Críticas de espectáculos

El don de don dónde/Christian Atanasiu

Apalabrado
Obra: El don de don dónde
Autor e intérprete: Christian Atanasiu
Iluminación: Laia Oms
Vestuario: Agustín Bardella
Elementos escenográficos: Jordi Arus
Dirección: Raquel Capdet
Bilborock – 25-04-06
Este cómico alemán de nacimiento con mucho cuajo mediterráneo, lleva años creando dudas en los escenarios. Abre interrogantes que nunca cierra. O cierra interrogantes sin haberlos abierto. Si decimos que su trabajo se basa en las palabras, no mentimos, pero nos quedamos sin explicar por lo menos la mitad de lo que sucede. Si decimos que hace teatro físico, no tendría sentido sin explicar que todo viene de las palabras. Es humor, no cabe la menor duda, pero no es para reírse, sino para entender que las palabras terribles dichas en otro contexto son chistes malos. Es teatro de imágenes, pero ninguna suple al torrente de palabras, y las palabras crean imágenes, incluso, las palabras son elementos escenográficos, no sonoridades.
Palabrerismos, palabras encadenadas, espectáculo visual apalabrado. Pero con muchas imágenes, con un gran dominio del tiempo escénico, sabiendo que su pronunciación contribuye a que algunas palabras se recarguen de otros elementos de distracción o de elevación a otra categoría. Sin principio, y sin apenas fin, pro empezando y acabando, sin historia, pero con muchas historias, con una dramaturgia que utiliza la textualidad, pero se basa en el cuerpo; tiene al cuerpo con conductor de unos significados meramente semánticos. Y en momentos de locura, cuando pierde el sentido, cuando nos ofrece diez minutos de espectáculo disléxico, entendemos que nos reímos de algo muy serio, de la falta de comunicación o de la comunicación establecida en un nivel por debajo de lo habitual. Pero eso es precisamente lo que lo coloca más arriba, como cuando hace un juego con su ego, con su cabeza desprendida de su cuerpo.
Atanasiu es un terapeuta del absurdo. Se planta frente a nosotros para llevarnos por una aventura verbalista, pero nos sitúa primero en una alucinación visual, lleva una chaqueta desmesuradamente grande, tiene un atril para un gigante y todo se convierte en un elemento discursivo, es decir en parte de juego en el que nos mete. Palabras para la acción. Un espectáculo único. Que a veces nos deja sin palabras.
Carlos GIL


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