El cuerpo que ruge en Dansa València
Visto que nuestra parte más lógica y verbal, el logos (palabra), no acaba de resolver el infierno, sino que lo crea y alimenta, quizás sea el momento de escuchar a los cuerpos. Toca reconectarse con aquella parte animal que, en la satisfacción de sus necesidades básicas, respeta los equilibrios del ecosistema en el que se integra.
La realidad de la macro-política mundial nos está demostrando que las negociaciones y los avances tecnológicos (tecno-logos) no frenan genocidios, guerras, hambrunas, desequilibrios sociales nocivos, etc. Quizás va siendo hora de volver a escuchar el cuerpo y dejarle que nos lleva a otro lugar menos duro e inquisitorial.
El “dulce rugir” ha sido el lema de la 37 edición de Dansa València (del 13 al 21 de abril de 2024) y las experiencias diversas que nos ha proporcionado van en esa dirección. Dejarnos llevar por el rugir de los cuerpos. Un rugir que, desde la danza y las artes del movimiento, siempre va a ser un dulce rugir.
Durante los días que he podido estar en Dansa València, entre el 17 y el 20 de abril, ambos incluidos, he podido asistir a un total de quince espectáculos muy diversos. No obstante, en ese tramo de la programación diseñada por María José Mora, la directora artística del festival, se pueden establecer algunas líneas de sentido que nos tocan, que nos mueven, que expanden y hacen temblar nuestra sensibilidad.
Propuestas que entran en la concepción más convencional de lo que podemos entender por danza, renovándola y otras que exploran sus fronteras, ampliándola. Estas últimas, quizás, son las que, en ese mismo ejercicio, nos interpelan también sobre la necesidad de abrirnos, de superar encasillamientos y restricciones, de ultrapasar límites innecesarios.
Entre las primeras y desde una perspectiva renovadora y muy visual: ‘Halley’ de Led Silhouette, ‘Mont Ventoux’ de Kor’sia, ‘Averno’ de Marcat Dance, nos muestran un contexto de fantasía duro, frío, violento, misterioso, como si en la dureza de la música electrónica que utilizan, en la frialdad de la luz y las atmósferas grises, y en el movimiento fuerte y controlado, reflejasen este momento de militarización y contienda en el que estamos inmersos.
‘Halley’ de Led Silhouette (concepto y dirección: Jon López & Martxel Rodríguez. Asistencia dramatúrgica: Marcos Morau) parece llevarnos a un universo casi de ciencia-ficción y misterio, con un movimiento coral, de ocho bailarinas/es, heredero de las poéticas de La Veronal y Marcos Morau. El colectivo uniformado, en un espacio controlado por videovigilancia, hace frente a la visita de un ser fantástico, entrando y saliendo por puertas que conducen a otras dimensiones. Momentos de unísono de gran exactitud, cierta robotización gestual y la capacidad para meternos en la intriga de lo que parece que pude ser una historia, a la espera de que algo se nos revele o de que algo se rebele.
‘Mont Ventoux’ de Kor’sia (idea y dirección: Mattia Russo & Antonio de Rosa. Dramaturgia: Agnès López-Río) es una pieza inspirada en ‘La ascensión al Mont Ventoux’ de Petrarca, en una dramaturgia en la que el dispositivo escenográfico juega un papel estructurador fundamental, con una fuerza visual y atmosférica alucinantes. El frontal de una casa, con una pared corrida de cristal, que ocupa toda la boca de escena, genera un dentro y un fuera extraños. Donde se supone que es el interior, por donde están las cortinas, podemos ver un paisaje montañoso con las cumbres nevadas, con nieblas en la zona baja y con viento que mueve las cortinas y las melenas y ropas de las bailarinas y bailarines. En la parte de fuera estamos nosotras/os, la platea. La escalera de mano de metal, el carro de metal de la compra, el cristal, el viento, la niebla, los encuentros violentos o poco amorosos, todo nos empuja hacia una emoción estética perturbadora y desasosegante. La escenografía, igual que algunas acciones y objetos, podría apuntar a un realismo en el que podemos reconocer algunos aspectos, movimientos y gestos, pero acabamos en un lugar alucinado.
