La voz antigua

El espacio de la crueldad

Cuando uno se decide a hacer teatro se inmola a los dioses más o menos benévolos del hecho escénico y deja su piel atrás en un salto a lo desconocido. Un salto mínimo o de precipicio sin fondo hacia una dimensión que desconocemos de nosotros mismos. No hace falta hacer teatro para ser experto en saltos, todos saltamos en algún momento de nuestra vida, rompiendo amarras o creando puntos de giro inesperados; pero en el teatro los saltos, escénicos o no, tienen otra magnitud. La magnitud de la entrega a esa bestia viva que cada noche exige el sacrificio en sangre de nuestro cuerpo escénico y que nos devolverá a nosotros mismos una vez acabado el sacrificio. No somos nosotros solos, sino nosotros en relación con el otro, en relación con el espacio, en relación con la totalidad, nosotros más otros, animados o inanimados, en esos momentos en que nuestras almas transmigran y nuestros cuerpos se convierten en cenizas.

El espacio escénico es el espacio de la crueldad, es el espacio en el que se mata o muere, es el espacio en el que no hay segundas oportunidades, la realidad escénica se abre en un instante y si no se está atento se escapa entre los dedos dejando regueros de sangre.

Hace unos días tuve un encuentro profundo con un espacio no escénico que me sacó los dientes y dejó la marca de sus fauces en mi costado; fue Brzezinka, uno de los espacios de las actividades parateatrales de Jerzy Grotowski, donde decidí hacer una muestra de mi trabajo. Brzezinka había sido de algún modo el punto de inicio de mi andadura teatral polaca y sentí de alguna manera que tenía que rendirle tributo ofreciéndole mi trabajo, pero me equivoqué, no en el tributo, sino el respeto por el espacio. Hasta ese momento había considerado los espacios, escénicos o no, como aliados del actor, como elementos dúctiles que acompañaban al actor y al director en su caminar hacia la creación del hecho escénico. Pero hay espacios que en sí mismos son ESPACIO y no se trata de adaptarlos a uno mismo sino de establecer un diálogo con ellos para compartir andadura conjunta; yo no hablé ni establecí ningún diálogo con el espacio, impuse, coloqué y me lancé, y el espacio me engulló en sus fauces, asistiendo el público a una lucha encarnizada entre la actriz y el espacio de la cual claramente salí derrotada. Pero a pesar de las heridas que todavía conservo me alegro de haber entablado esa lucha porque ahora sé que nunca más subestimaré a ningún acompañante en el caminar escénico, ni al espacio, ni a la luz, ni a la disposición del público. No es siempre bueno aprender a golpes pero de los golpes se aprende.

Cuando uno se acostumbra en los ensayos a actuar solo o para ese ojo externo que nos acompaña en el proceso, uno aprende a gestionar y direccionar su energía, a hacerla crecer o disminuir, ajusta sus niveles energéticos, personales y escénicos a ese único espectador al cual está dirigido el trabajo en curso, pero cuando el espectador único del proceso de ensayos se convierte en una hidra escénica de mil cabezas, esa atención única de la mirada se convierte en atención múltiple, dispersa y dispersante que hace que los trozos que nos conforman intenten tomar caminos distintos para llegar a todos los lugares, y en esa dispersión está la trampa de no llegar a ninguno, si no se tiene una idea qué es el público para ti en ese momento concreto y a qué proceso de transformación están asistiendo contigo y a través de ti.

Espacio y público, el actor en relación con el espacio, el actor en relación con el público, el público en relación con el espacio. El público no es una concepción abstracta frente a la cual se pretende establecer una comunicación más o menos discursiva. No se trata de mantener viva la llama de la comunicación para alimentar el ego del artista creador, se trata de ser capaz de tejer con cien hilos esa actividad mental, carnal y sensorial que se establece en escena entre el actor y el espectador y mantenerla activa alimentándola desde nuestras entrañas, tejiendo la luz en la mirada del espectador con los ojos abierto en la oscuridad.

El espacio, la luz, el público, no son conceptos abstractos que debemos dominar para poder desarrollar nuestro trabajo, sino elementos fundamentales y concretos del hecho escénico que si no hemos sido capaces de articularlos e incorporarlos correctamente dentro del proceso de creación inicial, llegará un momento, más tarde o más temprano, en que abrirán sus fauces y alcanzarán algún trozo de nuestra alma.

Dicen que las heridas se curan con amor: «sana sana culito de rana»


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