El Contador Descontado (Capítulo cinco)
Kilovatio seguía observando el aparato, tratando de entender la definición que del mismo había hecho el examinador.
-No te lo explicarás a simple vista –dijo éste, adivinando la intención de Kilovatio. Además no es necesario comprender nada. Cada día, el qué prevalece sobre el por qué y el para qué, porque sólo importa la función de las cosas. Si quieres estar satisfecho, conténtate con saber que algo funciona, y no te pongas a averiguar de dónde viene ni para dónde va.
Kilovatio no entendía cómo el examinador hablaba de esa manera, invitándolo a perder de vista los asuntos de la conciencia, cuando había dicho todo lo contrario durante el examen. Quiso manifestarlo, pero desistió de hacerlo porque dudó de estar entendiendo completamente.
-El estado de transitoriedad del conocimiento, característica fundamental de la globalización te convencerá poco a poco de la inutilidad del saber- continuó hablando el examinador. Cada día se fortalece el imperio de la acción -recalcó- estamos viviendo una época cuyo símbolo es la velocidad, mi querido amigo, y, te lo digo: cuenta más la rapidez de acción que de pensamiento. Por eso hoy en día el arte es un producto de generación espontánea.
-¡Generación espontánea! –repitió Kilovatio.
-Algo así como de improviso, sin pensarlo, sin planearlo –explicó el examinador.
-¿Cómo es esto? – se preguntó. A veces me dicen que todo debe ser controlado por la conciencia, y otras veces lo niegan. ¿No me dicen a cada instante que contar historias es un arte? ¿Para qué, entonces, tanta preparación? Se sintió nuevamente confundido y emergió en él la duda de si debía seguir allí, o mandar al diablo al examinador y sus extrañas teorías y marcharse.
El examinador advirtió su disgusto:
-¿Tienes alguna duda?
-¿Qué debo responder? – preguntó, muy molesto.
-Lo que dicte tu conciencia.
Otra vez ese cuento de la conciencia – pensó, agobiado, y se atrevió a responder, con altanería, decidido a enfrentar las consecuencias:
-¡No tengo dudas de nada!
-Y, entonces, ¿por qué cuando miras hacia ese aparato –y señaló el girasol- pones cara de preocupado?
-No estoy preocupado.
-No lo niegues.
-No lo niego.
-¿Acaso tienes miedo?
-¿Miedo a qué?
-A que se descubra que aún no has logrado sintonizar tu conciencia con tu nueva vida.
-¡Me está usted provocando?
-No, sólo estoy probando tu paciencia.
-Y, ¿qué gana con eso?
-Averiguar si en medio de todo eres tolerante.
-Y, ¿para qué?
-Para saber si estás preparado para soportar humildemente las pruebas que impone el camino al éxito.
Kilovatio se quedó en silencio.
En realidad si estaba siendo provocado, porque la provocación es parte del proceso de examen, y se inicia cuando se va a llevar al alumno a la prueba con el Himawari, un robot de girasol, que en lugar de avanzar hacia el sol, cumpliendo con su instinto básico de heliotropismo, sigue el movimiento de la mano, cuando la energía irradiada por ésta es plácida y estable, como consecuencia de un absoluto estado de concentración del sujeto examinado.
Hacer mover el girasol con un simple movimiento de mano es imposible, si éste no es consciente –reza el manual de funcionamiento. Y sigue diciendo éste: cuando la conciencia está atendiendo a varias situaciones al tiempo, se produce una alteración energética y se bloquea el movimiento del girasol.
-Ven – llamó el examinador a Kilovatio– empecemos esta prueba porque se hace tarde.
Esa expresión “se hace tarde” lo molestó aún más, porque él no estaba manejando el tiempo, y empezó a hacer movimientos desganados.
-Acércate al girasol – pidió el examinador.
-¡No tan cerca!, – lo contuvo -retrocede un poco. Ahora recoge los brazos, pon tus antebrazos en posición horizontal y abre las manos, sin desplegar los dedos.
Kilovatio atendió la orden. Él examinador se puso frente a él, a distancia de observador, y comenzó a estudiar su postura.
-Se nota en ti cierto desgano – dijo. Después le ordenó:
-Tira un poco atrás los codos y haz con los brazos una aducción.
Kilovatio hizo manifiesta su incomodidad y el examinador entró, explicativo:
-Sabemos lo incómodo de esta posición para el libre movimiento de las manos, porque cada brazo está pegado a su costado, pero con este tipo de ejercicio queremos decirle al cuerpo que está a merced nuestra.
Kilovatio estaba a punto de estallar, y decidió hablar:
-¿Cómo diablos es este examen?
-No te exasperes – le pidió el examinador -, porque de esa manera puedes alterar los resultados.
Kilovatio recompuso la posición de sus codos.