‘Averno’ de Marcat Dance (coreografía y dirección: Mario Bermúdez Gil) también nos lleva, como su propio título indica, a un lugar difícil, donde el elenco demuestra una fuerza inconmensurable por la intensidad y la extensión de la pieza. Contorsiones y giros de la parte superior de los cuerpos al unísono y una creatividad de movimiento con un aliento neo-expresionista en los rostros. ¿Volvemos al ambiente postbélico o estamos en el averno, tal cual aconteció con el expresionismo de postguerra? Violencia, resistencia, aguante, cacería, castigo, lucha, búsqueda de una luz que no se sabe si calienta o si hiere.
En una escala de menor de dureza, pero con un fondo, para mí, igualmente desolador, fue ‘Supermedium’ de Núria Guiu e Ingri Fiksdal / Mercat de les Flors – Cèl·lula. Nueve bailarinas y un espacio mutante lleno de plásticos y barras fluorescentes, donde se citan pasos y movimientos icónicos de la historia de la danza, en combinación con bailes sociales y urbanos y canciones de la cultura pop. De repente ese colectivo, que se calienta a la luz de las barras fluorescentes, como si fuese una hoguera o un hogar, crean seres fantásticos y totémicos con los enormes plásticos que manejan, como si cualquier cosa estuviese mediatizada por ese material que se está comiendo el planeta.
‘Supermedium’, más que de secuencias de movimiento, parece construido con posts de Instagram, con “reels” y los vídeos cortos de Tiktok. Sin embargo, pese a la separación física y empática que puede generar lo digital, aquí existe una comunidad, que despliega sus fantasías y anhelos, entre los residuos plásticos, los de la historia de la danza y los generados por la súper producción y consumo voraces de imágenes y vídeos digitales.
Otra línea diferenciada es la que recoge el folclore desde una perspectiva actual, juvenil y queer. Ahí está ‘Fandango Reloaded’ de Inka Romaní, que recoge los pasos en un ritual que deriva hacia la amalgama con el break-dance, el “trash”, canciones folclóricas pasadas por el “auto-tune”, el hip-hop, en una propuesta provocadora, sensual y muy divertida. ‘Fandango Reloaded’ está creado desde los gustos y las habilidades del joven equipo artístico y es bonito ver cómo saben conectar la tradición popular y el pasado con su mundo y su estética, despertando nuestra simpatía y haciendo que nos adhiramos.
En esa onda estaría ‘Moviendo montañas’ de Alberto Velasco, que nos ofrece un solo de danza-teatro-performance revolucionario, por varias razones y por la maravillosa adhesión que también despierta en el público. Por un lado, esa imagen de gigantes y cabezudos, de títere de señora en alguna danza folclórica de la zona de Castilla y León, la combinación de elementos de vestuario de señora y de un traje de futbol y unas deportivas manchados de color mierda. Por otro lado, la gradual exhibición lúdico-festiva de las gorduras de su cuerpo, agitándolas en los brazos o haciéndolas danzar en la barriga y los pechos, que semejan otra cara, riendo y haciéndonos muecas divertidas, mientras la suya, la de Alberto, está cubierta por la blusa blanca de encajes. Las transformaciones o mutaciones de la apariencia y su carácter simbólico son una de las claves de ‘Moviendo montañas’. No solo nos remiten a cómo vibra el folclore en un cuerpo no normativo, sino que nos pueden, incluso, traer reminiscencias ancestrales. Por ejemplo, esa máscara de cerámica azulejada, que nos muestra una cara rota o desencajada, colocada en un cuerpo del revés y que Alberto irá acomodando con gracia y con amor. Por ejemplo, ese espectacular vestido blanco de cola y de volantes, que nos devuelve una imagen queer, transgresora, atrevida, preciosa, de poderío y proximidad sorprendentes. Alberto es una diosa bella y, al mismo tiempo, es alguien que, desde la herida y la vulnerabilidad, está cerca, muy cerca. Una diosa alegórica de la danza que impugna la belleza clásica y la construcción normativa y canónica del cuerpo de quien baila, en pro de la libertad y de revelarnos que el sitio del arte no está en la regla ni en lo previamente modelado, muchas veces a la fuerza.
