Críticas de espectáculos

El duelo/Anton Chéjov/Teatro del Arte de Moscú

 

Un relato de Anton Chéjov por El Teatro de Arte de Moscú

 

De los más de seiscientos relatos que Chéjov escribió en su corta vida (murió en 1904, a los cuarenta y cuatro años) El duelo, publicado por entregas en la revista rusa Temps Nouveaux en 1891, era, junto con La dama del perrito, uno de los preferidos por León Tolstói. No hay que olvidar que, antes de iniciar tardíamente su carrera teatral en 1887 con el estreno de Ivanov, la actividad creativa del autor se concentraba, por razones pecuniarias sobre todo, en la elaboración de estos cuentos que, escritos por lo general bajo diferentes seudónimos, se arrancaban literalmente de las manos los periódicos y revistas literarias de San Petersburgo y Moscú (llegó a escribir 122 de ellos en 1885 y otros 120 en 1886). De tema humorístico y satírico al principio, a medida que se iban aliviando sus estrecheces económicas y aumentando su reconocimiento como autor, Chéjov va tomando conciencia del valor literario del género, extendiendo sus temas al estudio pormenorizado de la burguesía rusa de provincias y depurando su manera de contar hasta pasar de la mera descripción de caracteres, propia del realismo de su época, a ahondar en ellos y explorar, con la ayuda de una nueva disciplina por entonces naciente, la psicología, todos los recovecos de su mundo interior. Serán precisamente los personajes de estos sus últimos relatos, cargados de añoranza y humanidad, quienes salten a escena a partir del estreno triunfal de La gaviota, en 1898, por el Teatro de Arte de Moscú (Chéjov se dedica desde entonces a la escritura dramática por entero y escribe sólo dieciséis cuentos más hasta su muerte).

El hecho de que la misma obra hubiese resultado un rotundo fracaso en su estreno dos años antes en San Petersburgo (fracaso que estuvo a punto de apartar al autor definitivamente del teatro) viene a ser una demostración palpable de cómo contribuyeron los responsables del Teatro de Arte al éxito obtenido en Moscú. Sabido es que a lo largo de una conversación que duró dieciséis horas, en junio de 1897, en un restaurante de dicha ciudad, Vladimir Nemirovich-Danchenko y Constantin Stanislavsky acordaron, el primero como consejero literario y el segundo en cuanto encargado de la producción, constituir un teatro de carácter privado en donde se pusieran en escena, de manera renovadora y moderna, las obras de los dramaturgos «naturalistas» que por entonces hacían furor en Europa: Hauptmann, Ibsen, Strindberg, Antoine, Zola… En su primera temporada, que incluyó obras de Shakespeare, Ibsen, Alexey Tolstói y Chéjov, fue La gaviota de este último la que destacó entre las demás en esa búsqueda de la «verdad» escénica que pretendía el nuevo movimiento, esto es, que todo lo presente tras la «cuarta pared», atrezo, decorados y vestuario, por no decir los propios personajes, nos diesen la impresión de haber sido extraídos en un tris del mundo real para presentarse ante nosotros sin afección ni disimulo alguno, tal cual. Stanislavsky, para ello, tuvo que proceder a un primer ensayo «avant-la-lettre» de lo que luego sería su «sistema», sumergir a los actores en su memoria emocional de tal modo que su comprensión y proyección del rol del personaje estuviesen fundadas en sus propias experiencias vitales. De este modo, el texto de la obra se convierte en una apariencia, un simulacro, justo lo que perseguía Chéjov al escribir sus cuentos más logrados: no es el relato por sí mismo el que refleja la verdad de la situación sino la manera de escribirlo, de formalizar su escritura. Algo muy semejante a lo que ocurre en el teatro moderno cuando se lleva el texto a escena: el diálogo «se dice» sobre las tablas pero su verdadero significado no está en esa «declamación» sino en la interpretación de los actores y el sentido de la puesta en escena, es decir, en lo que hoy llamamos justamente su «escritura» dramática o teatral, un conjunto de artificios y técnicas de carácter formal. Así, el «diálogo interior» de la novela se convierte en ese famoso «subtexto» que tensa, psicológica y emocionalmente, todo el drama realista actual.