-Ahora, abre un poco los dedos y haz movimientos de vaivén con tus manos, de izquierda a derecha, y luego de derecha a izquierda – pidió el examinador, mirando simultáneamente hacia el girasol y advirtiendo que permanecía quieto.
-Repite el movimiento, sin mover los brazos.
-Es difícil.
-Lo entiendo – concedió el examinador – pero es parte primordial de la formación aprender a dominar cada parte del cuerpo.
-Es muy difícil no mover los brazos cuando mueves las manos –suplicó Kilovatio, pero el examinador ignoró su ruego.
-Ahora, con los codos en la misma posición levanta los antebrazos y pon las manos como si las fueras a mostrar al público.
Kilovatio atendió la nueva orden y el examinador advirtió que tampoco en esta ocasión se movía el girasol.
-Ahora, levanta los brazos y haz con las manos movimientos de supinación y pronación, despacio, muy despacio, como si estuvieses representando un acto de magia.
El examinador viajaba con la mirada entre las manos de Kilovatio y el girasol inmóvil. Caminó, pensativo, alrededor de la sala de exámenes, con la cabeza baja y las manos entrelazadas a la altura de los glúteos. Cuando se detuvo miró de frente a su discípulo, y expresando compasión, le dijo:
-Tienes un bloqueo emocional.
-¡Bloqueo emocional! –repitió en voz baja Kilovatio, bajando la cabeza.
-Hombre, que estás desordenado por dentro, que no estás seguro de nada. Eso quiere decir un bloqueo emocional – se anticipó a explicar el examinador.
-Y, ¿usted cómo sabe eso?
-Es que no lo digo yo, lo dice el girasol. Como has visto, no se ha movido un milímetro.
Kilovatio entró en un silencio del que debió sustraerlo pronto el examinador, porque era una muestra rotunda de decepción, lo cual quedó demostrado con la expresión dicha por él, cuando el examinador, para activar el diálogo, le preguntó, ¿qué te pasa?
-¡No puede ser!… ¡no puede ser! –repetía Kilovatio.
-Pero, ¿qué te pasa? – preguntó de nuevo el examinador.
-¡No puede ser!… ¡no puede ser! – siguió diciendo.
El examinador insistió en averiguar qué quería decir con su insistente ¡no puede ser!, pero no lo consiguió y pasó de confundidor a confundido, cuando después de hacer un rápido análisis de la situación comprobó que se había excedido en la provocación. Se acercó al alumno, estiró los brazos y posó las manos sobre los hombros de éste, y le dijo:
-Estás a un paso de convertirte en uno de los nuestros. Abandona tus dudas, respira profundo y piensa sólo en cumplir tu sueño de contador de historias. Por nada del mundo vayas a claudicar. Tómate tu tiempo – dijo, conciliador.
Kilovatio puso cara de enternecimiento.
El examinador abandonó el recinto por espacio de media hora y cuando regresó éste estaba haciendo los ejercicios que él le había recomendado antes, y adicionalmente otros que había visto en los videos, y sonriendo como un niño porque veía al girasol rotando sobre su eje, a diferentes velocidades.
Lo sustrajo de su ensimismamiento un aplauso colectivo desde la puerta de acceso al salón. Cuando volvió la mirada para averiguar quiénes lo aplaudían descubrió, emocionado, que entre las personas se encontraba el director del centro. No podía ser otro, porque era tal como se lo habían descrito: medianamente robusto, vestía totalmente de negro y llevaba sus manos embutidas en guantes blancos. Su cabeza estaba cubierta con una cachucha de visera que ocultaba buena parte de su rostro porque estaba tirada hacia abajo. Convencido de que había llegado el momento de estrechar su mano, según lo había sugerido el examinador cuando le dijo, estás a punto de convertirte en uno de nosotros, empezó a caminar con dirección a la puerta, pero en ese momento, aquél a quien estaba identificando como el director, levantó su brazo derecho, movió la mano en el aire en son de despedida y despareció.
Cuando llegó a la puerta sólo estaban el examinador y un pasante.
-Me dijo usted que estaba a un paso de convertirme en uno de ustedes; ¿no es ese el momento de hablar con el director?- le preguntó al examinador.
-Ese acercamiento se produce poco a poco –dijo el examinador. El hecho de que haya venido a verte es un símbolo de aceptación. De ahora en adelante depende de que mantengas el tono, porque ya no tengo dudas de que saldrás de aquí convertido en un gran contador de historias.
A partir de aquél momento Kilovatio se sintió más como en casa. Cada noche, antes de hacerle concesiones al sueño se estiraba en su cama y comenzaba a imitar los juegos de manos que le mostraban los videos que en dicho momento veía como parte de su disciplina de práctica. Cuando el sueño comenzaba a apoderarse de él y ya había terminado el video, surgía un concierto de aplausos pregrabados que lo ayudaban a escalar la cima de éste y lo devolvían al despertar del día siguiente henchido de optimismo.