Cerca de ese universo me ha resonado a mí también, aunque sea una propuesta diferente, ‘Hacia un sol negro’ de Joaquín Collado. Él también utiliza la ropa y la acción de irse transformando y haciendo mutar su apariencia, deformándola, sacándola de los moldes de la belleza clásica y de los clichés. En su deambulación escénica, con el público a cuatro bandas, Joaquín Collado, se rellena de ropas la ropa, se duplica y triplica, se añade complementos que desencajan y se nos aparece como figura cubista o surrealista. Por veces, se insinúan personajes que también podrían salir del folclore o la tradición, pero muy desdibujados, con una plasticidad y una belleza inauditas, de collage, de “ready-made” en constante mutación. La perspectiva queer también está presente en la actitud y en la factura estética, en la ambigüedad de las formas, que nunca establecen una identidad sólida y que fluctúan en esa danza de la apariencia que transgrede, desde un humor provocativo y sutil.
En ese juego de transgresión humorística me resuena la parodia de los “talent show”, del glamour de las “pop stars” y del postureo en ‘Caribe Mix’23’ de Mar García y Javi Soler. Hacen el simulacro de la preparación y grabación de un videoclip de un grupo de “pop stars” y aprovechan para ironizar bailando. Aquí las expresiones faciales y la interpretación actoral, así como la capacidad de reproducir la autenticidad del momento presente, como si eso no estuviese ensayado, contribuyen al efecto de show en construcción, al mismo tiempo que deconstruyen y bromean con los divismos y los postureos. ‘Caribe Mix’23’ me parece un espectáculo estupendo para captar público joven que no suele ir ver danza o teatro, tanto por la edad del equipo artístico, como por los temas musicales y coreográficos.
Rompiendo con estas propuestas tan enraizadas en lo actual y sus tendencias, y también con la reinterpretación del folclore a través de lo queer, como una flor extraña y maravillosa situaría a ‘Ágape’ de Patricia Caballero. Una pieza balsámica en la que el tiempo parece suspenderse entre las cuerdas vocales de Beñat Achiary, las de la guitarra y la zanfoña de Raúl Cantizano y las que cuelgan del escenario y con las que interacciona este trío prodigioso. Cuerdas, una piedra que va a ser instrumento musical y péndulo, un círculo que parece de esparto, son elementos artesanales y naturales que acaban por configurar un cosmos ajeno a todos los ajetreos que nos traemos. ‘Ágape’ es un lujo, un alivio, una invitación a suspendernos, a contemplar, a ser felices lejos de nuestros egos y de nuestras ansias. Una pieza singularísima de total coherencia dramatúrgica, que nos saca de donde estamos y que, sin duda, amplía el concepto de danza, abriéndolo. ¡Una delicia! Otro mundo.
En esa tónica también podríamos considerar ‘A BEGINNING_expanded version’ de Aurora Bauzà y Pere Jou, en la que el movimiento está en las voces y en las lucecillas que manipulan los propios intérpretes. Se trata de una pieza sideral que emerge de la oscuridad con una danza sonora y lumínica encantadoras. La dramaturgia contempla efectos ópticos producidos por la coreografía de esos puntos de luz en la oscuridad, en combinación con los movimientos del cuerpo y los desplazamientos en el espacio, para generar la sensación de que estamos flotando en un firmamento. Es una propuesta muy sensorial que nos alucina, que nos intriga, que nos mantiene en vilo, que nos relaja, que nos masajea con el sonido y la luz. Un viaje sideral.
Con improvisación sonora, musical y de movimiento, ‘Zenez’ de Fil d’Arena (Isabel Abril, Irene Salvador, Carles Salvador y Mei. Mirada externa: Guillermo Weikert) también es una propuesta muy sensorial, en la cual las ondas sonoras de la txalaparta y otros instrumentos de percusión, se expanden a través de los cuerpos de las bailarinas, como si se tratase de una sinestesia entre sonido y movimiento corporal. Un trabajo de intensidades vibracionales que nos cambian la respiración y el cuerpo.
Conectada con lo natural, igual que pasaba con la actuación, en ‘Ágape’, de la piedra y de las cuerdas, ‘Mata baja. Debajo del sudor hay personas’ de La Siamesa / Ángela Verdugo (dramaturgia: Xavier Puchades), reconecta con las energías de la tierra y del monte bajo, los musgos, las retamas, los haces de espigas, el cuerpo que abdica de la excelencia, la competitividad y los tiempos cortos de la producción febril. “Porque cuando hay un incendio, lo primero que arde es la mata baja”, como acontece con la mayoría de las artistas y de los trabajadores precarizados. “No sé de dónde viene la mala fama de las malas hierbas… existen sin pedir nada a nadie. Vendrá de aquellos que pisan la tierra para que no crezca nada, los que pisan siempre a los que son de mata baja.”
