Críticas de espectáculos

El corazón de la cebolla / Arístides Vargas / 32 FIT de Cádiz

Tríptico de la incomunicación

Afirmar que Arístides Vargas, argentino exiliado en Ecuador, es un poeta puede parecer una obviedad, sobre todo para quienes conocen su obra literaria y su trayectoria vital. Cada pieza teatral, cada párrafo de su escritura, cada frase que pronuncia uno y otros personajes poseen un significado, una metáfora, una ideología, un discurso que habla del exilio, de regímenes dictatoriales, de espacios de tortura, de memoria, de la identidad.

Conocí a Arístides con “La razón blindada” en el Festival Iberoamericano de Teatro (FIT) de Cádiz allá por el año que se conmemoraba la edición de “El Quijote”. Aquella obra me trastornó hasta el punto de que supuso un punto de inflexión en mis preconceptos de lo que significaba el teatro, y más concretamente, el teatro latinoamericano; aquella pieza me conmocionó.

El FIT me ha permitido seguir con devoción a Arístides Vargas hasta llegar a esta 32ª edición donde, con su Grupo Malayerba ha presentado “El corazón de la cebolla” del que es autor y director.

Ni que decir tiene que este nuevo texto incide en los temas que le han marcado su existencia. Según su propia autocrítica en el encuentro con especialistas teatrales y académicos, Arístides refiere a “unos seres humanos perseguidos por regímenes totalitarios que han sido la base para no olvidar a los desaparecidos”, Contaba que “el eje temático de esta obra es la imposibilidad de relacionarse, de amar; todo tiene el mismo valor, que te desnudes o que hables. (…) Estamos ante una sociedad enferma que necesita hablar.” La metáfora de la cebolla es sumamente jugosa y gráfica. Una capa, otra capa y otra hasta llegar al corazón que no es nada porque le falta la comunicación.

El texto de “El corazón de la cebolla” está basado en el cuento de Gunter Grass “El Bodegón de las Cebollas” y en las aportaciones personales de los actores y actrices que participan en la puesta en escena. Está dividido en tres partes que funcionan como tres piezas en sí mismas; cada una con una fruta diferente como elemento aglutinador: la sandía, el limón y una especie de macedonia compuesta por fresas, uvas, tomates verdes, ají y cedrón… Quizá de ahí le viene lo que el autor atribuye como “bodegón”.

El nexo de unión del tríptico es el espacio, el restaurante el “Corazón de la Cebolla” que regenta el Señor Granola, trasunto del autor, que introduce cada parte del conjunto y ejerce de camarero. El restaurante, aparte de ser un espacio físico, representa todo un universo mágico donde confluyen unos seres humanos sumidos en la memoria. Qué mejor fundamento o motivo que el alimento, la fruta o la palabra, en torno a una mesa, comer y conversar, aunque no nos escuchemos, para no olvidar.

La primera tabla del tríptico, denominada “La pareja”, está dividida en tres escenas donde el hombre y la mujer se encuentran, se seducen y se abandonan. La mujer barbuda y el hombre tímido entablan un juego de acercamiento mutuo. Él marcado por un pasado de hambre y de incomprensión, ella reafirma su identidad. “Si a mí me dijeran, ¿quieres ser como Penélope Cruz? Yo diría que no (…) yo no quiero ser como ella de ningún modo”. Él narra un recuerdo de la infancia donde fue castigado por comerse un  trozo de pan. La fábula del charco que “el reflejo oculta la profundidad del charco” posee belleza y emotividad. La sandía, cada bocado produce el efecto de la pasión en el amor.

En la escena de Adrián y Amelia, el dolor estimula la pasión. Entablan un diálogo acerca del pisotón que provoca en Amelia el deseo sexual Son dos seres sicológicamente distantes unidos por el dolor, y la imposibilidad de una comunicación racional. “- Perdón, ¿qué dijiste? / – ¿Cuándo? / – Hace un momento, ¿qué dijiste?” No se prestan atención.

La tercera escena muestra a una mujer que revuelve su pasado por la reaparición del novio que la abandonó. “No te extraño”. Ella quiere romper definitivamente con su pasado. “No se puede acariciar la memoria”. Y recuerda la actividad política compartida. “teníamos tanta sed (…) corríamos de acá para allá, nosotros corríamos de la policía y la policía corría de nosotros, ellos eran nuestros policías y nosotros éramos los policías de ellos, qué manera de correr, pero tomemos agua… a mí me dura la sed…” El hombre, que no habla en toda la escena, se desvanece de la silla; ella no le echa de menos, pero “no te esfumes… quédate… no te deshagas.” Entra en contradicción.

