamientos hechos por éste para provocar dicho encuentro, y por más que se esforzó en observar no consiguió descubrir en ellos un indicio de sorpresa o asombro. Avergonzado, o lastimado, ¡quién sabe!, bajó la cabeza, cerró los ojos y comenzó a caminar, despacio, y a tientas, preguntándose cómo podía denominar eso que le estaba sucediendo, tan parecido al sentimiento de frustración provocado por el incumplimiento de un primer amor, que también rompía sus ilusiones.

Por un momento pensó en la posibilidad de estar viviendo un sueño e hizo un nuevo intento de llamar la atención y comenzó a acercarse a cada uno de los pequeños grupos de artistas y gestores culturales diseminados por el salón, cuyos miembros departían portando cada uno en la mano una emblemática copa de vino, y terminó sintiéndose como un fantasma, porque definitivamente nadie lo identificó, pues por donde quiera que pasó su presencia no fue advertida.

Sintió la timidez de quien se considera sobrando en un lugar, pero sacó fuerza de voluntad para tratar de reivindicarse, recordando su reciente paso por allí, cuando todos mencionaban su nombre, y el momento en que, llevado a rastras por Ana María, salió, henchido de orgullo.

Kilovatio había saboreado con tal intensidad su breve fama, y había alimentado con su complicidad tantas ilusiones y proyectos futuros, que se habituó a la satisfacción, y por eso se negó, de inmediato, a aceptar como real lo que estaba sucediendo. Hizo un nuevo intento de hallar reconocimiento, y le salió al camino al ex empleado del Centro que lo había traído hasta las cercanías del bar, y quien regresaba de la barra trayendo una copa de vino para Ana María, y aunque le salió al cruce varias veces, para obligar a su mirada a caer sobre él, éste, o no lo reconoció o no le dio la importancia que Kilovatio esperaba despertarle para iniciar un diálogo y aclarar esa absurda situación.

Después de hacer una ronda visual por el salón, descubrió a Trevi, solo, sentado a la mesa, encima de la cual se hallaba colgado aún en la pared el inmenso cartel con su foto. Se acercó despacio, y a medida que se fue aproximando descubrió en la mirada de Trevi, que estaba como un chorro de luz pegada a la suya, el desconcierto.

-¡Qué!, ¿lo han dejado solo? – le preguntó Kilovatio, con timidez, porque había empezado a perder la soltura que produce el éxito.

-Me imagino que tú también te sientes solo –le dijo Trevi y luego lo invitó a compartir la mesa.

-¿Alguna vez ha experimentado el sentimiento de la soledad? – le preguntó Kilovatio a Trevi.

-El sentimiento de soledad es el que más se experimenta cuando vives entre la gente -explicó Trevi. Se levantó de la mesa, y le pidió a Kilovatio que no se moviera de allí porque ya volvía.

-No me cuidan como antes – se dijo Kilovatio, dirigiendo su mirada al cartel, para constatar si las letras con las que estaba escrito su nombre conservaban el tamaño, pues le pareció que este había disminuido.

Cuando Trevi regresó, Kilovatio estaba embebido en la observación del cartel, tratando de entender la flamante fotografía en la que aparecía todo él de cuerpo entero, embutido en un traje que no recordaba haber lucido y rodeado de cosas que tampoco recordaba haber visto, y luchando por hallar la frontera entre la realidad y el sueño.

-No te reconoces, ¿eh?, – lo sacó de su estado meditabundo, Trevi.

-No, en realidad, no – dijo Kilovatio.

-¿Y te confunde no reconocerte?

-Y, ¿a quién no?

-Sí…¿a quién no? – repitió Trevi poniendo en el centro de la mesa una botella de ron y dos pequeñas copas de vidrio.

-Vivimos situaciones en las que no nos reconocemos, y sin embargo nos resistimos a dejar de pertenecer a ellas ¿No le parece? – preguntó Kilovatio.

-Sí, me parece – afirmó Trevi. Al final lo que cuenta es pertenecer.

