El ejemplo portugués
Escribo esto el 25 de abril de 2020, cuando se conmemoran los 46 años de la Revolução dos Cravos. En Portugal, en aquel abril del 74, hicieron una revolución para acabar con la Dictadura y entrar en la democracia. En España no hicieron ninguna revolución para derrocar el régimen dictatorial, esperaron a que el general Francisco Franco muriese, en el 75, e hicieron una transición hacia la democracia esta que conocemos, con el Rey, designado por el dictador 6 años antes de morirse, como su sucesor.
Las circunstancias, no cabe duda, serían diferentes entre las dos dictaduras que más tiempo duraron en Europa, la resolución fue también distinta.
Hoy estamos inmersos en una crisis global sin precedentes próximos, la pandemia por el coronavirus Covid-19, que ha llevado al gobierno portugués a decretar el “estado de emergência” y al español el “estado de alarma” que limitan los movimientos de las personas, confinándonos en nuestras casas para evitar la expansión descontrolada de la pandemia.
El confinamiento y el parón que implica está suponiendo una crisis económica global en la práctica mayoría de los sectores profesionales. Uno de los que más se ha resentido, como sabemos, es el cultural y en especial el de las artes escénicas. Un sector estratégico que atesora muchos de los valores simbólicos vivos de cada país y territorio, actualizándolos en cada época y lugar. Un sector, el de las artes vivas, especialmente vulnerable dentro del ámbito cultural.
Los teatros han tenido que cerrar y su apertura se prevé que será de las últimas, respecto a otros ramos profesionales. En España se han cancelado espectáculos que estaban programados, algunos teatros han tenido a bien reprogramarlos más adelante, cuando esto haya pasado. En Portugal también han tenido que cancelar. Sin embargo, el gobierno portugués ha sacado una ley que obliga no solo a reprogramar esos espectáculos, sino también a pagar a las compañías y artistas un importante porcentaje del caché y cuando, en un futuro, se realicen, el resto del caché más el porcentaje derivado de los gastos por volver a ensayar etc. Una medida para intentar no dejar tirados a los artistas.
Uno de los teatros principales de Portugal es el Teatro Nacional Dona Maria II (TNDMII) de Lisboa que, con Tiago Rodrigues como director artístico, se ha convertido en uno de los más representativos de Europa, con giras internacionales y presencia en los festivales más destacados del mundo, estrenando algunas de sus últimas producciones en las últimas ediciones del mismísimo Festival d’Avignon. Pues bien, Tiago Rodrigues, como director del TNDMII, no se ha limitado a pagar una parte del caché de los artistas y compañías que estaban programadas en el Dona María, les ha pagado el 100% del caché.
En el artículo titulado “Improvavelmente, ser feliz”, publicado en el Jornal das Letras del 8 de abril de 2020, Tiago Rodrigues escribe (traduzco del portugués y ofrezco, al final, la versión original de estos fragmentos extraídos de su artículo):
“[…] La solidaridad es la herramienta que podrá subyugar normas legales y presupuestarias a una política que defienda a los que están en una posición más frágil. En el área de la Cultura y en el caso del teatro, esos son los artistas y técnicos independientes, casi todos precarios, y las compañías y estructuras de producción, amenazadas de extinción. En este caso, es imperioso el ejercicio inmoderado de solidaridad. No solo por una cuestión de principios, sino también porque no hay posibilidad de imaginar un regreso a los teatros sin los artistas, técnicos y compañías que son su precioso combustible. […]
[…] Es vital y de la más elemental justicia que las instituciones públicas de Cultura (y aquellas que son substancialmente financiadas por dineros públicos) paguen integralmente los trabajos que tenían comprometidos con compañías, artistas y técnicos, más allá del aplazamiento de los espectáculos. […]