La parte central del tríptico se titula “El bodegón con familia y cebolla”. Es donde Arístides vierte toda la esencia temática con referencias claras a la memoria. “Tienes los ojos de tu abuelo, las manos de tu bisabuela, la boca de mi tía, el mentón de mi hermana (…) ¿Cuántas historias se contaron antes que tú pudieras contar tu propia historia…?”; hay referencias a la tortura, a tiempos de terror y violencia. La narración del viaje familiar en el auto produce espanto solo con la palabra. De nuevo la incomunicación entre un padre y un hijo y el sentido de culpa. “Sé cómo cargar un peso como el tuyo, pero la culpa, ¿cómo se carga la culpa?” La educación y la autoridad. “Nos educaron para decir buenos días, buenas noches, mande usted, a sus órdenes”. En fin, todos se reúnen en la mesa familiar, comen limón, metáfora de la acritud, y se refiere a la diáspora del exilio. “Cada una, cada uno, es una hoja escrita con letras pequeñas (…) me gustan las historias ya lo decía, me gusta cómo el viento desordena las hojas, cómo el viento las vuelve a organizar.”

La tercera tabla del tríptico se titula “Bodegón con gente sin impulso”. Aquí Arístides Vargas reúne a todo el elenco en una especie de reencuentro familiar que muestra una sociedad aburguesada en la contemporaneidad. Nadie escucha al otro, nadie siente el concepto de colectividad. El individualismo da paso a una descripción  social que a todos nos resulta perceptible: las prisas, la impuntualidad, la falta de tiempo, la ecología, el tráfico urbano, el celular, el cambio climático, las tecnologías, la libertad de expresión, la felicidad, el hedonismo, la despreocupación o la falta de compromiso, la economía, el uso hiperbólico del lenguaje pijo, lo políticamente correcto, la falsa democracia, el sexo, el arte, la comercialización, el uso de pastillas, las ONGs, los androides, la colonización cultural norteamericana, el desenfreno sexual, la soledad…

Los personajes juegan entre sí a bailar, a besarse, a abrazarse, a mancharse con motitas de chocolate; juegan a lamerse; se desnudan hasta quedarse en ropa interior; juegan a beber, a comer fresas y uvas; juegan con indiferencia al posible escándalo; juegan a jugar la frivolidad.

El texto de “El corazón de la cebolla” que he podido analizar gracias a la generosidad del autor, merece un estudio más profundo que el recogido aquí. Sin duda, está plagado de referencias significativas que van más allá de la mera lectura poética. El autor plantea la ética y el compromiso en el ámbito personal, en el familiar y en una sociedad del bienestar. Habla de la necesidad del otro para poder llorar el dolor, para amar, para sentir la emoción, para construir una nueva sociedad, aunque unos y otros tengamos nuestros traumas e inseguridades; habla de un posibilismo sin renunciar a nuestro pasado, a nuestro yo personal.

El montaje escénico dirigido por el propio Arístides Vargas produce admiración y cierto desconcierto. Admiración en cuanto que se aprecia un trabajo limpio a pesar de las múltiples aristas que dibuja por medio de unos diálogos casi imposibles, sin aparente sentido y por unos personajes que a veces hay que adivinar. La nitidez en la contextualización es otro punto de admiración. Y es que el Señor Granola, el dueño del restaurante, oficia de hilo conductor y marca los distintos tiempos del retablo. Es admirable la precisión de cada movimiento, de cada acción.

El espectáculo en su conjunto se acerca al mundo de las marionetas. Da la sensación de que el Señor Granola mueve los hilos y las varillas para que cada intérprete se desplace por el espacio, entre las mesas de su restaurante dirigiéndose a uno u otro intérprete sin un personaje específico. Tanto en el estatismo de los personajes que no hablan como en ciertos movimientos mecanicistas, a manera de autómatas, el montaje muestra esa estética de retablo, de juguete. Quizá sea ésta la cuestión que desconcierta al espectador.

La puesta en escena de “El corazón de la cebolla” comparte la sensibilidad de un juguete maravilloso. Es un juguete que se puede montar por partes diferenciadas como un “LEGO” con piezas intercambiables que armonizan por medio de la palabra y de la poética. El juguete, que evoca a una caja de sorpresas, participa de la magia de un cuento ilustrado cuyas viñetas se pueden ordenar y desordenar sin variar el contenido. Bueno, me quedo con la idea de apreciar que el espectáculo funciona a modo de un juguete con piezas desmontables para realizar una y otra construcción.

Con todo, hay que agradecer a Arístides Vargas y a su equipo este espectáculo excepcional que dignifica la palabra, la poesía y el compromiso ético del teatro. Y felicitaciones para el FIT de Cádiz por incluirlo en su programación.

Manuel Sesma Sanz

Espectáculo: El corazón de la cebolla. Dramaturgia basada en el cuento de Gunter Grass El Corazón de las Cebollas: Arístides Vargas. Elenco: Javier Arcentales, Gerson Guerra, Cristina Marchán, Tamiana Naranjo, Manuela Romoleroux y Joselino Suntaxi. Voz y técnico de luces: Elena Vargas/ Javiera Guerra. Telón: Lía Padilla. Vestuario: José Rosales. Dirección actoral: María Rosario Francés. Dirección: Arístides Vargas. Compañía: Grupo Malayerba de Ecuador. Sala Teatro de la Tía Norica. 32º Festival Iberoamericano de Teatro de Cádiz.


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