De ahí la impenitente moda posmoderna de transformar relatos en obras teatrales que están llevado a cabo, entre otros muchos, creadores como el polaco Christian Lupa o el belga Guy Cassiers. Es como si exprimiesen una fruta madura para recoger todo el jugo de una experiencia histórica largamente narrada en una novela (Cassiers: El hombre sin cualidades de Musil) o de una situación personal diseccionada hasta el último aliento en un diario (Lupa: Extinción de Thomas Bernhard). Sin duda, la intención subyacente en El duelo, la obra con la se inaugura este año el ciclo «Una mirada al mundo» del CDN, es mucho más modesta: simplemente, traducir al teatro el cuento de Chéjov dado el escaso número de sus obras dramáticas, digo yo. Piense el lector en el esplendoroso panorama que se nos abriría de traducir así todos sus cuentos… Y sin embargo, el experimento me parece a mí que no funciona, que se queda varado, como la barca que preside la función, entre la rutina y el conformismo.

El duelo es la historia de la reconciliación entre dos hombres, perdidos en una ciudad costera del Cáucaso: Laevsky, un intelectual venido no se sabe cómo de Moscú, bohemio, bebedor y plagado de deudas, no tiene dónde caerse muerto; Von Koren, un zoólogo de carácter prusiano, partidario de la selección natural, le odia a muerte por considerarle un ser inútil, un estorbo para el progreso de la sociedad. El relato se adorna con multitud de personajes secundarios: el médico militar Samoylenko que acoge a todo el mundo e intenta poner paz; el diácono Pobedov, digno representante de la iglesia ortodoxa, que no tiene reparos en mezclar sus edificantes sermones con una buena mesa; y Nadezhda Fiodorovna, la mujer que, casada con un hombre a quien no quiere, siguió a Laevsky desde Moscú y al ser rechazada ahora por éste, busca consuelo en aventuras pasajeras con el comisario de policía Kirilin o tontea, a cambio de un sombrero, con el hijo del comerciante Atchmianov. A más de Mustafá, el bodeguero tártaro que sacia el hambre y la sed del diácono en cuanto como él dice, para «los pobres, no hay ni musulmanes ni cristianos sino un único Dios»… Como se ve, un reparto plagado de individualidades y caracteres que bien podrían protagonizar un nuevo drama de Chéjov.

La razón de que no sea así reside, en primer término, en que el autor ya pensó su narración como si fuese un drama, compuesta de diálogos y salteada de acotaciones. Todo intento de llevarla a la escena no puede ser, por tanto, más que redundante. Y de esta redundancia, de esta repetición, nacen su falta de frescura y ese carácter plúmbeo que va adquiriendo el drama a medida que pasan sus tres horas de representación. Es más, el espectador es sometido al doble tormento de tener que leer el original en sobretítulos y echar una ojeada cuando puede a lo que sucede en escena aunque, en la realidad, ésta no hace más que «ilustrar» lo que se dice en los carteles. A ello se une la puesta en escena más bien torpe del director Anton Yakovlev, quien se corta a sí mismo la hierba bajo los pies con una escenografía de esas que se llevaban hace un lustro: un gran hueco que ocupa el centro del escenario y obliga a los actores a llevar a cabo su trabajo en el fondo y laterales del mismo. Queda, evidentemente, su interpretación, que nos los muestra a todos como sólidos y experimentados aunque un tanto carentes de empatía. Y es que, por este Teatro de Arte de Moscú de 2013, aún tiene que pasar Stanislavsky.

David Ladra

Título: El Duelo – Autor del relato: Anton Chéjov – Intérpretes: Alexei Agapov (Kirilin), Armen Arshanyan, Pavel Levkin (Atchmianov), Anatoli Belly (Laevski), Victor Kulukhin (Mustafá), Dmitri Kuptsov (Alumno), Evgeni Miller (Von Koren), Dmitri Nazarov (Samoylenko), Natalia Rogozhkina (Nadezhda Fiodorovna), Valeri Troshin (Diácono Pobedov) Olga Vasiléva (Maria Konstantinovna) – Dirección: Anton Yakovlev – Escenografía: Nikolai Slobodyanik – Iluminación: Anton Yakovlev, Nikolai Slobodyanik – Música: Alexander Manotskov – Producción: Teatro de Arte de Moscú – Teatro Valle-Inclán, del 19 al 22 de septiembre de 2013


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