[…] Contemplando el escenario actual, observamos un profundo déficit de cultura democrática y la noción que tienen muchos de que dirigir un teatro público es, sobre todo, un ejercicio de poder en vez de un servicio a la comunidad. Pagar íntegramente lo acordado con compañías, artistas y técnicos independientes es lo mejor y tal vez el único servicio público que pueden prestar los teatros y centros culturales ahora cerrados. Es garantizar el presente y el futuro. No hacerlo, es usar las reglas del mercado en la esfera del servicio público. La falta de ingresos de taquilla es un problema grave para los teatros públicos, pero no les impide objetivamente ejecutar el gasto previsto en el presupuesto y pagar a los artistas y técnicos. […]
[…] Asumir integralmente el impacto financiero de esta crisis es el único modo que los teatros públicos, municipales o nacionales, tienen para afirmar que se trata de una crisis colectiva que merecerá soluciones colectivas en el futuro. No hacerlo, es abandonar a los artistas y a los técnicos. […] No se trata de generosidad ni de altruismo. Pagar lo que estaba comprometido a los trabajadores de las artes que no pueden ahora trabajar es un gesto de la más elemental solidaridad no solo con los artistas y técnicos, sino también con el público. Es, tal vez, el único modo de podernos mirar a los ojos cuando llegue ese día en que volvamos a estar juntos en una sala de teatro. Ser solidario, como cantaba José Mário Branco, tal vez sea la única forma que el teatro portugués tenga de volver a, improbablemente, ser feliz.”
En los años 80 el grupo vigués Siniestro Total publicaba un álbum titulado “Menos mal que nos queda Portugal”. Y yo, que vivo en Vigo, en materia de cultura y artes escénicas, y ahora también en materia de solidaridad, me acojo totalmente a esa frase: ¡Menos mal que nos queda Portugal!
P.S. – Aquí, en versión original, los fragmentos citados del artículo de Tiago Rodrigues, que puede leerse íntegro en el Jornal das Letras del 8 de abril de 2020:
“[…] A solidariedade é a ferramenta que poderá subjugar normas legais e orçamentais a uma política que defenda os que estão numa posição mais frágil. Na área da Cultura e no caso do teatro, esses são os artistas e técnicos independentes, quase todos precários, e as companhias e estruturas de produção, ameaçadas de extinção. Neste caso, é imperioso o exercício imoderado de solidariedade. Não apenas por uma questão de princípio, mas também porque não há possibilidade de imaginar um regresso aos teatros sem os artistas, técnicos e companhias que são o seu precioso combustível. […]
[…] É vital e da mais elementar justiça que as instituições públicas de Cultura (e aquelas que são substancialmente financiadas por dinheiros públicos) paguem integralmente os trabalhos que tinham comprometidos com companhias, artistas e técnicos, pese embora o adiamento dos espectáculos. […]
[…] Contemplando o cenário actual, observamos um profundo défice de cultura democrática e a noção tida por muitos de que dirigir um teatro público é, sobretudo, um exercício de poder em vez de um serviço à comunidade. Pagar na íntegra os valores acordados com companhias, artistas e técnicos independentes é o melhor e talvez o único serviço público que podem prestar os teatros e centros culturais agora encerrados. É garantir o presente e o futuro. Não o fazer, é usar as regras do mercado na esfera do serviço público. A falta de receita de bilheteira é um problema grave para os teatros públicos, mas não os impede objectivamente de executar a despesa prevista em orçamento e pagar aos artistas e técnicos. […]
[…] Assumir integralmente o impacto financeiro desta crise é o único modo que os teatros públicos, municipais ou nacionais, têm de afirmar que se trata de uma crise colectiva que merecerá soluções colectivas no futuro. Não o fazer, é abandonar os artistas e os técnicos. […] Não se trata de generosidade nem de altruísmo. Pagar o que estava comprometido aos trabalhadores das artes que não podem agora trabalhar é um gesto da mais elementar solidariedade não apenas com os artistas e técnicos, mas também com o público. É talvez, o único modo de nos podermos olhar nos olhos quando chegar esse dia em que voltaremos a estar juntos numa sala de teatro. Ser solidário, como cantava José Mário Branco, talvez seja a única forma que o teatro português tenha de voltar a, improvavelmente, ser feliz.”