El dueño de la escena
No es el dramaturgo, ni el director, ni el productor… El Actor, amo y señor de la escena. Su cuerpo se transforma en antena, en receptáculo del mensaje, en la voz de potencias de ayer y de hoy… Todos los demás intervienen para ese momento que consagra al actor. El Actor, con sus miserias y grandezas, sus conflictos y alegrías, su voz y su psique, su jeta y su arrogancia, su debilidad y su fuerza, paradoja viva, sangre y vigor que nos refleja la otra vida detrás de la escena.
No todos los que quieren ser actores llegan, no todos tienen el talento, el duende, ese ángel que transforma a una persona cuando sube al escenario, pero los que llegan ahí están y son monumentos nacionales, ‘Tesoro Nacional Viviente’ como ocurre en Japón.
Lo cantó con propiedad Shakespeare en Hamlet, cuando el príncipe da los consejos a los actores —un actor aconsejando a otros actores y en escena, ¡bravo William!— Exige:
Naturalidad en la acción…
Dicción trabajada, pues todos en la sala deben escuchar y comprender…
Moderación, la exageración es muestra de incompetencia…
Pasión, necesaria, fuerza elemental de la escena…
Coherencia, un punto muy difícil de alcanzar porque cada quien cree en su propia coherencia…
Y termina con un imparable: “¡Todo por Hécuba!” que podría resumirse en un ‘todo por la representación.”
Consejos aplicables a la escena en cualquier tiempo y lugar, dictado por un maestro de la escena, actor, director, dramaturgo, William Shakespeare. Molière también era todo eso…
Desde que se inventó el teatro, su principal sujeto ha sido el actor, como en las competencias lo es el deportista, en el ballet los bailarines y en la ópera los cantantes. Un buen actor es una garantía de buen espectáculo.
Hay preguntas básicas para un actor antes de salir a escena según el método Stanislavsky: “¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿Adónde voy? ¿Qué voy a hacer?” Indispensables para atacar la escena, la obra, el personaje. No obstante, esas preguntas también deberían ser básicas para cualquier humano que quiera despertar su conciencia cotidiana antes de entrar a la escena de la vida. ¡Quién soy!
Reconozco que son nociones elementales para cualquier aprendiz de cómico. Pero son conceptos fácilmente postergados, olvidados, maltratados. Tal vez convengan a trabajos más realistas o cinematográficos, aunque tomarlos en cuenta no afectan el trabajo, y tal vez lo mejore.
¿Qué nos lleva a la actuación? En última instancia ese obscuro deseo de ser a través de otras vidas. Una forma de reencarnación instantánea y atemporal. Asumir las voces de todos los tiempos en un presente absoluto. ¡Estoy aquí para asumir la pasión, el ridículo, la pena! ¡Soy la voz humana! ¡Aquí estoy! ¡Qué espléndido momento el del actor ante su público, plantado a la mitad del foro!
Puedo pensar que se trata de un heredero del oficio, padres comediantes, músicos, etc. O alguien que no encuentra su lugar en el seno de su grupo y que busca su espacio en la escena. Lo sabemos, el foro es un refugio de inadaptados.
Modas van y modas vienen: el dramaturgo quiso imponer su presencia en el siglo XIX, el director de escena quiso ser el protagonista de un trabajo colectivo en el siglo XX, el productor se siente el dueño del teatro, porque muchas veces lo es… Mientras tanto el actor trabaja, resuelve, suda y enfrenta a la otra fiera que es el público. Está ahí.
Parece fácil ser actor, parece que basta con tener las agallas de plantarse a la mitad del foro, de decirse, ‘quiero ser…’ Y sin embargo la realidad es testaruda y cruel: hay que tener talento, y trabajarlo mucho. Es una labor que dura toda la vida, que apenas empieza cuando se termina una obra de éxito. Hay que saber hablar, bailar, luchar con la anticuada espada, decir el anacrónico verso, trabajar en equipo. Esta última condición ¡cómo cuesta en nuestros días! El trabajo en equipo es duro, de ahí el auge de los monólogos, del One Man Show, pero esta facilidad no impulsa para nada al oficio de actor que es colectivo.
Basta de sermón y ¡Viva la actuación!
París febrero de 2025