El deseo y la llama
El drama es el género de la acción. Y la acción es el movimiento que le da sentido a la vida, a tu vida, a mi vida, vida mía, diva mía, mon amour.
Y es que la acción es la definición de un deseo que nuestro ímpetu intenta alcanzar felizmente (happy end), aunque muchas veces su resolución sea frustrada y triste. Pero donde hay un deseo hay una llama que llama por la vida y espanta el tedio y la muerte. Donde hay deseo hay combustión, conflicto y movimiento.
El deseo como fuerza que construye, pero que también puede destruir, y que, de una manera o de la otra, el arte dramático sublima.
Ya sabemos que no todo en la vida es de color de rosa y que los deseos no siempre se cumplen, aún poniendo todas nuestras fuerzas y ánimos en ello. Quizás por eso Pink canta: «Where there is desire / There is gonna be a flame / Where there is a flame / Someone’s bound to get burned / But just because it burns / Doesn’t mean you’re gonna die / You’ve gotta get up and try / Try, try…» Ese levantarse al caer o al tropezar, ese dar un paso hacia adelante, hacia un nuevo deseo (objetivo), ese intentarlo e intentarlo y volverlo a intentar es la parte visible de la acción. Un suceder que nos caracteriza, como dicen que decía aquel otro antihéroe que se volvió dios: «por mis actos me conoceréis».
El deseo puede presentarse como un acontecimiento inevitable, una atracción fatal (fatum), es el caso del gozo estético y del enamoramiento: «[…] Pues lo bello no es otra cosa que el comienzo de lo terrible en un grado que todavía podemos soportar, y si lo admiramos tanto es sólo porque, indiferente, rehúsa aniquilarnos.», canta Rainer Maria Rilke. Lo que hacemos, lo que podemos hacer, la acción será la responsable de que, quizás ese enamoramiento, esa atracción, se convierta en amor, porque el amor es un hacer, frente al enamoramiento que vendría a ser un dejarse llevar.
Como afirma el poeta Manuel Forcadela: «Resulta crucial la diferencia entre hecho y acontecimiento. Mientras el hecho es algo que tiene lugar como resultado de la voluntad, el acontecimiento es producto del devenir, del azar, del fluír de las cosas. La experiencia estética es siempre acontecimiento, jamás hecho.»
No obstante, esa experiencia no surje por generación espontánea ni es «natural», si es que existe algo que lo sea, sinó que viene condicionada por una predisposición contextual y circunstancial, por la educación, por los condicionantes socioculturales. El paladar y el gusto se educan. No vemos lo que hay sino lo que estamos preparados para ver.
El escritor Manuel Forcadela, al hilo de la reflexión sobre la diferencia entre «acontecimiento» y «hecho», se pregunta: «¿Qué tendrán algunos poemas, algunas personas, algunas músicas, algunos cuadros, algunas casas, algunas sombras… para seguir siendo acontecimientos? Una vez tras otra. Nunca hechos, siempre acontecimientos. L’événement.»
Y yo, desasosegado por su pregunta, te pregunto a ti: ¿qué hechos se producirán en el sujeto, en mi, en ti, para que se dé tal o tal otro acontecimiento? Porque ese «acontecimiento», ese éxtasis, florece en mi interior, en tu interior, no fuera.
Volviendo al deseo que nos mueve, en su polaridad negativa, este puede encenderse y arrasar con todo, dejando el bosque hecho rastrojos. Eso acontece, por ejemplo, cuando se activa la espita de la ambición de poder desmedida. El arquetipo de Macbeth, que se actualiza en banqueros, en algunos empresarios y políticos, arrastrando a la ruína moral y económica a todo un país. Sobre todo a un país sumiso y amedrentado y quizás también a toda la corte de secretos admiradores que, si pudiesen, harían lo mismo: cuando el deseo es ser rico, famoso, poderoso. No olvidemos que los que están arriba se amparan en los que están abajo, que los aupan y sostienen.
En su polaridad positiva, el deseo que renuncia al empleo de tácticas basadas en la corrupción y la hipocresía, el que se rige por valores éticos y se afirma en el amor. Porque el amor nunca puede ser destructivo ni posesivo. Ni siquiera amor erróneo, el único error es que no haya amor. El problema no está entre Romeo y Julieta sino en el contexto, entre los Montesco y los Capuleto, el problema no está entre John y Paul (los del cuento de «La bioquímica del amor»), sino en los condicionantes y modelos de vida, normalmente anclados en una tradición familiar, heredados e inconscientes.
Las circunstancias y los obstáculos pueden reforzarnos y hacernos crecer, pero también pueden vencernos y ahí es donde el estribillo rosa de Pink nos vuelve Ave Fénix: «You’ve gotta get up and try, try, try…»
El deseo es ilusión e implica movimiento.
El deseo enciende una llama. La llama incendia.
(Dedicado a Jose Abeijón y a Pink)