Volviendo a la transgresión de límites, a la hibridación lúdica de performance y flamenco, Rocío Molina tuvo un éxito apoteósico con ‘Vuelta A Uno’. Su taconeo virtuoso y expresivo dialoga con la explosión de los globos que hace en la boca con un chicle, o con los juegos sonoros de varios sobres de Peta Zetas en su garganta, con el uso de abanicos de colores como baquetas, haciendo percusión contra la barra inferior de los focos, en un espacio de luz y de pasarelas de color rosa chillón. En esta tercera parte de su ‘Trilogía sobre la guitarra’ está acompañada por el joven guitarrista Yerai Cortés, que no solo la acompaña al instrumento, sino que, en realidad, hace un dúo teatral con ella, siguiéndole los juegos, bromas y requiebros con los que nos maravilla. Da la impresión de que Rocío puede hacer lo que quiera, porque, de vuelta al “zapateao” y a la pasión flamenca, todo funciona y el duende nunca se va, ni en las escenas más conceptuales y arriesgadas.
En esa línea sinuosa y chispeante del duende, de lo que cada artista trae dentro como una transfusión de la sabia de su cultura, ‘Zona Franca’ de Alice Ripoll y Cía. Suave de Río de Janeiro, nos asomaron a otro duende, de raíz africana en Brasil, de la tierra del carnaval, de la samba y del candomblé. Un conjunto diverso de artistas en una explosión de danzas también diversas, que pasan por secuencias en las que surgen escenas teatrales partiendo de la relación de los cuerpos y de los movimientos, pasando por momentos de clímax festivo y de unísono dancístico. Todo ello sin olvidar el humor, por ejemplo, el gag del saque de balón, en la tierra que ha dado jugadores de futbol de primera. Y toda la creatividad desplegada en las escenas en las que simulan comer o lamer partes el cuerpo propio o del ajeno, en composiciones y colocaciones muy atractivas plásticamente. Otro elemento importante es la explosión de globos de diferentes colores y tamaños, en interacción con pasos acrobáticos, danzas urbanas, etc. Ese homenaje al carnaval, a la explosión de purpurina, al éxtasis a través del baile, dándolo todo. Un subidón de adrenalina y de toda la bioquímica de la felicidad.
Otro espectáculo sui géneris fue ‘Judith’ de Taiat Dansa (coreografia: Meritexell Barberá & Inma García). Una especie de “site specific” a lo grande, con factura y estructura cinematográfica, para lo cual se reunió medio ciento de bailarinas muy jóvenes (algunas de ellas alumnado de los Conservatorios), un conjunto instrumental de cuerda y un conjunto vocal, en el monasterio de Sant Miquel dels Reis, para fantasear con el cuento de Barba Azul. Un recorrido por diferentes estancias, corredores, claustros e iglesia, guiados por el movimiento, la música, las voces. Aunque el estilo de movimiento y la coreografía transitaban por lo ya conocido, la ideación de las escenas y de las diferentes situaciones de danza, música y voz, así como su distribución, resultaban muy movilizadoras. Nos permitían escoger diferentes recorridos y hacer nuestro propio montaje.
Sin duda, fue un placer dejarse llevar por el rugir de los cuerpos, a través de estos quince espectáculos que pude ver en los cuatro días que estuve en esta 37 edición de Dansa València.
Un festival que también es feria, fiesta y punto de encuentro para más de cien profesionales de la dirección artística y la programación de teatros y de otros festivales, desde el de Epidauro en Grecia, pasando por Alemania, Francia y con una presencia también muy importante de Portugal y de Galicia. En esta edición, además, celebramos los 15 años del Circuito Danza a Escena de La Red.
Y, en Galicia, celebramos el intercambio entre Galicia Escena Pro (GEP24), la feria de las artes escénicas, organizado por la Axencia Galega das Industrias Culturais (AGADIC) de la Xunta de Galicia y Escena Galega (la asociación de compañías) y Dansa València. De hecho, dentro de la programación del festival, en otros días en los que yo no he podido coincidir, estuvo Marcia Vázquez con su solo ‘Onde pousa a humidade’, inspirado en los naufragios en la Costa da Morte, que profundiza en la espera y en la relación del cuerpo con el tiempo pasado y presente. Y Paula Quintas con ‘Multiperspectivas#2’, un espectáculo interactivo que mezcla danza, circo e improvisación teatral.