El Cuerpo Piensa
Como teórico teatral y director de escena, me obsesiona el estudio de la intersección entre los elementos que habilitan la cognición, tanto del intérprete sobre lo que está creando, como del espectador sobre lo que está experimentando. En el teatro, y a un nivel más reflexivo, en la filosofía, la dicotomía entre el texto y el cuerpo ha sido objeto de una profunda reflexión a lo largo de la historia de la comunicación. Entender y explorar la interacción entre estos dos elementos es una de las herramientas empleadas por los creadores para planificar el viaje de las palabras a las experiencias escénicas y receptoras. Y sucede porque nos permite asomarnos a una comprensión amplia de la cognición humana. Esta realidad se alinea con las nociones contemporáneas de la cognición encarnada, extendida, enactiva y distribuida (cognición 4E), tema recurrente en esta columna en la que se exploran los cruces entre el teatro y la neurociencia.
El teatro, en su manifestación más básica, se percibe como un arte basado en, y dependiente de un texto. Lo ha sido en épocas pasadas y pertenece a la herencia de la historia teatral. Las palabras escritas, los diálogos, han sido el núcleo de la creación teatral durante siglos, pero la naturaleza efímera y única de una representación teatral añade una dimensión única a la experiencia vivida, transformando ese texto en una entidad dinámica y cambiante dependiente de factores como el estado anímico del intérprete, del espacio en donde se represente la obra o la implicación en el proceso de ambos, actores y espectadores. Así, el teatro trasciende la mera palabra escrita y se convierte en un diálogo constante entre el texto como punto de partida y el cuerpo como medio de expresión que amplifica, minimiza o modifica ese texto. Ahí entra la necesaria cognición 4E para entender el cuerpo como elemento de conocimiento.
Se nos ha enseñado que el pensamiento se limita al cerebro y eso es un error. La teoría de la cognición 4E propone que la mente humana es capaz de comprender con el cuerpo. En el imprescindible The embodied mind de Francisco Varela, Evan Thompson y Eleanor Roch escrito hace ya más de treinta años, se fusiona el trabajo del filósofo Merleau-Ponty que evoluciona el concepto de la fenomenología de Husserl, y las neurociencias. Es el origen de la idea de que conocer no significa representar internamente lo experimentado sino que debe asimilarse a una actividad básica de los seres vivos. La primera de las cogniciones de esas 4Es, la encarnada, reconoce que el cuerpo y la mente están intrínsecamente interconectados, y, por tanto, el proceso de conocer, de asimilar un conocimiento, pasa por incorporar aspectos más allá del sistema nervioso al que pertenece el cerebro con el que procesamos la información, pasa por incorporar el cuerpo para completar ese conocimiento. Pienso que el teatro es un terreno fértil para explorar y poner de manifiesto esta conexión. En el acto de actuar, el cuerpo se convierte en una herramienta cognitiva activa, transmitiendo significado y emoción de maneras que van más allá de las palabras. Cuando un actor pisa el escenario, su cuerpo se convierte en un instrumento de expresión, un portador de significado que supera su verbalización. Los gestos, la postura, la expresión facial y el movimiento corporal comunican dimensiones sensoriales y emocionales que enriquecen la experiencia teatral propia y del que lo observa. Este proceso está también relacionado con la cognición enactiva, la cuarta de las Es, que postula que el conocimiento se construye a través de la acción y la interacción con el entorno. En el teatro, la acción física del actor no sólo da forma al texto, sino que también contribuye a la creación activa del significado, uno que puede incluso contradecirlo generando corrientes de significado ambiguos necesarios para conseguir la implicación del espectador.
El teatro como cognición distribuida, otra de las Es, sugiere que la mente no está limitada al cerebro o el cuerpo propio, sino que se extiende a través de herramientas de creación y entornos escénicos. En escena, este principio cobra vida a través de la colaboración necesaria entre actores, directores, diseñadores y público, y además, es el origen del título de estas columnas, “un cerebro compartido”. La construcción conjunta genera un significado. La distribución de responsabilidades en la producción teatral hace que la cognición sea un fenómeno colectivo. El cuerpo del actor se convierte así en un nódulo esencial en la red de la cognición distribuida, influyendo y siendo influido por su entorno teatral.
El cuerpo piensa y hace pensar. Esta no es sólo una afirmación poética, es una realidad que refleja las complejidades de la cognición humana. La intersección entre texto y cuerpo enriquece nuestra comprensión del pensamiento encarnado, extendido, enactivo y distribuido y el teatro es un laboratorio vivo donde comprobarlo. Pero muchos de los que habéis llegado hasta aquí ya lo sabíais, cuerpo y mente colaboran en la creación de significado, demostrando que la expresión teatral es una forma única de cognición en acción. Chulo.