Zona de mutación

El efecto como causa

¿El arte es siempre consecuencial? ¿Secuela y no precuela? ¿’Respuesta estética’, como le gustaba decir a Tato Pavlovsky? ¿Reverberancia de alguna referencia? Siempre ‘ex post facto’. En una creación, cuándo y hasta qué punto funcionan las variables independientes, puras de toda contaminación, como causas verdaderas y no como resonancias o variables dependientes. Las interpretaciones en las que se afana el público son retrospectivas, como las de un detective razonando una escena de crímen. Es decir, aquí, en nuestro contexto, el artista comete el crímen creativo, influido, determinado y hasta alienado a causas. La pregunta en este caso es: ¿cómo hace el presunto creador para quedar indemne de las incidencias que lo inducen a su obra. ¿Manejándose como un caco, a sabiendas que sus actos no son inocentes? Aunque después reclame no estar enterado del efecto de tales influencias. Extremando posiciones, se puede decir que la realidad, en tanto emplazamiento u obra, es antes que nada y por sí misma ese crímen, y el arte que surge como un eco a través de combinatorias de sus elementos, es para validar lo que ya aquella monta como determinación. Antes que matar a la realidad, ella misma es el escenario del crímen, con lo que toda operatoria e hipótesis es a posteriori. ¿Qué debería ocurrir para que una acción humana, planeada, instrumentada, pueda reclamarse original?

Así es que, obrar como detective de la realidad es operar entonces cuando todo ya ha sucedido (‘ex post facto’). De esta manera los méritos serán siempre adjudicables a las habilidades y agudezas para descubrir causas a posteriori, sin perjuicio que el análisis de lo que dejan, las huellas, las consecuencias, puedan devenir luego, por un efecto ‘retombée’, ellas mismas causas de mundos subsiguientes.

Para esto último, con todo lo que se ponga a favor, sólo hace falta ser un reconstructor, no nos engañemos, no un creador. Esta angustia de ser un representador se hace bajo mofa de los dioses, que saben que el poeta carece del don para crear un acontecimiento primal. Sólo puede intervenir en el azar fundante, cambiar el rumbo de las rutas, pero no ser él quien digite la matemática que devela el absoluto. Asociarse a la ignición original, para remedar un big bang propio, como alarde de actuación antes que los hechos se produzcan.

En los términos propuestos, lo que se reclama como don es ser el autor del crímen. Un rayo, ya no para saber, sino para ser letal en un sentido original. Otro de los poderes inherentes, sería presumir con la idea de que hay acciones irremontables a su develamiento. La portación del secreto indecodificable. El poder genésico es un sueño de poder inacabable. Soñar con la excelencia humana, con su optimización imponderable, es parte de un sueño concomitante a la terrible crisis que abruma justamente las propiedades definitorias que nos constituye como lo que somos.

Sin embargo, fuera de marcar un ritmo, sobre partituras pre-existentes, su constante actuar sobre los efectos, puede que logre indigestar a las causas, cuando estas muerdan a la cola de aquellos.


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