¿El espectador es un elector libre? ¿Tiene su propio proyecto, su propia capacidad de diagnosis? O es alguien que siempre, a la hora que se juegan los más osados signos o unidades de sentido, sólo vota ‘castigo’, su castigo, porque de esa forma, descubre, se releva de toda responsabilidad. ¿Puede creérsele que opere por convicciones, aún cuando sabe que puede estar ejerciendo un ‘error’? Pero este acto de dominio, de derecho, ¿no es la convalidación en el terreno del espectáculo, ya no sólo del imperio del prejuicio sino, lo que es más lamentable, la de una perversión cultural que disfraza una debilidad conceptual, hasta una auto-subestimación elevada a complejo? ¿Es por esta razón que opta por votar debilidad? Fingir integridad moral, pero optar por una postura negativa que se alimenta del ‘no’ como señuelo de seguridad.
Los artistas deben hacerse cargo de las mutuas lejanías que no pocas veces terminan por crearse con sus espectadores. Todo ejercicio libre merece una espectancia desprejuiciada, es lo que al menos se desea. Un espectador flotante, podría decirse según la fórmula freudiana para una ‘atención parejamente flotante’.
¿Logra cabalmente el artista, en su marco propositivo, incorporar dinámicamente al espectador a un espacio común. ¿O es que el umbral de expectativa prolonga el juego de iniciativa y, al final, de dominio del emisor sobre su receptor? ¿En este caso, cuál es el baño desprejuiciante por el que se supone ha de pasar este potencial receptor para garantizar que el contacto se produzca? Ya no decir comunicación, ni mucho menos identificación, sólo poder asegurar técnicamente un espacio intermedio en el que las puntas armadas de una defensa perceptiva, deponen la dureza de su emplazamiento para ganar aquello que sin grandes ínfulas prescriptivas se denomina el «entregarse». La entrega es una zona de confianza, de suspensión de las reservas psíquicas sobre aquello que se desconoce. Un emplazamiento defensivo ‘por las dudas’. ¿Existe realmente este momento? ¿Está orquestado como instancia efectiva durante el acto? ¿O es que el magno sobrentendimiento por el que suele circular un ritual de encuentro como el teatro, fantasea ese trance de expectancia en sublimes virtualidades que ameritan sin embargo mayores dedicaciones? ¿Cuál es la dinámica del encuentro? Las líneas de emisión y contacto se reorientan? ¿Hay tiempo para que a la vez, el receptor afine sus antenas, para una mejor recepción? ¿Está establecido como tiempo dentro del campo común?
» La ‘atencion flotante’ es una expresion creada por Sigmund Freud para designar la regla técnica según la cual el analista debe escuchar al paciente sin privilegiar ningún elemento del discurso de este último y dejando obrar su propia actividad inconsciente. Freud formuló esta técnica explícitamente así en Consejos al Médico sobre el Tratamiento Psicoanalitico en 1912: «No debemos otorgar una importancia particular a nada de lo que oímos y conviene que le prestemos a todo la misma atención flotante». La atención flotante supone por consiguiente, por parte del analista, la supresión momentánea de sus prejuicios conscientes y de sus defensas inconscientes.»
El espectador en su inducción al hecho cultural, ¿dispone de esa preparación, de ese tiempo acorde para estar disponible como receptor libre? Tal preparación, ¿es tramposa, afecta en principio de libertad perceptiva que se considera como recomendable y apta? O el sistema cultural, en el ejercicio de sus artificios, ejerce en sus proclamas la profundidad de sus objetivos, pero se libra de tener que ejecutarlas sobre el aparato perceptivo concreto de su receptor posible. La desestructuración del gusto, de lo que se piensa a priori, están librados a la incidencia de signos culturales que se envanecen de su ‘trabajo’ cultural, pero sin acreditar técnicamente que incidan sobre el sistema perceptivo y conceptual de las personas. Tal incidencia ¿es a favor del emisor, o es que en el libro juego de los devenires, hay esperanza reservadas también, para que quien salga de ahí modificado, sea el propio creador del juego?
