Críticas de espectáculos

El corazón no se lleva en la mano

La tristeza siempre se siente en la garganta, en el pecho: ‘sentí que yo ahora soy tú’—dice la figura. La necesidad de amor se siente en la soledad sincera: por un foco brillante nos perdemos; nos deshacemos de los automatismos de un pensamiento agotado y empezamos a ver el cuerpo y la casa como una celda, y los tejidos y paredes, como rejas. La directora Carlota Ferrer lo ha representado esta noche con su obra El beso de la mujer araña, versión de Diego Sabanés sobre la obra literaria de Manuel Puig. Humanos, pajaritos, panteras y arañas. Sin pausa, sin respiro, sin elipsis. En el abismo del texto de una escena en abyme, se juega hasta satisfacer esa necesidad de reencuentro con uno mismo en la noche que incita y caza. Sólo entonces, y desde el silencio de la ausencia de luz, el Yo se fusiona con los Otros, con sus compañeros de celda, de jaula, de casa, de vida y de muerte. Porque en ese estado fundamental, yo ahora soy tú.

La diégesis de esta mujer-araña se inicia fragmentada en una celda dentro del escenario (diseñado por Eduardo Moreno), que aparentemente se denota como cárcel y prisión, para despojarse de toda estética de la semejanza y abrirse en un espacio de similitud entre todos sus objetos. Han perdido su función útil, función representativa y ‘del parecer’: de tanto uso la sábana deviene vestido plegado; el papel que secaba, ahora baña; las paredes que sujetaban ahora son desbordadas por imágenes que se posan sobre ellas. ‘Apagan la luz demasiado pronto’. David Picazo dirige el montaje de la escena, sus cortes rápidos que quedan sin curar, desde toda la isotopía de luces, repartida por el espacio de representación. Guardará siempre un foco para un signo: para una segunda celda sobre la primera, dispuesta en el hueco de un vacío y más pequeña, menos realista y por ello, más real. Sus dos pajaritos permanecen fríos, entre rejas muy finas e iguales a las que recubren al ser humano en velo de pared y carne. Son la analogía, son la fotografía fija tomada desde otro ángulo y que ha captado en la celda algo que se escondía profundamente. Es decir, son el negativo donde las dos figuras de abajo se reflejan. Ambas parejas se necesitan para ‘ser’ en este teatro. Para obturarse en una deformación de su condición, de sus barreras-rejas o imágenes-cliché que encierran en su contorno de preso al hombre, al individuo que es, que no se evade en las historias que le cuentan, sino que se concreta un poco, cada vez más, y hacia dentro.

No hay elipsis entre gestos cotidianos. No se omite el tiempo del recorrido de una cama a la otra. El diálogo tampoco se presta a rellenar el silencio de una mueca,   bostezo o lamento. Similitudes que se multiplican. Narrativas que se aproximan, se saltan y conquistan nuevos espacios. En El beso de la mujer araña destaca una actuación atractiva. Impera y reluce la forma de ver el teatro del gran Eusebio Poncela, quien lleva el peso dramático, y con él, nuestra mirada. Es la primera persona, es la afirmación del Yo que es Mujer. Los prejuicios que lo escuchan querrán extender esas palabras: necesitan categorizar a esa voz para seguir en su plano heteropatriarcal hecho a su imagen. Por esta razón, la obra se reafirma en una aparente abstracción, dentro del escenario, pero recogida en su fondo. Sigue afirmándose, alternando imágenes más sonoras con otras más visuales, fílmicas. En las primeras, nos referimos al espacio sonoro: toma el exceso como forma de estar en escena, santificando la abyección del sonido ordinario, de sorbos, de masticación, de subrayado del sonido de fondo de una vida que pasa y pesa. En cuanto a las otras, las imágenes audiovisuales son el centro que se sucede entre las secuencias. Anulan el sentido del fundido a negro para fundir el relato con partes de sí mismo: porque son el mismo rostro, visto con otro ángulo, el de un ojo-objetivo.

‘Durante el día no quiero pensar en tonterías’. La forma de contar la realidad; de cómo elegimos el lenguaje; el sistema de signos que encuadre al que me escucha lo que vemos y pensamos de lo que vemos. La forma: siempre la forma. Casa, celda, jaula, cuerpo: siempre prisión. Son formas continuas donde no puede haber cortes (elipsis) porque están figurando el tiempo de una confesión. No hay pausas, sino formas de expresar lo mismo, lo fundamental, desde cada cuerpo en soledad: Igor Yebra es protagonista y actor de un baile encerrado en rectángulos iluminados. Se tuerce y ruge sobre sus etiquetas, sobre la máquina, fascista, se arrastra por la franja permitida y se deshace, en cada abertura de su cuerpo, a un nuevo vértice o rostro que estaba oculto. En su nombre, se encuentra placer en las torturas. Por un ideal profundo, que se confiesa con el acto, no con la palabra, se vive libre. Es la voz de una revolución ante lo social. Frente a este me fundo en una verdad que me compromete con los que me miran, para verme en ellos y ser lo mismo.

‘Tiene el peligro dentro… su corazón delicado’—dice el preso. Rectángulo de terciopelo rojo, dos tés, dos pollos asados, mucha fruta y muchas gracias. En El beso de la mujer araña, el sentido del tiempo se deforma en un exceso; el ritmo no es importante para Ferrer, porque lo encarnado no tiene espacio ni orden en él. No es realista: es real. ‘El corazón no se lleva en la mano’—decía Ionesco. ‘No hay nada peor que tener la esperanza muerta’: las palabras han sido las últimas en emanciparse del realismo material y acostumbrado de la cotidianidad. Se han visto latir con un abrigo rojo. Se han colocado lentamente un pañuelo al cuello, han cogido su maleta y han salido de la cárcel para morir por una forma. El ser es un bolero en tacones que se desliza y te toca: ‘te ríes…por no llorar’.

Andrea Simone

FICHA ARTÍSTICA:

  • Obra: El beso de la mujer araña
  • Texto: Manuel Puig
  • Dirección: Carlota Ferrer
  • Versión: Diego Sabanés
  • Reparto: Eusebio Poncela e Igor Yebra
  • Diseño de escenografía: Eduardo Moreno
  • Diseño de iluminación: David Picazo
  • Diseño de vestuario: Carlota Ferrer
  • Espacio sonoro: Tagore González
  • Productora: Pentación Espectáculos

Teatro Góngora (Córdoba), el 28/01/2023.


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