-¿Y esto? – preguntó Kilovatio, señalando con el índice derecho la botella.

-Para la tristeza – afirmó Trevi, muy serio.

-Así es; se bebe por tristeza – dijo Kilovatio.

-No, no vamos a beber por estar tristes; vamos a celebrar por la tristeza.

-¿También se celebra?

-Claro, porque una celebración sirve para desvanecer un impacto.

-¿Desvanecer un impacto? – repitió Kilovatio haciendo gala de su costumbre de no preguntar por el significado de lo que no comprendía, sino de repetir las palabras, para manifestar su ignorancia en el asunto, y como Trevi conocía su estrategia, le explicó:

-Todo, absolutamente todo debe ser digerido, pues tanto la felicidad como la tristeza, matan, sino se digieren.

-Estás triste – dijo Kilovatio, en voz baja, mirando hacia uno de los grupos dentro del cual se destacaban Ana María, Pastarini y Sueva soltando chascarrillos, para mantener la atención de quienes los rodeaban.

-Estamos tristes- afirmó Trevi.

-Sí, estamos tristes los dos – concedió Kilovatio.

-Pero no es la misma tristeza – dijo Trevi.

-¡Cómo así!, ¿no es, acaso la tristeza una sola cosa?

-¡No!, porque hay una tristeza que surge de la impotencia y otra de la pérdida.

Kilovatio repitió otra de sus formas de preguntar, cual era quedarse en silencio mirando de frente a su interlocutor. Se quedó mudo, mirando con curiosidad infantil al rostro de Trevi, como hacía en el Centro cuando lo sorprendían con expresiones desconocidas.

-La tristeza que surge de la impotencia es transitoria, porque siempre te queda la posibilidad de rehacerte y vencer las dificultades, mientras que la tristeza, cuyo origen está en la pérdida, es eterna, porque lo que se pierde jamás se recupera –explicó Trevi.

-Por eso se llama pérdida – opinó Kilovatio.

-Y es entonces el origen el que marca la diferencia entre tu tristeza y la mía – dijo Trevi.

-¿Cómo se llama la mía? – preguntó Kilovatio, por preguntar, para no detener el diálogo, porque tenía necesitad de hablar.

-¿No eres capaz de definirla por ti mismo? – le preguntó Trevi, abriendo la botella de ron.

–Usted sabe más de estas cosas – dijo Kilovatio, con humildad.

-¿Por qué lo dices?

-Porque usted lleva más tiempo entre la gente.

Trevi agarró las dos copas, las alineó y escanció en cada una licor, y le ofreció a kilovatio. Brindemos – dijo.

-¿Cómo se llama la mía? – volvió a preguntar Kilovatio.

Pero Trevi decidió hablar del Centro, para digerir, como él decía, la angustia y retomar el ánimo, y unas copas más tarde, después de escuchar lo inimaginable, Kilovatio entrevió la posibilidad de no sentir más nostalgia por esa breve fama, cuando se paró, en medio de las palabras de Trevi, la nostalgia de cuando contaba historias en su pueblo, y recordó que, entonces, la tristeza era un sentimiento prestado, del que sabía desembarazarse apelando a la compañía de los suyos.

-¿Te das cuenta porqué somos de una tristeza tan distinta? –le preguntó Trevi.

-¿Por qué?

-Porque mientras yo trato de digerirla con la mención de recuerdos, para buscar los pasos perdidos y enmendarlos, tú intentas matarla, apelando al olvido.

-¿Olvido? – pronunció mentalmente la palabra, Kilovatio

-Tu silencio es una invitación al olvido –afirmó Trevi con aire de suficiencia.

-¿Olvido? – volvió a pronunciar la palabra, Kilovatio, mirando a Trevi con ironía.

-Este es igual a todos – se dijo. Habla por hablar, para recordarles a los demás que existe, porque no está muy seguro de ser.

Sin pronunciar palabra se levantó de su silla y tambaleándose se dirigió al baño.

 

 

 

 

 


Mostrar más

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Mira también
Cerrar
Botón volver arriba